13
Nos ponemos en marcha. Hay que empezar a preparar la barbacoa. Maca y yo limpiamos un poco el salón, pasamos un paño húmedo porque todo está cubierto de polvo y barremos, escaleras incluidas y la zona de abajo. El polvo nos hace estornudar continuamente, es tan desagradable que no nos importa dedicar un rato a esa actividad, Enrique se pone con la barbacoa, ayudado de cerca por Ángel. Desde una de las ventanas que dan al patio, Maca y yo espiamos lo que hacen. Vemos a María, siempre tan complaciente, siempre a la espera de una caricia. Juan habla mucho con Victoria. Me pregunto qué ve en ella. No sé si le gusta un poco o intenta ponerme celosa, pero hoy desde luego no es su día porque voy a aprovechar algún momento para quedarme a solas con Ángel.
Lo hablo con Maca casi una hora. Lo vulgares que nos parecen las hermanas, que no se han ofrecido a ayudar en nada y solo se las ve tontear, buscar cariño, a sabiendas que nosotras estamos a otras cosas. Todo con un aire apestoso de desprecio hacia nuestra persona. Cómo si no fuera yo la dueña de todo eso y como si Maca no fuera la persona más importante que hay allí dentro. Internamente lo siento por mi amiga, porque a ella se le ha complicado el día. Nosotras dos no somos como ellas. No andamos detrás de nadie como si fuéramos perros en busca de amor. Somos mucho más orgullosas, sobre todo Maca, y aunque en muchos aspectos de su vida no es la actitud más adecuada ni la más agradable de ver, ahora sí lo es, porque deberían estar adorándonos a nosotras y no a ellas. Pero es más fácil así. No les llevan nunca la contraria, les alaban en todo lo que hacen, les ríen las gracias, todas, no se dejan ni una. Escucho a Juan cantando e imitando a la perfección a King África. No podemos evitar reírnos desde nuestro puesto de vigilancia.
De repente aparece el hermano de Ángel. Es de los más educados. Quiere saber si puede ayudar de alguna manera porque casi todos están vagueando. Le digo que no, que todo está bien y que tranquilo. Pero no se le ve tranquilo. Sabe que las cosas ahí abajo, en el patio, se van a poner más tensas. Lo leo en su mirada. Ve a Juan con esa actitud hacia Victoria y estoy segura de que opina como yo, que no pinta nada. También es consciente de la situación de Maca. Es un chico muy sensible, como Ángel, incluso puede que más. Anda disgustado desde lo del camping. Me lo ha dicho en varias ocasiones. Se ha disculpado tantas veces que ya me da hasta pena. Él no tiene la culpa de lo que hace su amigo, aunque lo que me extraña es que lo sigan siendo. No pegan nada.
Vienen Enrique y Ángel y su hermano desaparece sigilosamente. Enrique se lleva a Maca a una habitación para hablar. Ángel mira por la ventana y me dice que si estábamos observando. « ¿Tú qué crees? », le respondo, a lo que él sonríe. No le pregunto qué hacen esas dos en mi casa porque sé que no me va a responder y que si consigo que hable será a su pesar. Le miro y le digo que lo que veo es perfecto, Juan está entretenido y además le recuerdo que hemos roto.
Enrique sale con Maca, que no me cuenta nada de la conversación. Tenemos que ir bajando porque van a empezar a poner la carne y las demás cosas. Como no bebo cerveza, ni vino, tomo agua. Ya beberé Vodka después. Somos muchos y algunos de los amigos de Juan no dejan de vigilar la comida. Andrés, en una de sus bromas, le dice a uno de ellos que parece un aguilucho esperando para cazar, porque no deja de mirar de cerca cómo se hace todo. Está preparado para ser el primero en comer, como si no hubiera suficiente. Nosotras nos sentamos en la mesa gigante que hay fuera y esperamos a que nos sirvan. Ángel decide ponerse junto a mí, lo que no hace gracia a Juan, que nos mira desde lejos, mientras habla con Victoria. Andrés anda siempre vigilándonos a todos. Enrique se sienta enfrente de nostras, y a su lado se pone María. Empiezo a odiar sus silencios, su forma de acatar sus deseos.
Comemos, y me lo paso bien, porque estoy hablando con el chico que me interesa. Lo hacemos bajito, intentando no dejar de lado a Maca, que aunque está callada y de mal humor, lo escucha y ve todo. Estamos llenos. Hemos comido hasta reventar. Hace calor y todos, sin excepción, decidimos apilar los platos para fregarlos luego y subimos a echarnos un rato la siesta, a leer o a lo que sea.
Pronto todo se va quedando en silencio. Nosotras nos hemos metido en la habitación de mis padres. Le digo que voy a aprovechar para fregar los platos sola. Ella se queda dentro. Cuando salgo me doy cuenta de que faltan Enrique y María. Pregunto y me dice un amigo de Juan que están follando en la cocina, que los han visto y que no es la primera vez, que los vieron en un coche, hace tiempo. Me quedo perpleja, no por el hecho en sí, sino porque están en mi casa y está Maca. De momento no le voy a decir nada de eso, al menos ese día.
Veo a Ángel en el sillón, bien acomodado, con un vaso de whisky en la mano y le digo que me bajo a fregar. Juan está dormido. Victoria está hablando con algunos de los chicos, pero en general están todos atontados de la comida. Mejor así.
Hoy me siento especialmente guapa. Estoy morena, la piel me brilla y parece sana, llevo el pelo recién lavado y liso y mis vaqueros me sientan de muerte. Bajo y me preparo para la tarea. No me pongo guantes, a pesar de que el agua está saliendo fría. Lo lleno y hecho jabón para que haga espuma. Me concentro tanto en lo que hago que no me doy cuenta de que alguien ha salido y se pone detrás de mí. Se aprieta contra mi espalda y contra mi trasero y me roza los brazos hasta llegar a mis manos. Por un segundo creo que es Juan y me pongo en tensión, pero él nunca ha sido tan delicado. Me vuelvo, sorprendida y me relajo al ver que es Ángel. Me sonríe y me pregunta que si puede fregar conmigo. Me excita la situación y es agradable. También hay cierto descaro en lo que estamos haciendo porque todos están arriba y nos podrían ver. Seguimos así hasta que terminamos de fregar y entonces Enrique aparece por la puerta. Nos mira, abre los ojos, se ríe y dice: «por si os interesa, se están empezando a mover todos, pero no quería interrumpir». A Ángel se le han subido los colores. Que su amigo le haya pillado así le ha puesto nervioso. Se separa de mí y con tono irónico, pero cariñoso, me dice: «hala, ya hemos tenido suficiente por hoy». «No», pienso, esto no es suficiente. Pero Ángel ya está volviendo a arriba, como si no hubiera pasado nada. Yo termino de limpiar. Lo seco todo. En ese tiempo aparece Juan, que me mira extrañado. Me pregunta que si lo he limpiado todo yo sola. Estoy segura que alguien le ha dicho que vio a Ángel bajar detrás de mí y que acaba de volver, pero yo le miento descaradamente a la cara y le digo que sí. Le miento porque no quiero ser una cabrona y expresar mis sentimientos. Porque le he dejado y puede que necesite un tiempo. Puede que haya hecho mal al no decirle la verdad. Puede que de esa forma parase, que así me dejase ir del todo. Pero la mentira ya está en el aire. Me cuesta hacerlo porque se me suele ver a la legua cuando digo algo que no siento. Es posible que algo esté cambiando dentro de mí y que me esté llevando por un camino oscuro.
Ya estoy escuchando el movimiento de todos. Algunos se van sentando fuera. Otros limpian la barbacoa. Vamos a quedarnos hasta tarde. Enrique ha ido a ver a Maca. No sé nada de ella desde hace una hora y media. La verdad es que me he olvidado del mundo mientras fregábamos. Nunca imaginé que fregar platos pudiera ser sexi, excitante, travieso.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...