Capítulo 18

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Mientras, en clase, nos estaban empezando a meter caña. Ya nos ponían algunos ejercicios para casa. Aprovechábamos cualquier momento para cotillear. Apenas nos habíamos visto durante las fiestas. Nos sobreponemos las unas a las otras para contarnos las aventuras. Las escribimos en notas. En cartas. Comienzo mi correspondencia con Cata, a la que tampoco he visto mucho. En una de sus cartas me cuenta que hubo un momento en las fiestas, que había tanta gente que al intentar abrirse paso se le quedó enganchado un reloj en el pelo y ahora lo lleva puesto porque es muy bonito. Yo me parto de risa. El profesor de historia amenaza con quitarme la carta si no la dejo para un descanso, pero ahora no puedo parar de reír. Somos un caso las dos. Nos pasan cosas absurdas cada dos por tres. Me habla de los líos de Marian y de ella, que cada día les gustan más esos chicos y que les da igual con quién liarse. Lo mismo con los dos. Yo no dejo de reír. Al final van a discutir, como ya nos ocurrió en el pasado. ¡No aprendemos!

En el recreo le doy mi carta, en ella le cuento detalles de los días pasados. Ella se ríe porque no me imagina sin depilar y el otro hablándome mientras me roza la pierna y yo picando, intentando apartar sus manos o intentando que las desplace a otra zona. Es boba, pero la quiero. Me da vergüenza contar esas cosas, pero luego me hacen mucha gracia. Si me quiere pues que me quiera con lo mejor y con lo peor.

Cuando terminan las clases normalmente volvemos juntas. Ella vive calle abajo. Cuando me deja en mi parcela la veo bajar, contoneando sus recién estrenadas caderas. Ahora que tiene la certeza de que es sexi noto su cambio brutal. Me siento orgullosa de Cata y también de mí misma, porque he logrado algo que sé que aunque parezca superficial, banal, para muchas personas, a ella le ha hecho cambiar ese velo de inseguridad por uno completamente diferente. Ahora es perfecta, porque es inteligente y también se siente bien por fuera. Sé que ella lo agradece.

Últimamente veo mucho menos a Maca. Al asistir a institutos distintos y en un curso importante, apenas tenemos tiempo para vernos. Pero en cuanto como la llamo al teléfono fijo. Todavía quedan unas semanas de calor y queremos aprovecharlas para salir al encuentro de Enrique y Ángel y para celebrar alguna fiesta más en el pueblo. Un amigo de Juan tiene una casa más cerca que la mía a la ciudad y también puede celebrar fiestas allí.

Es extraño como dividimos el tiempo entre el instituto y nuestras salidas nocturnas. Nunca salgo con mis amigos de clase, a pesar de llevarnos fenomenal. Es como tener dos vidas paralelas. Casi ni soy la misma persona cuando llega el fin de semana que cuando estoy en clase. Llega el viernes y mi cerebro cambia el chip justo a las 15.00 horas. Es de una precisión alemana impresionante. Parece decirme «ya es la hora de cagarla, nena».

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora