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Salimos un lunes y volveremos el sábado a medio día. La mayoría vamos acompañados de alguno de nuestros progenitores. La calle, a las siete de la mañana, está hasta arriba de personas. Mochilonas, maletas, bolsos, mochilas, muchas caras de sueño, de esas de no haber dormido por los nervios. Nos encontramos hasta con algunos de los que no van a venir, que se quieren despedir de nosotros. Veo a Juan por la ventana y me dice adiós con la mano. Anoche no vino a despedirse –aunque no estemos juntos-, pero parece que por la mañana ha cambiado de opinión. No puedo evitar mirar a su ventana cada vez que salgo de casa, es instintivo, demasiados años juntos.
Llegamos a la puerta del instituto y allí está, el autobús que nos va a llevar a Madrid. Veo a Martina, que es con quién me voy a sentar, y nos abrazamos. Mamá reconoce a Carlos y le saluda. Es en ese momento cuando me fijo en él de verdad. Me dice mamá que es el sobrino de su amiga. Tiene la cara sonriente. Mide más a menos lo mismo que yo. Es rubio y de ojos claros. Está un poco gordito, pero es muy mono. Se pone rojo como un tomate cuando nos presenta oficialmente mi madre. Nos sonreímos. Me parece inaudito que no hayamos cruzado nunca ni una palabra.
Empezamos a meter las cosas en el autobús. Al principio seguimos un orden, pero pronto las maletas empiezan a estar apiñadas unas encima de otras. Me pongo a pensar que van a reventar las de abajo, así que espero a que todos hayan metido las suyas. Todo son risas y nervios. Nos abrazamos a modo de despedida. Yo con mamá, que me desea buen viaje y me dice que lo disfrute, que me lo pase bien y que no me sienta sola, porque no lo estoy. Agradecida subo y me siento junto a Martina a mitad del bus. Nunca delante, que es donde se suelen sentar los empollones y tampoco detrás del todo, que es el lugar de los macarras. Y nos da por cantar. Cantamos todos. Los profesores nos piden calma, que ya salimos y no podemos distraer al conductor armándola en el bus. Pero seguimos hablando en voz alta. Para que nos escuchen los de más atrás o los de delante. Algunos intentan tumbarse en medio del bus porque tienen sueño. Yo me río, pero enseguida riñen a mi compañera y le indican que se siente bien. Aún así lo vuelve a hacer unas cuantas veces.
He visto a Cata y a alguna otra amiga del segundo curso, pero ellas han subido en otro autobús. Esta vez hay dos, pero nos dice uno de los profes que Italia han contratado uno de dos pisos. Gritamos, emocionados y nos riñen de nuevo. Es una gran noticia porque así podré estar con Cata más tiempo. Martina y yo nos sacamos las primeras fotos. Nos cambiamos la ropa, las gafas de sol, hasta de peinado. Vamos todo el viaje a Madrid haciendo el tonto. Conociéndonos y soltando nervios. Pocos son los que han viajado alguna vez en avión. Se supone que todo el proceso lo van a llevar los profesores, como es lógico, pero cuando nos encontramos en el aeropuerto estamos emocionados, buscando los DNI y todo lo que piden. Algunos no lo encuentran. Los adultos se empiezan a poner nerviosos. Creen que hacemos muchas bobadas y que estamos de broma.
Nos toca esperar un par de horas, tirados encima de las maletas. Pero es ahora cuando empieza lo bueno. Seguimos haciéndonos fotos, compramos algo de comer allí, nos paseamos por las tiendas, que son mucho más baratas, nos riñen de nuevo; nada de compras hasta que no lleguemos a nuestro destino o no vamos a entrar todos. A Martina y a mí se empiezan a unir Paula, Marta y León. Nos echamos unas risas. Me reúno con Cata un rato, va otra amiga que sale en mi grupo de forma habitual pero nunca me he llevado demasiado bien con ella, especialmente después del «incidente». El verano del año que murió mi padre, Cata dio una fiesta en su casa. A mí no me dejaron acudir, a pesar de que era en el mismo barrio, pero todos los demás sí que fueron. Con «todos los demás» me refiero a que invitaron a Juan, a Enrique y a todo el grupo. Durante la fiesta Cata me llamó para decirme que esta chica estaba todo el tiempo encima de Juan. Desde ese día la mantengo a distancia. Sé que Juan no es de fiar, pero si una de tus amigas tampoco lo es, es mucho peor. Hablo con Cata un buen rato. Me dice que si me siento sola en algún momento no dude en acudir a ella. Se acercan otras de mis antiguas compañeras a expresar lo mismo. A la mayoría las conozco desde parvulitos, o al menos, desde el colegio. Hay confianza. Pero es verdad que me llevo mucho mejor con mis compañeros actuales. Puede que nosotros seamos todavía un poco más críos, menos maduros y que esa locura me guste y me atraiga.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...