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Martina y yo nos vamos a poner el pijama porque pensamos que para qué vamos a estar vestidas en una fiesta en la que no tenemos pensado liarnos con nadie, con la incomodidad del maquillaje y ese tipo de detalles. Vamos a ser prácticas porque en el fondo estamos agotadas.
No he contado a mis compañeros de viaje –excepto a Cata y muy resumido- que he cortado con Juan a propósito para el viaje porque estaba poniéndose muy pesado con los celos y porque me ha dado la gana y ya está. No quiero armar revuelo, que sé que luego se alborotan los chicos a mi alrededor. De momento, sigo teniendo novio, aunque a nadie parece importarle. Estos viajes están para tener el dicho de «lo que se hace en Las Vegas, se queda en Las Vegas», pues igual aquí, «lo que pase en Italia no sale de Italia». De hecho lo hemos comentado varias veces porque me he dado cuenta de varios chicos de otras clases que me echaban miraditas. La verdad es que acaba de empezar la aventura y ya tengo en el bote a Carlos, a Daniel –un chico mayor-, a Izan –que no ha parado de mirarme desde que me vio subir al bus en España- y creo que Adrián también anda un poco detrás –es un chico de clase, muy amigo de Carlos pero con el que todavía no he hablado-. No tengo pensado que pase nada, pero si pasa, pasó. Aunque tontear para mí es una regla de oro y eso me lo voy a permitir. No es una cuestión de venganza, pero sí de tener la libertad de hacer lo quiera, cuándo y cómo desee, sin sentirme mal y sin necesidad de engañar. Porque a diferencia de Juan, yo soy más valiente para esas cosas y a pesar de quererlo, no voy a estar pendiente de sus penosos celos que vienen de la mano de Andrés. Voy a olvidarme esos cinco días de su existencia. Ya ha empezado ese olvido, porque es verdad que hasta que no nos hemos parado a esperar para la fiesta no me he acordado de él en todo el día.
Abrimos las maletas y sacamos orgullosas nuestros pijamas y ¡¡oooohhhh!!! ¡¡¡¡Son iguales!!! No lo podemos creer. ¿No había pijamas suficientes en todo El Corte Inglés que mi compi de habitación lleva el mismo que yo?, nos echamos a reír y corremos a hacernos una foto. Luego pediremos a alguien que nos saque más, porque eso va a ir a la posteridad. Lo veremos, pasados los años, y lo recordaremos con cariño y con una sonrisa enorme pintada en la cara. Estoy segura.
Suena el teléfono de la habitación. Martina y yo nos miramos sorprendidas. No habíamos visto el fijo y suena de forma insistente. Son Paula y Marta, que ya vienen. Perfecto. Empieza a escucharse movimiento fuera. De pronto se encienden y se apagan las luces del pasillo. Ya no nos hace gracia que tengan sensor de movimientos. Nos van a pillar. Nos asomamos y vemos a algunos haciendo malabares, pegados a la pared, en modo Misión Imposible, para que las malditas luces no se enciendan.
La habitación comienza a llenarse de gente rápidamente.
Hace mucho tiempo que no me siento tan libre. Tan yo. Sin tener que pensar en absolutamente nadie más. El teléfono móvil que llevo apenas funciona allí. Es una maravilla.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...