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No me cuesta demasiado convencer a mi mejor amiga para pasar unos días en el campo. A ella le gusta el hermano de Juan. Durante el invierno hemos coincidido alguna vez con él y aunque apenas han hablado, se nota la química a distancia. Durante ese tiempo, Juan y yo hemos tenido varias crisis en nuestra relación.
Para empezar, me dejó sola cuando papá estuvo ingresado. No fue capaz de quedarse ni una sola noche para hacerme compañía, sabiendo, porque lo habíamos hablado, que yo era incapaz de dormir por el miedo y la angustia que me atenazaban esos días. Me sentía sola y traicionada, porque aunque estaba con mi hermano, la compañía de Juan hubiera sido bien recibida. No sé por qué se comportó de una forma tan vil y cobarde. Que fuera tan egoísta. Pensar que él se iba a su casa, con su familia, con sus padres y sus hermanos, a dormir tranquilo en su cama. Me revolvía las entrañas. Tuve mucha suerte de que estuviese mi hermano y de que a las doce de la noche siempre pudiese contar con una de mis amigas, Cata, para hablar. Esos días iban a cambiar muchas cosas dentro de mí.
Pero cuando todo pasó, estaba tan perdida y desorientada que no pensé, ni por un segundo, en cortar la relación. Primero no vi el momento. Los días posteriores a su muerte fueron demasiado confusos. Después ya no tuve valor, o ganas y continué con el piloto automático. Si me estaba rompiendo por dentro no lo sabía ni yo misma. Además, todo era más complicado de lo que parece. Los padres de Juan se habían portado fenomenal conmigo todo el tiempo. Conocían a mi padre y siempre nos han tenido mucho cariño. Es mirar a su madre a los ojos y ya no puedo decirle que no quiero estar con su hijo, que hace mucho que se terminaron las noches mágicas de verano, que ya no hay pasión, que los hilos que nos sostienen están tan tensos que se van a romper en cualquier momento. No, no puedo. Y veo a mi madre, triste, pero intentando que no se le note, que tampoco logro que salga nada de mi garganta. Así que me lo he guardado dentro y he decidido intentar que las cosas mejoren. Me he propuesto poner de mi parte, porque aunque ya no me siento enamorada, sé que lo quiero. No puedo dejar de querer a alguien de la noche a la mañana. Nadie puede. O igual sí, probablemente haya personas más valientes que yo por ahí fuera.
La cuestión es que me he enterado hace poco por una compañera de clase que antes salía con Juan que le ha visto tonteando peligrosamente con una amiga suya. Sé con quién. Es muy guapa y no le importa que el chico a por el que va tenga novia o no. Simplemente le gusta entrar en acción, enrollarse y dejarlo. Mi compañera dice que incluso les ha visto subir a su casa –a por un vaso de agua, escuchó-, «sí, claro, pienso». Esta noticia me ha consumido, me ha desestabilizado, porque soy una chica confiada. Igual soy muy inocente. Es mi primer novio; soy guapa, lista, aunque no saco las mejores notas, pero no soy capaz de imaginar que me van a engañar. Es mi primera vez con este tema. Estoy destrozada. Cuando se lo comento a Juan me dice que es sólo una amiga, que no me preocupe, pero yo lo hago, por supuesto. Me duele que haya sembrado la duda y sé que siempre estará presente en todo. Pero sigo con él. Soy y me siento patética.
De repente hago cosas que antes no hacía porque ni se me pasaban por la cabeza. Le llamo una mañana de fin de semana, sobre las once. Lo coge su madre que me dice que está en la cama, que anoche volvió tarde. Lo dice con voz triste porque se da cuenta que yo no sabía eso. Para mi sorpresa vuelvo a llamar pasada media hora y ahora lo coge Enrique. Sigue durmiendo. Para que no vuelva a llamar me dice que le da el mensaje. Me estoy volviendo loca. Nunca he hecho eso. Llamar como una novia celosa. Él no aparece hasta por la tarde. No se molesta ni en coger el teléfono para hablar.
Ahora lloro mucho, casi a diario. Miro, de forma obsesiva por la ventana, porque él vive en frente de mi casa y lo veo todo. Algunas veces tomo un trago de Martini que mamá guarda en un armario para calmarme. Me quedo dormida en el sofá más de un día. Mi hermano me encuentra a veces llorando, desesperada y siempre me pregunta qué me pasa, a lo que yo siempre respondo lo mismo, que nada. Mamá no se da cuenta porque entre semana trabaja y yo intento que no se me note mi estado de ánimo.
Un día por fin soy capaz de reaccionar y decido cortar la relación. Falta poco para final de curso, para el verano. Quedo con Juan. «Tenemos que cortar». No se lo espera. Llora. Suplica. Se disculpa. Pero no le sirve de nada, la decisión está tomada. Se marcha a casa, supongo que se lo cuenta a sus amigos, pero no a sus padres. Yo me voy a mi casa. No se lo digo a nadie, sólo a mis amigas y pasado un buen rato. No se lo creen, pero se alegran. No era una relación sana.
No sé cómo sentirme. Llevaba dos años atada a alguien y ahora soy libre. Ya no lloro. Voy a disfrutar de las últimas semanas de clase. Siempre voy con Cata, que es la única de mis amigas que viene al mismo instituto que yo. A ella la conocí también hace dos años. Estaba sola. No tenía amigas y vestía fatal. Un día se me ocurrió acercarme y nos pusimos a hablar. Me cayó bien desde el principio. La invité a salir con mis amigas algún día. Ella accedió. La aceptaron desde el primer momento. Un día decidimos llevarla de compras. Cata tenía un cuerpazo y no lo estaba aprovechando. Cuando salimos de la tienda parecía otra persona. De pronto se sentía más segura y me reía con ella porque le decía que ahora me hacía la competencia. La verdad es que lo pasábamos muy bien. Íbamos al cine y en general éramos muy sanas. El verano del camping estábamos obsesionadas por una nueva serie, Dawson Creek y nos pasábamos horas comentando los capítulos.
Pasan los días y una mañana me está esperando el mejor amigo de Juan en la entrada del instituto. Quiere hablar conmigo. Accedo, porque me lo pide con educación. Dice que Juan no deja de llorar y que quiere volver, que por favor le dé una oportunidad.
Después de muchas luchas internas le digo a Juan que hablamos luego, en mi portal. Llega, con la cabeza gacha, como un perro que sabe que ha hecho algo mal e intenta dar pena. Y lo logra. Me dice que no va a volver a portarse mal. Que ha cometido errores –no dice cuales- pero que sólo quiere estar conmigo. Y no sé por qué, me lo creo. Y como me lo creo no me parece descabellada la idea que me propone Enrique para ese verano. Juan y yo hemos vuelto.
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Algo raro pasó
Novela JuvenilJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...