9
Por fin. Es Sábado por la mañana y veo los coches de Enrique y de Andrés aparcados. No hago más que mirar mi teléfono móvil, pero no suena. Juan me prometió una llamada. Tampoco suena el fijo. Me estoy desesperando. Llamo a Maca para decirle que han vuelto pero que no sé nada de ninguno. Veo las persianas bajadas. Dios mío, de pronto me he vuelto una acosadora que no hace más que vigilar la casa de enfrente. Maca quiere quedar. Venir a mi parcela. Sentarse conmigo en el banco que hay en mi portal. Acepto. Mejor acompañada que sola.
Decido vestirme, prepararme y esperar abajo. No soporto la incertidumbre. Creo que nadie la soporta, pero en este momento a mí me vuelve loca. Soy consciente de que tengo una charla pendiente con Juan. Una conversación incómoda que ya hemos tenido más veces. Demasiadas. Por otro lado tengo ganas de ver Ángel. Estoy intranquila. Los nervios se me ponen siempre en la boca del estómago. Llega Maca. Se ha dado relativa prisa. Viste vaqueros de campana y una camiseta de manga corta. Nada de tirante. Creo que nunca la he visto en tirantes.
Analizamos la situación. Mi madre me ha dado permiso para pasar un día en la casa del pueblo, y ya es mucho porque está muy abandonada y es tan grande y en parte, peligrosa, que me parece un milagro. Pero me deja porque viene Enrique, al que cree responsable –y supongo que más o menos lo es-. Ahora hay que planteárselo a él. Lo malo es que seguro que quiere que vayan todos. Es incapaz de dejar de lado a Juan. Estoy segura. No obstante yo lo voy a dejar con Juan. Tengo muchas ganas de ver qué ocurre con Ángel y sinceramente, ahora me importa un bledo lo demás.
Alguien sale del portal de enfrente. Es Enrique. Le llamo, a gritos, porque no sé silbar. En cuanto ve que estamos las dos cambia de rumbo y viene. Está cruzando la carretera y vemos a Ángel, que también va a cruzar la calle. Estamos los cuatro solos. Aprovechamos y les explico lo de la casa. Enrique sabe cuál es, aunque él no ha estado nunca. Juan y sus padres sí. En la época en la que vivía papá. Creo que pasamos un buen día, cuando todavía éramos felices y nos escapábamos con las bicis para ir a los pueblos cercanos, o como cuando cogíamos la motocicleta que había comprado mi padre a la hija de un buen amigo, por si algún día nos apetecía probarla a mi hermano y a mí, cuando tuviésemos el carné. Eran tiempos divertidos en los que no pensábamos demasiado. Estábamos locos de amor y éramos unos inconscientes. Eran tiempos en los que lo pasábamos en grande. Sin culpas, sin arrepentimientos, solo nosotros dos. Vivíamos el presente sin pensar en el mañana. Sin embargo ahora solo pienso en el mañana. En qué pasará cuando corte con Juan, en si Ángel dará el paso, en el comienzo del nuevo curso, tan importante, los dos años que me llevarán a la universidad. Ya no miro el ahora, todo es el mañana.
A los dos les gusta la idea. Con tal de hacer una barbacoa y una fiesta no les importa ni cuándo ni cómo. No hay ni rastro de Juan y ya es casi la hora de comer. Maca se ha quedado como en un segundo plano. No ha intentado llevarse a Enrique para hablar con él ni ha abierto la boca para decir nada. Da la sensación de que solo quería ver a Enrique. Sin más. Eso o está bloqueada. Yo hablo nerviosamente por las dos, o por los cuatro, si hace falta. Ángel me observa, como si fuera un ser extraño, puro nervio. Me escucha algún tartamudeo y sonríe. Enrique me dice en algún momento que no se me entiende, que hable más despacio. Estoy emocionada. Tengo la certeza de que va a salir bien. No veo peligros.
Entonces Enrique me lleva aparte. Me pregunta que qué voy a hacer con su hermano y le digo la verdad. Quiero dejarlo. Me gusta Ángel. No me arrepiento de lo que sale por mi boca. Lo veo con tanta claridad que no dudo ni un segundo. Le parece la mejor decisión que podía tomar. Aunque ahora sigue en la cama, comenta. Sé que Enrique me quiere, a pesar de hacer mil cosas mal. Soy su «hermana incestuosa», como decimos los dos entre risas, porque primero soy la hermana que nunca tuvo, pero después me toca el culo, porque le encanta. Un día me persiguió por toda su casa, delante de Juan, que ni se inmutó. Me cogió, me sobó, me abrazó. No me importó, ni me importa. Con Enrique todo sucede de otra manera. Hace que no sientas rechazo por esas bobadas. Rechazo y asco que sí siento ante otros muchos chicos y hombres. Como cuando me agarra Andrés. Siempre hago el gesto de quitármelo de encima, como si fuera un insecto asqueroso, una cucaracha que quieres aplastar.
Bueno, pues cuando quiera el señor Juan ya me llamará, ya vendrá. Me molesta que duerma tan tranquilo. Siempre duerme bien. No siente culpabilidad por nada en absoluto. Me alucina y me fascina al mismo tiempo. Yo ya siento culpa por mis pensamientos impuros con Ángel. O por esas conversaciones tan privadas, tan íntimas, que hemos mantenido en solo tres o cuatro días que nos conocemos realmente. Ha sido todo tan instantáneo que me da vértigo y sé que a él también. Hace el intento de que nos rocemos, pero algo le frena. No parece de la edad de Enrique. A él se lo ve tan seguro en todos los pasos que da. Como si diera por hecho que le va a salir bien cualquier empresa. Ángel casi tiembla con cada movimiento. Esa parte no me convence. Es tan dulce...pero también necesito un pilar macizo, que mantenga apartadas mis inseguridades, mis miedos, que me compenetre. Lo veo más cercano a mí que Juan, no obstante, necesito que empiece a ser mi complemento.
Ya es tarde y tenemos que irnos a comer. Nos despedimos todos. Maca se va a su casa también. Le acompaña Enrique un trecho.
ESTÁS LEYENDO
Algo raro pasó
Novela JuvenilJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...