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Por fin estamos en el hotel y ya solo la recepción es completamente distinta a la cutred de Roma. Es amplia y tan bonita e impresionante como su ciudad. Las chicas nos miramos con la ilusión de poder darnos una buena ducha después de tres días agónicos. Esta vez tenemos que ser cuatro e incluso más en las habitaciones. Es alucinante, tienen que ser bastante amplias. Nos juntamos con Paula y Marta, con las que hemos hecho muy buenas migas, porque Cata va a estar en la habitación de otras chicas. Coincide que estamos todos en la misma planta, lo que se plantea como un reto para futuras fiestas. Además en la planta no están los profesores. Eso es bueno también.
Entramos las cuatro en nuestra habitación. Notamos que la cerradura no va muy bien, pero lo único que nos interesa es ver el baño. Nos acercamos las cuatro, esperando un milagro, ¡y ocurre!, sale un chorro fuerte y abundante y ¡además caliente!, no nos lo creemos. Salimos, para ver el espacio. Hay cuatro camas juntas, con sábanas blancas y ¡limpias! Y una preciosa terraza desde la que se ve alguna calle de Florencia. Deshacemos rápido las maletas y nos ponemos un orden para darnos una buena ducha. Sin prisa. Al terminar tenemos que darnos una vuelta para buscar alcohol y refrescos y cosas para comer. Aunque lo vayamos a tomar con calma nos tiene que dar tiempo a hacerlo todo antes de la hora de cenar.
Sale Paula la primera y nos damos cuenta de que según abre la ventana del baño, se abre al mismo tiempo la puerta principal. Corremos a cerrarla y somos conscientes de que tendrá que haber siempre alguien haciendo guardia. Llaman a la puerta y aparece un compañero que ha visto a Paula salir de la ducha. Le hace una foto por debajo de la toalla –que no va a salir- y se ríe. Nos cae bien y sabemos que aunque saliese la foto no haría nada imprudente con ella, pero le avisamos de que es la última vez, que si no se lo decimos a los profesores. Con esas cosas no se juega, vaya estrés. Dice que le gustaría vernos hacer pis. Le cerramos la puerta en las narices. Paula nos cuenta que por fin ha ido al baño, ¡aleluya!
Ahora me toca a mí. También consigo hacer aguas mayores, y ducharme es un placer. Me lavo a conciencia el pelo, que por fin queda limpio. Así vamos pasando todas y cuando nos hemos quitado la mugre y el moho de Roma, nos vestimos para bajar a la calle. Pero antes nos llaman algunos amigos, vamos viendo más habitaciones y es sorprendente que la nuestra sea de las más sencillas. Algunos tienen pinturas en las paredes y camas mucho más llamativas. Todas son enormes. Nada que ver, desde luego, con la experiencia anterior.
Como muchos van con atraso en su aseo personal nos dejan dinero para que compremos cosas.
Salimos del hotel. Por el camino nos encontramos con un profesor, que nos advierte que no vayamos muy lejos y que no tardemos, que toca cena.
Encontramos tiendas sin problemas, compramos lo necesario y volvemos. Nos meten prisa para ir a dejar las cosas.
Cuando bajamos están sirviendo la cena. Es pasta –cómo no- y está deliciosa. Comemos todos juntos porque han conseguido juntar varias mesas. Nada más terminar nos vamos. Los chicos habituales, incluidos Carlos y Adrián entran con nosotras. También están algunos compañeros a los que apenas conozco, pero entramos todos de sobra. Mientras bebemos una copa pensamos que es buena idea dormir todos en la misma habitación. Además los profesores están abajo y si no armamos mucho jaleo, seguro que no nos pillan. Por lo que quedamos al rato, mientras nos ponemos el pijama.
Estamos cansados y entre los chicos con los que puedo elegir dormir me quedo con Mario. Sé que no va a intentar meterme mano. Izan se queda desolado, pero no me voy a engañar, después de haberse empalmado yo no me fío. Así que dormimos en una esquina Mario y yo. Y el resto se pone como puede. Nos quedamos dormidos casi al instante. Entre sábanas limpias y que huelen increíblemente bien. Estoy en la gloria.
Me despierto sobresaltada y noto que hay alguien encima de mí. Abro los ojos y enfoco la vista. Es Izan. Lo miro, entre asustada y enfadada y él se aparta. Veo que Carlos está riendo a carcajadas y les pregunto qué les hace tanta gracia. Izan me dice, tartamudeando, que solo me estaba arropando porque estaba temblando y yo lo miro, ahora enfadada y le suelto que no hacía falta ponerse encima. Pero le perdono al segundo. Lo cierto es que es un chico extremadamente dulce y simpático y yo tengo malas pulgas. Pero riño a Carlos. Ya tiene mucha confianza. Se acerca y me pregunta si luego podemos hablar. En el bus, mientras vemos Pisa o en Verona. Le digo que vale, pero que basta de bromitas. La que peor noche ha tenido ha sido Marta. Parece ser que no la han dejado dormir porque la querían meter mano. Sin duda ha tenido mala suerte. No es ni la más guapa ni la más simpática, por lo que no lo entiendo. Si las demás hemos dormido es porque les hemos puesto límites. No obstante yo me he sentido tan a gusto con Mario que le pregunto si puedo dormir con él las dos noches que nos quedan. Dice que sí, que el también ha estado muy tranquilo. Perfecto. Cualquier se fía del resto de adolescentes con las hormonas desbocadas que tenemos alrededor.
Cuando bajamos a desayunar, después de una nueva gran ducha y de habernos puesto guapas, nadie nos echa la bronca. Nadie se ha quejado y todos parecen haberlo pasado bien con sus grupos. Nos reímos mientras contamos anécdotas. Dice nuestro delegado que esta noche tenemos que ir a su habitación para ver a lo que se dedican ellos. Que se estuvieron riendo horas. Genial, al final la liamos por movernos mucho, pero si es tan divertido habrá que ir.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...