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Según llegamos al camping nos metemos en la tienda para ponernos algo de más abrigo. Volvemos a salir. Los chicos están alrededor de una hoguera que están intentando encender para dentro de un rato, cuando ya hará bastante frío. Son unas zonas habilitadas para hacer esto de forma segura, aunque lo están haciendo los mayores. Yo no me fiaría de Juan y sus amigos preparando un fuego y que no causasen un gran incendio. Al menos los otros parecen tener más cerebro. Nosotras estamos al lado de nuestra tienda, recogiendo un poco.
De pronto siento que algo me golpea. Me duele, aunque es más por la sorpresa. Me toco y noto algo pegajoso, pero no veo bien qué es porque está oscureciendo. En pocos segundos nos damos cuenta de que nos están tirando huevos. No son todos, es Juan y alguno más de sus amigos. Otro me cae en el pelo. También dan a Maca, que arde en cólera. Eva y Cata se meten en la tienda, no sin antes recibir algún huevazo. Yo comienzo a gritar a Juan. Le insulto. Le digo que me está haciendo daño y que me está ensuciando. Maca se ha metido también mientras les llama gilipollas y cosas peores. Pero yo voy directa a Juan. ¿Qué se ha creído? No me parece un juego o una broma. Enrique se levanta entonces de donde estaba. Se interpone entre nosotros dos. Le dice a su hermano que si es tonto o qué. ¿A qué viene lo que ha hecho?
Entonces me doy cuenta de que todo ha sido tan extremadamente rápido que no les ha dado tiempo a reaccionar a ninguno. Solo Enrique, cuando me ha visto la cara y que no me echaba atrás se ha levantado.
Les odio a todos. No me han humillado solo a mí. Se han metido con las cuatro. Es muy bonito que Enrique se haya levantado y que todos estén alucinando con Juan y le miren incluso mal, sin entender ese cabreo que tiene conmigo. Entonces empieza lo peor. Me grita él a mí. Dice que le he estropeado las vacaciones. Que por qué he tenido que venir. Que son sus días de descanso. Todos le miramos. Se supone que hace unas semanas estaba llorando para que volviera con él y ahora le estoy estropeando sus idílicas vacaciones. Se acerca su mejor amigo y le dice que tiene que calmarse, que no me grite, que yo no le he hecho nada y que es él el que tiene que pedir disculpas y ser más coherente. No puedo más y me voy hacia la tienda. No le soporto. ¿Cómo puedo ser tan estúpida?
Ahora las tres están enfadadas. No quieren estar ni un segundo con ellos. Eva y Cata deciden que van a ir a su bola si nos vamos a quedar. Maca no entiende nada, pero no quiere renunciar tan rápido a Enrique. Ambas nos miramos. Estamos derrotadas. Sí, ahora tenemos de nuestra parte a más amigos de Juan, pero ese comportamiento no es normal. Era agresivo. ¿Por qué no quiere que esté allí? Lo único que se me ocurre es que hay otra persona, pero no les hemos visto con más chicas. Al menos de momento.
Aparece alguien en la entrada de la tienda. Primero pienso que es Juan, que se va a disculpar. Luego veo que es otra figura. Puede ser Enrique. Me sorprendo al escuchar la voz de Ángel. Miro a las chicas. Subo la cremallera y salgo. Nos sentamos lejos de los chicos y cerca de mi tienda. No sabe que decir. No puedo distinguir si está rojo como un tomate, pero seguro que sí. Se disculpa. Yo le miro. No sé por qué, él no ha participado, quizás se está disculpando precisamente por eso, por no haberme defendido. Nuestras miradas se cruzan varias veces mientras hablamos. Los dos somos tímidos. Me pregunta que si estoy bien. Dice que no pensemos en irnos, que Enrique y él están con nosotras. Reconoce que nos veía como crías, pero el comportamiento de Juan y compañía le ha hecho ver que son más niños ellos. Hablamos de mis crisis con Juan. Le cuento que en realidad le había dejado, pero que no paraba de llorar y que me había prometido que todo sería como antes. Ángel me mira, casi como si lo entendiese. En ningún momento pone a caer de un burro al hermano de su mejor amigo. Tampoco le defiende. Simplemente tiene un gesto amable conmigo, como rozarme la mano y echarme un brazo encima. Lo quita pronto, porque le da vergüenza y nunca le he visto en una actitud cariñosa con ninguna chica. Me deja de piedra el simple hecho de que estemos sentados los dos, hablando como dos amigos, cuando hace un día casi ni nos dirigíamos la palabra. Su frase hacia mí «bájate al pilón» y que no entiendo hasta más tarde, se convierte en nuestro propio chiste.
Tanto hablar y no me he dado cuenta de que Enrique está con el resto de mis amigas. Creo que no solo les pide perdón, también les anima a quedarse. Imagino que especialmente a Maca, porque se nota que se gustan. No creo que le cueste mucho convencerla, la verdad. Por otro lado Eva y Cata están haciendo tan buenas migas que seguro que ya que están en el pantano aprovechan para pasarlo bien. Total, solo van a ser tres días.
El hermano de Ángel y algunos más también vienen a disculparse. Aunque han esperado a que los otros dos nos calmen. No están de acuerdo con lo que ha hecho Juan.
Seguramente no lleguen a entender cómo me siento yo. Es mi novio y no me ha dado ni un abrazo. Está ajeno a mí. Ni siquiera se disculpa. Solo cuando nos acercamos todos para cenar se pone a mi lado y hace algún comentario estúpido que ni escucho ni recuerdo. Pero me siento sola, traicionada, mal querida. Me duele todo. Enrique se acerca y me abraza. Es el único de ellos que tiene valor para hacerlo. Lloro, no por el ataque, sino por la frustración, por la herida, por ver cómo pasa olímpicamente de mí. Luego vuelve Ángel, que me ofrece bebida y comida. Maca habla con Enrique y se la ve más relajada. Cata y Eva nos observan. Siempre están cerca de nosotras, pero sin meterse en relacionarse con los chicos. Han perdido el poco favor que podían tener para ellas.
Entre medias de la cena y beber y como es costumbre en nosotras, nos vamos las cuatro al baño. Hacemos pis y mientras hablamos. Cuando estamos arreglándonos frente al espejo, también cotorreamos. Parecemos loros. «¿Cómo ves a Enrique y a Ángel? ¿Crees que les gustamos? Yo os veo como pareja. Maca, deberías acercarte más a Enrique. Julia, me gusta mucho Ángel para ti, se le ve tan dulce...»risas, muchas risas, porque en los baños pueden pasar mil historias, pero esa noche ya no lloramos allí, nos reímos.
No les hablo de cómo me siento en realidad. Es demasiado patético. Me da vergüenza. Pero otra parte de mí empieza a adorar a ese chico que acabo de conocer. Con su cabello castaño claro y fino. Su cuerpo atlético. Con un pecho y unos brazos bonitos, aunque puede que un poco bajito. En realidad diría que mide un par de centímetros más que yo. Pero es tan dulce...tiene una coraza que hay que romper. Otro hubiera actuado mucho más rápido y de forma más segura. Pero me da que Ángel necesita tiempo. Tengo sensaciones contradictorias. Presiento que se esconde de algo, de algo de su pasado. No me importa. Suelo tener el poder de que todo el mundo me lo cuente todo. Espero, en mi mente, que confíe en mí.
Estoy confusa y fuera hace mucho frío. El día ha pasado muy rápido. Cuando volvemos casi todos están cerca del fuego o a punto de meterse en las tiendas. Espero que Ángel me invite un rato a la suya, pero no sé con quién la comparte porque han venido con otro amigo y tienen dos. Eso me descoloca. Sobra espacio. Me llevo un chasco, porque nadie nos invita. Cata y Eva se meten en la nuestra. Veo a Maca despedirse de Enrique. Se le cae la baba. Me despido de Ángel, que es el único que me pregunta que si estoy bien o al menos mejor que hace un rato. Le miro y le digo que sí. Me ha gustado nuestra conversación de antes y se lo hago saber. Me quedo con ganas de decirle que la próxima vez tiene que contarme él algo suyo, pero me callo. Cada día soy más tímida y tengo más miedos. Hace unos meses yo misma hubiera sido mucho más directa. Hubiera cambiado de dirección con respecto a mi vida si lo hubiera considerado necesario.
Recuerdo cómo hace un año me cambié de clase porque mis compañeros me caían mal. Fui a hablar con el director con el que me llevo fenomenal. Me dijo que tenía que llamar a mi madre para comunicárselo. No hubo problema y al día siguiente aparecí en otra clase. Mis compañeros no eran mucho mejores, pero si salieron buenas y grandes amistades.
Pero ahora, lo noto, me pasa desde hace tiempo. Dudo siempre. No me decido. Primero me apetece y luego no. Y me dan miedo muchas cosas en las que antes ni siquiera pensaba. Tengo miedo a las relaciones, casi a socializar, no me apetece tener ningún tipo de relación sexual, al menos con Juan. Ni siquiera he dejado de ser virgen. Soy muy joven y por una razón o por otra nunca lo hemos hecho. Sí que hemos mantenido sexo oral, que al principio era muy divertido y excitante, aunque mucho más satisfactorio para él, pero creo que eso es porque tampoco tuve nunca el valor de decirle cosas que hubiera preferido. A veces tengo la sensación de que el sexo está pensado para el divertimento de ellos más que para el nuestro. Como si tuviésemos unas normas ya escritas y no se pudieran cambiar por las convenciones sociales. Luego están las continuas discusiones, las tragedias, las traiciones. No iba a perderla con trece años, que es la edad que tenía cuando empezamos a salir. Ahora ni siquiera me gusta. No sé ni si me va a apetecer con otro. Quizá con Ángel. Siempre he sido ansiosa, pero ahora cada día va a más.
Le odio. Me voy a la tienda. Le sigo odiando. A Juan, claro. Y también me odio yo, por ser tan tonta. Nos odio a los dos. Por eso hacemos buena pareja.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...