9
Nos levantamos mucho peor que la mañana anterior. No somos personas. Hacemos lo mismo. Lavarnos, vestirnos, peinarnos, perfume (Anaïs Anaïs de Cacharel) y bajamos, con peor cara, peor pelo, más cansados. Desayunamos. Nos hacen otra foto. Casi no me hace ni gracia. Hoy vamos al Vaticano. Espero despejarme antes de llegar porque no me estoy enterando de la mitad de las visitas. También vamos a visitar una famosa iglesia, con un Neptuno que impone por su tamaño, según nos van contando los profesores.
En un determinado momento se me acerca el profe de mates. Dice que «entre nosotros», se alegra mucho de que me lleve tan bien con mis compañeros. Que mi madre estaba preocupada porque no sabía qué tal me lo iba a pasar, con quién estaría y lo típico. Se alegra también porque somos un buen grupo. Tanto nosotros como los mayores. No hemos tenido disputas ni nada, a pesar de las fiestas, que me comenta que se nos notan ya en la cara que llevamos. Yo le digo que también es culpa de las duchas, porque sería una increíble maravilla que nos pudiéramos duchar y refrescarnos.
Ese día hace un calor impresionante. El cielo está totalmente despejado. El bus nos ha dejado en el Vaticano. Hacemos bromas a la guardia suiza, que no puede ni sonreír ni decir nada a pesar de que bromeamos y nos acercamos. Entramos en la plaza. Nos cuenta que es una ciudad independiente de Roma. Para entrar nos piden a las chicas que nos tapemos un poco los escotes. Ni siquiera pensamos en que es una bobada. Lo hacemos y punto. Vamos entrando y nos van entregando las entradas. Ya tengo más tinta para guardar. Más recuerdos bonitos. Fecha, día y hora de entrada en la casa del Papa. Mientras nos van enseñando salas, pinturas y nos van contando la historia, me quedo mirando al suelo y veo luz. Pregunto qué es lo que hay abajo y un guía me responde que son los pasillos secretos del Vaticano. Por ahí se mueve la gente importante. No sé si lo dice de verdad o solo se ríe un poco de una turista joven, pero no puedo evitar querer bajar. Obviamente es imposible. Todo está muy vigilado. Tanto, que casi da miedo.
Impresionan todas las salas. Sobre todo la Capilla Sixtina. No se permite hacer fotos, para no estropear la pintura. Venden muchas fotos fuera, postales y muchas cosas relacionadas. A la salida me compro un par de camisetas, unas postales y un rosario blanco bendecido por el Papa. Eso es para mi bisabuela, que se emociona solo de pensar que estoy en el Vaticano. Ella, que va a misa casi a diario.
Martina y el resto también compran cosas. La verdad es que es muy barato comparado con España.
Ahora vamos a la iglesia. Nos hacemos fotos allí, en las escaleras, con Neptuno, que realmente impone. Aunque también todas las esculturas que hay, las pinturas, los cuadros, las columnas, el suelo. Todo es deslumbrante. A pesar de que me resulta una ciudad extremadamente contaminada y que se ve el humo de coches y motos, añadido al ruido incesante, la ciudad de Roma es inmensa en todo su significado. No nos va a dar tiempo a ver mucho más. Nos van a dejar la tarde libre, como suelen hacer, para que sigamos explorando.
Esa tarde, algunos de nuestros amigos, intentan ponerse en contacto con nosotros, pero sin mucho éxito. Apenas hay cobertura. A mamá casi todo el tiempo le envío mensajes que encima cuestan un pastón. Conseguimos hablar cinco minutos con ellos, les confesamos que nos habíamos olvidado por completo de ellos. Es que estamos en otro universo, les explico. No tenemos que pensar en nadie, solo en nosotros, en nuestra diversión, en nuestros deseos y placeres. Ya parecemos griegos y romanos. Se despiden y nos desean que lo sigamos pasando bien. Les envío saludos para Talía y Mónica, con las que tampoco he logrado hablar.
Hacemos piña y nos vamos a recorrer las calles de Roma hasta que llega la hora de volver.
Y lo mismo. Nos montamos en el bus, todos revueltos, nos hacemos fotos y cuando llegamos preparamos la última fiesta, que va a ser épica. Decidimos que vamos a cambiar la habitación porque los profesores ya saben quiénes somos los que las organizamos.
ESTÁS LEYENDO
Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...