Capítulo 22

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Me levanto. Es más tarde de lo habitual. Tengo la cabeza como con niebla. Necesito una ducha. Ni siquiera desayuno. No hay nadie levantado todavía. Me meto debajo del agua y noto un dolor intenso en el pómulo. Me había olvidado de eso. Me lavo con cuidado porque me duele bastante. Me da miedo mirarlo en el espejo. Salgo de la ducha, después de haberme purificado y quito el vaho del espejo con la toalla. Ahí está, mi pómulo morado. No se ve tanto como si hubiera sido un puñetazo, pero se nota. Tengo que maquillarme antes de salir del baño, aunque sea solo la base. Como me acabo de lavar el pelo me lo dejo suelto.

Ahora si noto que me ruge el estómago. Voy a la cocina, me preparo café y me hago un señor huevo frito. Lo devoro todo. Luego me voy al salón. Me gusta pasar un rato sentada en el sofá viendo dibujos animados. Es algo que hacemos siempre mi hermano y yo, incluso siendo mayores. Nos encantan, nos relajan, es para empezar el día bien, con buen rollo, sin dramas, sin noticias –que nunca veo-. Se levanta mi hermano, que me gruñe como saludo y al rato se levanta mi madre también. Tenemos la típica conversación: «¿qué tal la noche, todo bien?» «sí, todo bien, he cortado con Juan, no le vas a ver por aquí, al menos en un tiempo», «pero hija, ¿por qué?», «porque es un capullo mamá, ya está». No quiero seguir hablando del tema, no se me pasa por la cabeza de la vergüenza que me da, decirle que ayer me siguió y me amenazó. Si Enrique no se hubiera metido por medio ¡a saber que habría pasado! Ya le hubiera dado yo lo que se merecía.

Suena el teléfono. Miro en el lector de llamada y veo el teléfono de la casa de Juan. Espero que sea Enrique, sino cuelgo. Descuelgo el teléfono y es Enrique. Me pregunta cómo estoy, le digo que no puedo hablar mucho pero que me ha dejado un morado y encima me duele. Me cuenta que no le ha dicho nada a su madre para no darle un disgusto, pero que no se habla con Juan, que ayer se pasó tres pueblos, que le dijo que eso no se hace y menos a una chica. Luego me dice que también le di miedo yo. Que le dijo a Ángel que me cogiese porque vio mucha rabia y pensó que lo iba a matar. Yo me río y le contesto que en realidad hizo bien, porque lo hubiera hecho.

No le cuento que me he liado con su mejor amigo, supongo que lo hablarán entre ellos luego. Le digo que no me apetece mucho ver a nadie. Que seguramente no salga de casa y que ya hablaremos. Estoy agotada todavía. Me pesa el cuerpo. Le dejo claro que no quiero que Juan me moleste bajo ningún concepto, que si tenemos que hablar ya lo haremos cuando a mí me apetezca. Está de acuerdo. Colgamos.

Llaman otra vez. Ahora es Ángel. No le gusta mucho hablar por teléfono por lo que la conversación es corta. Lo mismo que Enrique, cómo estoy, que si me duele, yo le cuento que no quiero hablar con Juan y que hoy tampoco tengo cuerpo para ver a nadie, pero que entre semana nos vemos si él quiere. Claro que sí, me responde.

Suena por tercera vez el teléfono. Veo que es Maca. Lo cojo y ahora sí, me siento en el suelo, porque hablo desde la entrada para que nadie me escuche y solo me puedo acomodar apoyada en la puerta de casa. Con ella estoy hablando, al menos, una hora. Ayer alucinó, me habló de lo que ella vio y que Enrique discutió en la calle con Juan. Me contó que lo vio mucha gente, muchos conocidos, que le preguntaron incluso a ella qué había pasado. En resumen, que no me extrañase si mañana me preguntaban en clase. Porque debía de haber mucha gente de mi instituto, comenta. Cambio de tema y le cuento con detalles mi rollito. Eso le gusta más. Le doy permiso para contárselo a las chicas si las ve hoy. Yo no creo que me acerque. Lo entiende. Cuando colgamos es casi la hora de comer.

El resto del día trascurre tranquilo. Me meto en mi habitación a dormir y a leer, y cuando veo que la salita está vacía me pongo una película. Así, sola, de relax, qué ya he tenido bastante para toda la semana.

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora