7
Si me levanto hoy es porque hace un calor sofocante y tengo que ir al baño. Es más tarde que los anteriores días. Maca también está despierta y me sigue dirección a los baños. Estamos cansadas. Aunque hemos dormido algo, es un lugar incómodo para descansar. Al poco llegan Cata y Eva. Se nos ve a todas ojerosas. Mucho alcohol anoche. Todavía estoy pensando en las reflexiones que han hecho las holandesas sobre nosotros. Nos reímos de nuestra vuelta heroica a la tienda anoche y de cómo aguantamos menos de diez minutos en el pantano sin ver amanecer. Qué frío hacía.
La conclusión es que necesitamos ese café mágico con urgencia y comer algo. Sobre todo porque me tengo que tomar ibuprofeno y ya me está afectando todo físicamente. El dueño nos saluda como si nos conociera de toda la vida. Casi ni nos pregunta qué queremos. Lo del café seguro. Mientras lo tomamos y nos vamos despejando hacemos planes para ir al pantano, esté quien esté. Es nuestro último día, es decir, el último baño. Maca dice que sí se va a meter en el agua. Eva y Cata igual solo toman el sol. Me vale. Lo importante es que nos dé un poco el sol, aunque yo ya estoy negra. En solo dos días mi piel ha adquirido una tonalidad bastante oscura a pesar de la protección.
Vemos que se acercan Enrique y Ángel. Es perfecto porque también van a ir a bañarse. Suponemos que al final estaremos todos pero agradezco sinceramente que Juan y Andrés no hayan aparecido de momento. Es que no les aguanto más. Me vienen a la cabeza imágenes de ellos intentado llamar la atención y me asqueo instintivamente.
Nos despedimos del camarero y subimos la explanada que lleva a la tienda. Nos ponemos el bañador y preparamos las cosas. Salimos y nos vamos por nuestra cuenta. Nos apetece un poco de intimidad. Cuando llegamos veo, en la playa de piedras a un hombre con su pastor alemán. Le tira la pelota y el perro, incansable, va y viene. Le digo a Maca que si nos metemos y nadamos hasta el otro lado. Acepta y sin ponernos un rato en la piedra donde tomamos el sol nos metemos. Le cuesta avanzar, lo mismo que a mí, pero disfrutamos el reto. Las dos somos competitivas. Le enseño ese lado. Es asqueroso porque tiene algas y lodo en el fondo y da grima pisarlo. Nos sentamos en la roca desde la que se tiran los chicos y nos secamos mientras hablamos. Sin darnos cuenta tenemos a Ángel y a Enrique al lado. Les sonreímos. Cambiamos de tema. Les contamos el miedo que pasamos ayer al volver. Ellos nos hacen bromas. Al rato también llegan las holandesas. No son mala compañía. La mañana pasa rápido y ya es medio día. Decidimos volver porque aparte de haber dejado solas a Cata y a Eva, están Andrés y Juan. Hoy noto a Enrique más nervioso de lo habitual. Me pregunto qué le pasará.
Llegamos a la otra orilla, cansados. Nos tiramos en el hormigón, que está abrasando. Ángel se tira en su colchoneta. Me echo a reír porque pienso que parece un señor todo acomodado. Se lo han montado bien, pero llevan años yendo allí y ya se conocían las incomodidades. Enrique nos explica que el duerme en una cama hinchable de matrimonio. Oh, vaya, no sé qué decir, no me lo imagino durmiendo en solitario, la verdad. Maca tampoco. Somos inocentes, pero no tanto.
Hoy Juan, por alguna razón que todos desconocemos, está más hablador. Se sienta un rato a mi lado y me pregunta que qué tal lo estoy pasando. Soy mal pensada y de repente me doy cuenta de que me pregunta porque sabe que mañana nos marchamos y él se queda unos días más. Le respondo que me lo estoy pasando genial y que estoy conociendo a gente que me cae fenomenal. Hace bromas, como es habitual en él. Se dedica a hacer un rato el tonto y luego dice que va a bañarse. Ok, todos le miramos mientras se lanza torpemente al agua. Su hermano y Ángel ponen una cara que es un poema. Vemos cómo nada hasta la mitad del pantano. Nos entra la risa. Se le ve nadar como un perrillo. Mientras el resto hablamos, Juan grita. Me doy cuenta de que está pidiendo ayuda. No nada bien, pero pensamos que está de coña. Al poco le digo a su hermano que creo que va en serio y que se está ahogando, que debería ir a por él. No me hace caso. Todos ríen pero yo no. Ángel se da cuenta de mi tensión. Se levanta, sonriente y me ofrece la colchoneta. Me lo quedo mirando. ¿En serio me toca ir a mí?
ESTÁS LEYENDO
Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...