Capítulo 12

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Cuando llegamos están todos allí. Excepto Juan, que ya conoce la casa, todos se quedan alucinados, porque es enorme, aunque más alucinada estamos Maca y yo cuando vemos el coche de María con otra chica. Nos la presenta como su hermana, Victoria. Yo miro a Enrique y le pregunto que quién las ha invitado. Dice que no pasa nada, que así estamos todos más acompañados y hay más chicas. Miro a Maca, que tiene la cara hecha un cuadro. No me lo puedo creer. Entramos, para enseñarles la casa, no me queda más remedio que explicarles dónde pueden entrar y dónde no.

Miro a Victoria, que es bastante normalucha, sin encanto. Menos que su hermana. No sé qué pinta aquí. Pero me dirige la palabra, algo que su hermana nunca ha hecho. Dice que parece una casa muy bonita, muy grande, muy antigua y que le gusta. Vale, pienso yo, pero sigo opinando que no deberías estar aquí. Juan y Andrés parecen divertidos con la situación. Ahora mismo me parecen unos cabrones.

El pueblo es solitario. Les cuento que la propiedad que han visto al entrar en el mismo es la del alcalde. Que tiene un caballo al que siempre saludo y que hay un Pastor Alemán que le protege y que hace unos años me mordió la mano. Hay cuatro casas más a la vista. En la plaza, que es muy pequeña y que arreglaron dos hombres que recibían terapia en el centro de rehabilitación que hay, justo al lado de la iglesia –hay dos, una está cerrada, aunque nosotros entrábamos buscando ruinas, como si fuéramos jóvenes Indiana Jones-. Una de las casas era de unos amigos con los que jugábamos en verano. Otra es de un cazador furtivo que sabemos que esconde sus trofeos en un sótano; aparte de eso es un maltratador de animales. Nunca olvidaré la vez que mi perro se metió en su casa porque olió a su perra que estaba en celo y la paliza que le dieron y que casi lo mata. En la última vive un veterinario, si se le puede llamar así, porque ayudó bien poco a nuestro perro aquel día. Hay algunas casas más, de personas que antes venían a cenar a nuestra casa. Pero justo hoy no se ve a nadie por la calle. Solo algún perro callejero.

Les voy dirigiendo desde que entramos por la puerta principal. Parezco una guía turística en toda regla. Nada más entrar, a la derecha, está la cocina. Tiene de todo, hasta un viejo microondas y un frigorífico del año de la pera. No solíamos cocinar ahí –normalmente lo hacíamos en la cocina de fuera-, pero hace el servicio del desayuno, por ejemplo. Mientras la observan van dejando las cosas de comer y beber en la mesa que hay en medio. Salimos y sigo con el tour. A mano derecha hay dos habitaciones que se comunican con una puerta interior. Solo se puede entrar en una de ellas y a duras penas. Son habitaciones prohibidas. Dentro de una hay muebles antiguos, bibliotecas, armarios, cosas así. En la otra hay cosas personales, como ropa, libros, juguetes, en general objetos que se han ido acumulando en el último año y que ya no vamos a utilizar. Pegada a esta hay unas escaleras. La segunda planta es bastante amplia también. Justo enfrente está el doble salón, que también se comunica tanto por fuera como por dentro. En una sala se puede comer –de hecho hemos hecho muchas cenas con muchas personas allí-; hay libros, sillones –uno está en una de las ventanas y es muy interesante para leer-. En el otro lado está la televisión –viejísima pero que funciona-, un sofá, sillones, una mesa de cristal, un armario con libros antiguos dentro de una cristalera y una chimenea. Al lado está la habitación, enorme también, donde dormíamos mi hermano y yo. Pero hay tres camas y mucho espacio, dos de ellas son de matrimonio y la otra es pequeña; hay un armario y un balcón; además al lado de cada cama hay una mesilla. Están todos embobados de lo grande que es todo. Menos el baño que es pequeñito y solo tiene un wáter y un lavamanos. Luego está la habitación donde dormían mis padres. Es más pequeña que la nuestra, de buen tamaño, pero más normal. En frente del salón hay otra habitación. Esa iba a ser la mía oficialmente. Algún día. Da al interior del patio. Es grande y tiene un vestidor. Pero no les dejo entrar porque el suelo no está en buen estado. Las escaleras siguen su ascenso hasta dar con una puerta de madera maciza. Saco la llave y me cuesta abrirla. Tienen que subir de uno en uno, echar un vistazo y bajar, porque no me fío de esa zona tampoco, aunque en teoría lo que está en peor estado es el techo, no el suelo. Al subir, el desván ocupa buena parte de la casa. Tiene varias ventanas y hasta una habitación. Allí hay juguetes de cuando éramos pequeños. Ahora la casa es un poco siniestra –bueno, siempre lo fue, les comento, que a mi madre le encantaba asustarnos con cuentos de terror, historias de niñeras que se llevaban a los niños y canciones típicas de película de miedo-. Enrique está encantado con estos detalles, pero noto desasosiego en el resto. Juan en particular y su mejor amigo son bastante cobardicas con ese tema y se van corriendo hacía alguna zona soleada de la planta intermedia. Maca sonríe porque ha vivido alguna de esas historias. Somos amigas desde hace tantos años que es raro que no hayamos hecho algo a la par. A su padre le daba miedo que su hija viniese a pasar unos días el verano de hace un par de años, cuando la invité, pero finalmente lo logramos y lo pasamos en grande. Hasta fuimos a las fiestas de un pueblo conocido que está muy cerca.

Ahora les digo que les tengo que enseñar lo último, la planta de abajo, casi, casi, donde vamos a pasar la mayor parte del tiempo. Les llevo al otro lado. Es decir, desde la entrada principal a la izquierda. Les enseño, de pasada, la habitación de herramientas de mi padre, que es doble, enorme y está más que prohibida. Ven la trampilla que baja a la bodega –y que no van a ver por dentro aunque quisieran-, se dan cuenta de que hay más escaleras, pero a esa zona tampoco pueden subir y hasta dudo de si es nuestra. Luego, más a la izquierda, se ve una puerta mucho más pequeña, también de madera. Les cuento que esa da a otra calle del pueblo y que tampoco la vamos a usar. Les enseño el baño gigante de la parte baja. Se quedan perplejos porque al entrar no se ve la ducha, ni el wáter, ni el lavamanos, solo un pasillo con un armario a la derecha y cuadros –sí, cuadros- a la izquierda y después, al girar a la izquierda, se ven los otros elementos. Ese baño, les comento, ha sido el motivo de muchas de mis pesadillas. La primera vez que vi Psicosis, en blanco y negro, fue precisamente en esa casa. Al día siguiente, mi madre tuvo que quedarse mientras me duchaba. Da bastante miedo. La otra habitación tiene cosas para poner en marcha un horno –que no funciona-, el agua de la pila que hay en el patio, donde tendremos que fregar después, gasolina, ese tipo de objetos. Otra habitación prohibida. Al salir se ve la cocina que usábamos, la pila de fregar y luego un patio enorme donde todavía se distinguen los abrevaderos de los caballos, por ejemplo. Allí está la barbacoa, otra pila de piedra y una manguera que nos servía en verano para una duchita rápida después de un baño en la piscina desmontable que teníamos en mitad del patio. La tercera entrada es la del patio, que sirve para meter el coche, entre otras cosas.

Veo que todos están observando todo como si fuera un museo un poco siniestro, pero a la vez molón. Casi todos han decidido permanecer en las habitaciones donde hay luz, que son casi las pocas permitidas y me parece bien.

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora