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Ya es hora de irnos. Es temprano. Pienso que menos mal que se ha levantado Enrique para llevarnos. Ha dormido con María. Esa información la sé por los comentarios que escucho de algunos amigos de Juan, que todo lo cascan sin filtro. La cara de Maca es un poema. Cata y Eva no dicen nada. Tengo la sensación de que todas estamos sumidas en nuestras teorías sobre lo que ha pasado.
Primero me despido de Ángel, con la promesa de que hablaremos cuando vuelva del camping. Le digo que hablaré con Juan allí, aunque él no ha comentado nada sobre mantener ningún tipo de relación conmigo, pero se me hace cuesta arriba soportar las formas del que se supone es mi novio y que debería tratarme con mucho más cariño, amor y respeto. Aun así dejo esa información, para que la procese y también para expresarlo en alto y escucharlo yo también. Es una promesa de futuro. Uno en el que me alguien que me gusta me trate mejor.
Ahora le toca el turno a Juan. Apenas puedo mirarlo. Me dice «nena, nos vemos en casa», «te aviso cuando esté, te llamo». Y yo lo único que puedo imaginar es una farsa, porque ya lo conozco. Se le da de fábula contar mentiras. Sus amigos, excepto Andrés, se despiden con deferencia, porque saben que Juan se porta mal y puedo oler como una parte de sus mentes aborrece ese trato.
Me alivia subirme al coche con Enrique, aunque echo un último vistazo por la ventanilla para mirar a Ángel. No cabe en el coche y creo que tampoco hubiera venido a despedirme. Y menos delante de Juan, que parece un perro guardián en algunos momentos. Tampoco nos despedimos de las holandesas.
Me siento delante, Cata y Eva van hablando de algo que les causa hilaridad y que noto que no es compartida por Maca, que mira por la ventilla, pero sin ver nada. Sumida en sus pensamientos. Cruzo una mirada con Enrique, que sabe lo que quiere decir, y que es algo así como: «no lo has hecho bien, tío».
Nos ayuda a sacar las cosas y espera a que subamos en el autocar. Lo vemos marchar con el coche y Maca y yo nos relajamos un poco. Nos sentamos igual que a la ida. Analizamos los hechos y sé que lo seguiremos haciendo en los días venideros. Parece que no ha pasado nada, sin embargo son muchos detalles. En mi caso es todo un mundo porque me estoy planteando dejar a Juan por Ángel. Es como mi excusa para hacerlo definitivamente, porque me gusta de veras y me hace sentir bien, aunque por momentos ha sido un poco arisco, pero lo pienso detenidamente y es normal porque él considera que soy la novia de Juan, y claro, es libre de tontear y yo también, pero tiene un código moral más férreo que el mío, lo que me llama la atención y me gusta.
Por otro lado Maca nos habla de sus inquietudes con respecto a Enrique y a María, lo que es normal, a mí tampoco me gusta. Primero, la hemos visto llegar con mucha seguridad, es decir, no solo la estaba esperando, sino que ha aparecido con las manos vacías y se ha instalado con Enrique en su tienda. Ni siquiera he querido preguntar dónde ha dormido Ángel. Supongo que en la otra tienda que tienen. Luego es una chica del trabajo, es decir, se ven a diario. Eso me ha causado mal rollo, desconfianza, sobre todo porque ya hemos confirmado que se lio con Meike. Todos la conocían, por lo que es de suponer que han salido juntos en más de una ocasión. Y más detalles, que vamos exponiendo entre todas. Pero a pesar de esto, se nota que Maca está muy emperrada en conseguir algo con Enrique.
La vuelta es en parte deprimente. Me gustaba mucho más el paisaje salvaje del norte. Y volver a casa significa volver a la rutina y también quiere decir que nos toca esperar a que vuelvan los chicos. Nos espera una semana de verano que llenaremos con visitas a la piscina de Maca, donde seguiremos desgranando los tres días fuera. Iremos a nuestro bar habitual y comeremos chuches de nuestro quiosco favorito del barrio. Les contaremos mil veces al resto del grupo lo que ha pasado. El fin de semana iremos a nuestra discoteca favorita. Esto es lo que más ilusión me hace porque es como un segundo hogar para mí. Me encanta la música que ponen, la gente que va, cómo huele, las bebidas que tomamos. Estoy enamorada de ese lugar, sin duda.
Cuando llega el autocar nos espera la madre de Maca. Nos saluda con cariño, pero mira a su hija con preocupación. Nos pregunta que qué tal lo hemos pasado. Le decimos, sin alargarnos, que un poco de todo. Que hemos conocido a gente nueva. Que algunos momentos fueron mejores y otros no tanto. Pero no contamos nada en particular porque a Maca no le gusta nada hablar de su vida privada. De hecho yo sé con certeza que me oculta partes de sus conversaciones con Enrique, algo que yo no suelo hacer. Tengo por costumbre que si voy a contar algo, contarlo todo y bien, sobre todo si es para pedir consejo luego. Pero Maca para eso es mucho más retraída. Más callada.
Nos va dejando en nuestras respectivas casas. Entro en la mía y mi madre está en la cocina. Se me queda mirando y de pronto exclama, ¡pero hija, si estás negra! Yo me río y me miro en el espejo que tenemos en la entrada. La verdad es que sí me ha cogido mucho el sol de la montaña. Incluso cuando iba con pantalones y camiseta, la cara está negra. Mis ojos grises se marcan ahora mucho más.
Saludo a mi hermano, que está en su habitación y me voy a la duchar directamente. Me lavo el pelo y me siento mejor. Lo tenía horrible. No sé ni cómo he ligado. Recojo la mochila y echo a lavar la ropa. Cojo un libro de Stephen King, cualquiera de los que tengo y que ya he leído me sirve para desconectar un rato. Antes de la llamada de Maca que estoy segura que recibiré en un rato. Bueno, y de alguna más del grupo, que se quiera enterar de las novedades. Cojo mi móvil y envío un mensaje de texto a las chicas. Luego me conectaré al chat del ordenador si no quedamos.
Tengo hambre. Siempre que vuelvo de algún sitio mi madre me hace patatas fritas con un filete. Me encantan las patatas. Como, saboreando cada una de ellas. Le cuento por encima lo de las holandesas, pero no le digo que Juan me ha gritado o que he tonteado con Ángel. Solo hago comentarios vagos sobre Juan, sobre Andrés y poco más. Necesito tumbarme un poco. Me voy a la habitación. Ni siquiera pienso en por qué no he dicho que Juan me ha tratado mal. Igual por vergüenza de mí misma.
Por la tarde, comienzan las llamadas. Quedamos las amigas que no estamos fuera de la ciudad en el quiosco. Les empezamos contando las partes divertidas. Como cuando Eva sacó las toallitas o cuando Maca dijo que solo tenía un riñón –hecho que a ella no le hizo gracia-. Luego, como no arrancaba a hablar, les narré el ataque de Juan, cómo nos tiraron huevos, los gritos posteriores, las malas caras, la aparición de las holandesas, la de Andrés y por último, mi favorita, la de María. Todas estaban con cara de alucinadas. La historia parecía del todo absurda y surrealista. Vamos, casi, como recién salida de una novela. Cata y Eva contaron lo que ellas pensaban, cómo habían analizado y estudiado la situación desde fuera. Para ellas no se salvaba ninguno. Ni siquiera Ángel, aunque este era el que mejor les caía, pero no lo veían como alguien fuerte. Maca se mantenía callada, casi parecía avergonzada. Creo que las dos sabíamos que no era un buen trato el que estábamos haciendo con el grupo, pero estábamos tan convencidas...
Las chicas nos contaron cómo habían pasado ellas esos días, que básicamente había sido de la forma más típica y aburrida. Es decir, como ninguna tenía piscina, los habían pasado en el bar. Aburridas y esperando nuestra vuelta.
Decidimos ir mañana a la piscina. En realidad pasamos toda la semana entre la piscina, paseos, alguna visita al centro para hacer alguna compra y el bar. Esperando.
En ese tiempo Maca y yo nos obsesionamos un poco y vamos tramando cómo averiguar si Enrique tiene una relación seria con María, por ejemplo. Como yo vivo enfrente de su parcela suelo tener buenas vistas de quién va con quién y si quedan mucho seguro que lo veré. Ya tengo controlado el coche de Enrique, el de Andrés o el de María, si lo dejan aparcado enfrente, lo sabré.
Las chicas creen que estamos entrando en una espiral un poco loca. Puede ser divertido, pero también podemos salir mal paradas.
Empezaba a esbozar en mi mente el ir algún día a una casa que tenemos en un pueblo de la España Vaciada, donde apenas hay treinta personas. Puede ser una buena ocasión para continuar el tonteo. Se lo comento a Maca, a la que se le ilumina la cara por la idea. Tengo que hablarlo con mi madre y con Enrique, que al final es el que organiza estas cosas y además tiene que llevarnos en el coche. Estoy deseando llegar a casa para pedir permiso. Eso es lo primero.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...