Capítulo 53

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Pasamos varias semanas así. Quedando, o bien los cuatro, o Hugo y yo. En general ni Maca ni yo queremos quedar entre semana, por tema de los estudios. Los fines de semana nos presionan un poco. Nos lucen por la calle principal de nuestra ciudad. Esa es la palabra, «lucir» o «enseñar». Una tarde, Maca y yo nos damos cuenta de que unas chicas con uniforme de un colegio privado nos observan desde hace rato. Son guapas. Todas rubias. Reconozco entre ellas a la ex novia de Hugo. Miro a ambos y me enfado, ahora sí que es evidente que están poniendo celosas a esas chicas. No creo que porque quieran estar con ellas, creo que lo hacen simplemente para cabrearlas un poco.

En algún momento ellas se acercan y nos increpan. Cómo si nosotras tuviéramos la culpa de la actitud de estos dos.

Pero no son las únicas. Cuando llevamos un rato en el bar de siempre nos parece ver las cabezas conocidas de nuestros chicos. Maca me confiesa que le ha hablado a Enrique de Leo. La miro sin creérmelo, porque nos están espiando. Salgo un momento y voy al bar de al lado. Solo para asomarme. Ahí están. Juan, Enrique, Andrés y todos los demás. Me parece patético porque yo no me he dedicado a espiar a Juan por donde ellos salen y sabiendo que se está viendo con otras chicas. Es cierto que antes siempre estaba esperando y espiando desde mi ventana, pero hace tiempo que no lo hago. Aún así, nunca se me hubiera ocurrido ir a los lugares que él visita habitualmente.

Me sienta como un tiro y lo peor es que Hugo y Leo se han enterado y se están poniendo en modo gallito. Cuando entro en nuestro bar me encuentro con el espectáculo de que su ex novia está discutiendo con él. Es una locura de noche.

De pronto veo que se abre la puerta del bar. Entra, primero Andrés, seguido de Juan y de sus amigos. Enrique no está. Maca y yo nos miramos. Hugo y Leo se miran también. Veo que Leo hace un gesto a sus amigos, que están al otro lado del bar. Ahora parece todo una escena de Grease. Dos grupos enfrentados. Hugo me dice, muy chulito, que si no le voy a dar un beso. Lo miro y me niego. Entonces es Juan el que me dice que si no lo voy a saludar. Hay mucha tensión y demasiada testosterona. Siento que me despersonalizo por el estrés de la situación.

Me abro paso entre tanta chulería y me voy del bar. Me sigue Maca. Le digo que me voy a casa andando –últimamente siempre vamos caminando a todas partes-, ella me sigue. No se cree lo que acaba de ocurrir. Detrás vienen Hugo y Leo, pero estoy tan enfadada que les pido espacio. Tienen que dejarnos en paz, al menos a mí. A Maca tampoco le ha hecho mucha gracia el espectáculo. No sabe lo que habrá pensado Enrique.

Estoy cabreadísima. Sobre todo con Andrés, que pienso que es el Pepito Grillo de ese grupo de estúpidos. Estoy segura de que Juan ya estaría con otra chica si no le estuviesen comiendo la cabeza a todas horas.

Ahora la relación con Hugo seguro que se enfría y también la que mantengo con Leo.

El lunes les cuento lo qué ha pasado a las chicas de clase. Ellas se lo toman a risa, en plan como si todo fuera una película. A mí gracia, la justa.

Talía escucha, pero está como ausente y lleva días con pinta de enfadada. Le pregunto lo que le pasa pero dice que nada importante. Le vuelvo a preguntar si es por algo de Hugo y de Leo, y me responde, un poco borde, que ella nos los presentó y que ahora nadie la llama de ese grupo. Yo le digo que no es cosa ni mía ni de Maca, que debería de hablar con los chicos y solucionarlo con ellos.

Esa tarde, cuando me siento frente al ordenador y abro el correo, me encuentro con uno de Hugo y otro de Leo. Están los dos enfadados, pero no entiendo los mensajes. Algo así como que yo tonteo con Leo y con Juan, y más cosas de ese estilo. Además Hugo dice que le he enviado un correo diciéndole, por escrito y no a la cara que quiero estar con Leo. A raíz de esto, han discutido ellos dos. Ninguno quiere verme ni volver a hablar conmigo.

Llamo a Maca rápidamente y le cuento lo de los correos. Le juro que no he enviado ninguno, que no entiendo, además, de qué van, pero que no tengo manera de explicárselo. Ella me pregunta si alguien ha podido entrar en mi correo. Me quedo pensando y recuerdo que les di mi contraseña a Mónica y a Talía. Sospecho de Talía al instante, pero me quiero asegurar preguntándoles a las dos al día siguiente.

Cuando llego, las llamo a ambas y les pregunto que si alguna ha entrado en mi correo y se ha dedicado a enviar mensajes a Hugo y a Leo. Mónica me dice que sabe que ella no ha sido. Miro a Talía y me miente diciéndome que ella tampoco. La llamo mentirosa y le digo que me la ha liado gordísima con los chicos, que ahora no quieren hablarme y encima han discutido dos personas que eran íntimas. No sé los correos que ha enviado ella porque los ha borrado antes, así que las barbaridades que se haya inventado solo las sabe ella. Le digo que caerá sobre su conciencia, si es que la tiene. Que es feísimo y que si quiere que volvamos a ser amigas tendrá que arreglar lo que ha hecho. Ella lo sigue negando todo.

Al llegar a casa les escribo un mensaje a Hugo y a Leo. Les cuento que Talía ha entrado en mi correo y que los mensajes de los que me hablan los escribió ella. Además, les insisto, en que nosotros hemos hablado mucho, como para que ahora no sepan cómo escribo yo. Cuál es mi estilo. Que lean bien y luego recapaciten. Y que no se enfaden entre ellos porque los mensajes son falsos.

Pero siguen muy enfadados, aunque Hugo me ha escrito y cree que tengo razón y que no le engaño. Pero que ahora está muy tocado como para hablarme como antes.

Talía tarda una semana en confesar lo que ha hecho y otra en arreglarlo. Aún así yo casi no mantengo relación con Leo. No sé cuál fue su mensaje pero no quiere saber nada de mí. Solo mantiene una relación amorosa con Maca. Ella sigue siendo virgen y me comenta que se está planteando hacerlo con él. A mí no me gusta la idea, pero es cosa suya. Leo esconde muchas cosas que no tengo ni interés en saber.

Hugo sigue medio desaparecido, pero un sábado me envía flores y se disculpa. Justo ese día sube Juan a casa y le digo a mamá que por favor, que si pregunta para quién son, que diga que son de Javier, que también está presente. Cuando sube a casa las ve y pregunta. La tarjeta la tengo guardada yo. No parece creerse lo de que son de Javier, pero lo deja estar. No le quiero engañar, pero tampoco quiero echar más leña al fuego.

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora