28
Cuando al fin terminan todas esas semanas de sufrimiento, en las que estudiar se convierte en una prioridad, quieras o no, porque si no lo haces de esa manera y lo conviertes en un pensamiento secundario, después todo se va al traste. Ya no puedes salir tranquilamente de fiesta, porque tiene que estudiar para los exámenes que has suspendido. Ya no puedes quedar con tu novio, amante o con tus amigas, con la libertad con la que te gustaría, porque te tienes que pasar el día repasando asignaturas. Temarios que odiabas y que sigues odiando. Así que, lo mejor es estudiar mucho e intentar quitarte la tirita rápido. Es un mes terrible, temido por casi todos. Siempre estamos paranoicos, pensando en lo que es más importante, qué entrará, que no, qué tema te saltas, porque no te da tiempo a repasarlo todo. Es en esos momentos donde el alumno se vuelve tarumba, inventa teorías, aunque algunas resulten ser finalmente ciertas. Como cuando un chico de mi clase pensó que como nuestro profesor de historia era de izquierdas, seguro que entraba entre las preguntas largas, alguna relacionada con La República.
Después de esta locura, lo mejor es la cena. Puesto que no tenemos bailes, como en Estados Unidos, celebramos cenas. Muchas veces nos juntamos todas las clases del mismo curso. Este año solo somos dos de primero de bachillerato, por lo que no es nada complicado que nuestros delegados se pongan de acuerdo por una vez en todo el año para hacer algo.
Decidido el día y el sitio, solo queda comprar la ropa. Yo siempre estreno algo para esos momentos especiales. Solemos hacer votaciones a última hora, como quién es la mejor y el mejor vestido, quiénes los más simpáticos, etcétera. También lo hacemos para lo contrario, podría parecer algo feo, pero siempre nos echamos unas risas. No siempre gana o pierde la misma persona, aunque los más antipáticos suelen ser siempre los mismos.
Nos llevamos casi todos bastante bien. Tengo amigos en las dos clases y quedamos en los recreos para hacernos bromas, ver qué nos vamos a poner las chicas, qué los chicos, si iremos de etiqueta –esto siempre lo decimos en broma, por los bailes famosos con los que nosotras estamos obsesionadas-. Hablamos de ir a la peluquería –esto es verdad y yo lo hago bastante a menudo, aunque no vaya a una cena importante-.
En estas celebraciones tu pareja da un poco igual, porque si no va contigo a clase no está invitado, lo que te da más libertad si cabe, no físicamente, sino a nivel mental. Ese día no vas a quedar con él ni siquiera después de la cena, cuando todos nos vamos juntos a tomar unas copas y unos chupitos. Para mí son grandes momentos, porque tengo la oportunidad de desconectar de la vida diaria. Incluso de mis amigas diarias. Hoy es todo para los de bachillerato.
Además, me gusta uno de los jugadores de fútbol. Es monísimo. Siempre elegimos las mismas preguntas en los exámenes –cuando nos dan a elegir-, es muy tímido, se pone colorado por cualquier razón y parece simpático, cariñoso y además le gusta leer. Nunca se acerca demasiado a mí porque sabe que tengo o que tenía novio, o que lo tengo intermitentemente, pero me encantan nuestros encuentros en las escaleras y ver cómo se sonroja y sus amigos se ríen porque se han dado cuenta también. Cosas así.
Aparte de la cena, dentro de poco también nos veremos en la discoteca esa del barrio. Nosotras hemos ido solo un par de veces y siempre en viernes, pero ahora iremos más porque van un montón de chicos monos.
Bueno, la cena. Esta vez no hay nada nuevo, solo que voy con Mónica. Salimos las dos juntas de mi casa. Hemos quedado todos en la parada, incluidos los profesores que se han animado a ir. La situación es muy divertida, porque es el único momento en el que todos podemos ser iguales. No somos alumno y profesor, estamos de fiesta. Aunque sabemos que tenemos unos límites, la verdad es que esta cena es otro rollo porque ya hay muchos compañeros que cumplen los diecisiete. Ya no son catorce o quince. Estamos en una edad en la que no nos pueden pedir, por ejemplo, que no bebamos, y de hecho, ya en el restaurante, pedimos vino tinto para todos. Solo unos pocos beben agua o Coca Cola. Al principio nos sentamos casi como en clase. Luego, según van cayendo las copas de vino, nos vamos mezclando. Ahora estoy con uno de mis mejores amigos, Eduardo. Siempre me ha apoyado. Estuvo ahí cuando murió papá. Mantenemos conversaciones filosóficas por los pasillos del instituto en cuanto tenemos la oportunidad y nos llevamos fenomenal. Nos queremos mucho. Solo como amigos, porque a él le gusta otra compañera. Le gusta casi desde que llegó a esta ciudad desde la suya natal, donde se quedaron sus padres. Aquí vive con sus tíos. Nos llevamos muy bien los tres. De hecho nos llaman Los Tres Mosqueteros porque siempre estamos llegando tarde por estar hablando y cosas así.
A veces me da por pensar mucho y soy consciente de que nos queda, como mucho, un año y medio para estar juntos. No sé si seremos tan felices, tan inconscientes, pero cuando me da por tener esas ideas me deprimo. Me da pereza solo con imaginar la vida sin ellos, sobre todo sin Eduardo. Un día me dijo algo así como que por qué seguía con Juan, si no era humano, sino más bien una especie de simio que no había tenido la oportunidad de evolucionar. Y qué razón tenía. Por cosas así lo adoro. Siempre tiene una sonrisa para mí, incluso cuando está triste. Ojalá fuera correspondido en sus amores.
Estamos sentados en una mesa enorme, para las dos clases. Alguien nos saca fotografías. Posamos algunos. Brindando o haciendo el tonto. Nos juntamos para hacernos alguna con nuestros profesores favoritos. En mi caso, poso sonriente con mi profe de mates, que también es el director del instituto. Luego nos sacamos una todas las chicas juntas. Me hacen alguna con Talía, Mónica, Eduardo y el resto de compañeros. Estamos acalorados por el alcohol y ya es casi el momento de seguir con la fiesta en otro lugar.
Nos encontramos muy cerca de una buena zona de bares. Los profesores nos dicen que ellos solo se toman una copa y luego se van a casa, lo que hagamos nosotros a partir de ese momento es problema y responsabilidad nuestra.
Brindamos una última vez con ellos y los demás seguimos. Nos dirigimos a otra zona. Aquí tomo chupitos de tequila, que son un clásico en mí. Hablo con todo el mundo y me lo estoy pasando bomba. Tengo un momento menos fino en el que empiezo a ver solo sombras. Ahora sé lo que es «pillarse un ciego». Me siento un poco, para que me dé el aire y en ese momento aparece uno de mis compañeros. No va conmigo a clase, pero nos conocemos desde niños porque su madre me daba clase en el colegio. Se sienta a mi lado y me dice que él tampoco va muy bien a esas alturas de la noche. Decidimos que ya es hora de irnos. Son las cinco de la madrugada y aunque no lo parezca al día siguiente todavía nos queda una clase. Busco a Mónica porque duerme en mi casa. La encuentro. Va bastante borracha y a ella el alcohol le sienta como una patada. Siempre le da por vomitar. Siempre. Sin excepción.
Ya estamos un par de grupitos para pedir taxis, que a esas horas y ese día es complicado encontrar. Es la noche en la que tanto institutos, universidades y empresas organizan las cenas de navidad. Si miro a mi alrededor hay un montonazo de personas. Casi todas borrachas, muchas contentas, bailando, gritando, riendo. Los vecinos de la zona tienen que estar hasta las narices esos días. Se escucha el jaleo que nos adelantan las vacaciones a todos o a casi todos. Es un desmadre.
Llegan los taxis y nos vamos despidiendo. Ha sido una noche estupenda. Cuando llegamos a mi casa nos metemos en la cama sin apenas desvestirnos. Estamos agotadas y no tenemos mucho tiempo para dormir.
Ya es viernes. Nunca he entendido por qué las cenas se celebran entre semana con todo lo que eso implica. Tenemos una resaca de las buenas. Ni siquiera nos duchamos. Salimos de mi casa para ir a clase con una galleta en la mano que le he obligado a coger a Mónica porque no quería desayunar nada. Le digo que ni hablar, que hay que sobrevivir un día más de clase.
No somos las únicas que vamos perjudicadas a clase ese día. Muchos más van con caras de cansancio, ojeras, con la misma ropa que anoche y sospecho que más de uno ni ha dormido.
El viernes trascurre lento. Terriblemente lento. Me duele la cabeza y solo quiero llegar a casa para dormir. Lo mejor es que no he tenido tiempo de pensar ni en Juan, ni en Ángel ni en Enrique, ni Maca, ni Cata, ni en nadie. Ha sido un verdadero descanso para mi cerebro.
Cuando acaban las clases nos despedimos hasta dentro de quince días y me voy con Mónica, que tiene que recoger cosas suyas de mi casa.
Ahora viene mucho conmigo y hemos estado pensando que en noche vieja lo pase con nosotras. No tenemos claro si vamos a salir o no, ni dónde vamos a ir. A mí, por un lado, no me apetece, pero por otro es la mejor manera de desconectar de todo.
Mónica me dice que sí, que si puede, si la dejan venir, que sale conmigo. Se puede quedar a dormir en mi casa sin problema. Pero ya lo iremos viendo. Todavía queda para ese día.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...