21
Quedamos donde siempre. Ocurre lo de todos los fines de semana, hasta que nos separamos. Maca y yo nos dirigimos a la zona donde se huelen los porros a kilómetros. El portero ya nos conoce. Ya hemos estado varias veces, creando una rutina silenciosa. Maca y yo sabemos que ahora están solos. Nos sabemos los horarios y los aprovechamos. Los dos se alegran de vernos, siempre lo hacen. Ángel me coge las manos para saludarme. Es algo más de lo que suele hacer de forma habitual. Maca y Enrique se apartan disimuladamente de nosotros y se ponen en otro lado a hablar de sus cosas. Ángel me dice que ha estado hablando con Enrique en el baño hace un momento. De mí. De pronto tengo la imagen de esos dos con los penes fuera, haciendo pis, sujetándosela y hablando de lo que deberían hacer con sus vidas. Es una imagen mucho más burda que la que me viene cuando hacemos pis las chicas. Es el mismo acto, pero el nuestro es más fino, sin duda. Me está mirando porque sabe lo que estoy pensando y se ríe. «No ha sido exactamente así, me dice», pero va al grano. Enrique piensa que sería bueno para los dos que empezásemos a salir en serio. Yo le digo que por supuesto que es buena idea. A mí me da igual que Juan se pase el día rondando por mi casa. En algún momento le pondremos límites y tendrá que aceptarlos.
Estamos así, mirándonos, con la ilusión pintada en nuestras sonrisas, en el brillo de nuestros ojos, en cómo nos tocamos, cuando de pronto baja el portero para avisarnos de que viene Juan. Es como una señal y todos nos soltamos, nos alejamos. Juan baja con todos sus amigos pero él parece enfadado. Ha visto algo entre Ángel y yo y está cabreadísimo. Empieza a gritarme y a agarrarme. Me dice que me va a hacer una pregunta y que quiere una respuesta sincera. Vale, no tengo problemas en dar una respuesta. Me pregunta que si me gusta Ángel. Que si me gusta de verdad o es un tonteo. Lo miro y le respondo que me gusta de verdad, sin tonteos, que quiero estar con él. Juan me sigue agarrando la muñeca con fuerza. La escena parece eterna pero solo han pasado un par de minutos. Me suelto con todas mis fuerzas y me voy. Subo las escaleras rápido, sin mirar atrás. El portero me mira sorprendido, pero se pone en alerta al ver que sale Juan detrás de mí. Yo no lo veo hasta que me sujeta.
Me empotra contra la pared de piedra. Levanto la rodilla de forma instintiva para poner distancia. Mientras él coloca su puño en mi pómulo. Todo se ralentiza. Le escucho decir que me va a matar. Lo miro con fiereza y ya estoy haciendo fuerza con mi pierna, cuando escucho a Enrique decir: «yo sujeto a mi hermano, tú llévatela de aquí».
Noto como cede la presión en mi cara. Veo cómo Enrique coge a su hermano. Yo siento que me rodean por detrás. Que me sujetan por la cintura y me levanta para alejarme del sitio. Me fijo en que hay mucha gente mirando. Demasiadas caras conocidas viendo esa escena tan grotesca. Y de repente, la nada. Una calle silenciosa y Ángel. Dice que me lleva a casa. Respondo que prefiero ir andando y que puedo ir sola. Pero insiste, así que viene conmigo. Mejor dicho, va detrás de mí porque no sigue mi ritmo a pesar de que llevo tacones. Estoy tan enfadada que ni los noto. Me pide que pare un minuto. Quiere verme la cara. La toca y me pregunta que si me duele. Claro que me duele, aunque estoy segura que me dolerá más mañana. No me ha golpeado pero ha apretado con todas sus fuerzas. Me coge de la mano y volvemos a andar, pero esta vez al mismo ritmo.
No he llegado a desmayarme como el día aquél del pasado, pero sí me noto como flotando. Ha sido todo tan violento e inesperado. De verdad, no pensé que fuera a ocurrir eso. Estoy viendo a Andrés entre ellos, entre los que acompañaban a Juan. Me invade una ira terrible, porque caigo en la cuenta que puede que Andrés haya estado metiendo ideas en la cabeza de Juan, porque es que no se entera de nada, ni de que manipula él ni de que le manipulan los demás.
Empiezo a murmurar, primero en bajito, luego más alto. Andamos, andamos y seguimos andando. Y yo, sigo murmurando. Con el ceño fruncido. Moviendo las manos como si dirigiese una orquesta. Porque la escena ha sido dantesca, de vergüenza, porque no había una razón lógica para lo que ha ocurrido esta noche. Si él estaba con Victoria, si no muestra interés por mí, si se sentía presionado, si nuestra relación cada día es peor, por qué entonces ha pasado esto. No me entra en la cabeza y mientras voy soltando todo esto, Ángel escucha. No sabe qué decir. No me defiende, tampoco a Juan, obviamente, pero es como si no tuviera nada que decir nunca. Eso me cabrea. Me voy envenenando en alto y también interiormente. Mi cabeza bulle y solo se le ocurren cosas malas. Que ninguno merece la pena, que son unos cobardes, unos mentirosos, unos manipuladores, que no los entiendo y ya casi ni me interesa hacerlo, que solo saben controlar, humillar, hacerse los gallitos, pero en las cosas importantes se acojonan. Ángel se ha vuelto a quedar rezagado. Ahora sí noto que me duelen los pies. Me paro y me quito los zapatos. Ángel me llama loca, dice que me voy a cortar con algún cristal o que me saldrán heridas. Me da igual, le respondo, pero él me hace frenar y hace que me los ponga de nuevo. Encima tengo frío. Se quita la sudadera y me ayuda a colocármela. Solo nos queda subir la cuesta para llegar a casa, pero qué pereza. Sigo quejándome de absolutamente todo. Entonces, por sorpresa, Ángel me agarra de la muñeca y me gira. Me atrae hacia él. Sus manos se van a mi cintura y luego a mi trasero. Y me besa. Me muerde los labios. Me mete la lengua y luego la muerde también, suavemente. Me besa el cuello, Lo recorre con su lengua y cuando se cansa vuelve a mi boca. Todo se ha detenido. Mis pensamientos y mi voz, el tiempo. Solo estamos los dos. Me ha pillado tan por sorpresa que casi no puedo devolverle los besos. Pero me sale instintivo. Somos animales. Ahora solo pensamos en tocarnos, en besarnos, en dejar de hablar, de pensar. Eso lo dejamos para mañana. Pero no es sexo, en realidad es la intimidad que nos llega por fin. Como si lo que ha pasado hace un par de horas en esa calle, a la salida de ese bar, hubiera sido la puerta a la libertad. Porque nos sentimos así. Liberados.
Nos soltamos. Estamos muy cansados y todavía nos queda subir la cuesta. Volvemos a hablar. Pensamos que ya es imposible que volvamos a atrás. Después de tanta violencia ya es como si Juan hubiera cavado su propia tumba.
Llegamos a mi portal. Me quito la sudadera y se la devuelvo. Nos abrazamos y nos volvemos a besar. Nos despedimos hasta mañana o hasta cuando nos volvamos a ver. No hemos sellado nada, no nos hemos convertido en pareja, en novios ni en nada. De eso no hemos hablado. Subo a mi casa, entro y sin lavarme la cara me quito la ropa y me voy a dormir. Y duermo, porque todo ha sido muy intenso.
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Algo raro pasó
Ficção AdolescenteJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...