Capítulo 42

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Estos días he sacado tantas fotos que tengo que cambiar el carrete. Me ayudan León y Carlos. Damos vueltas y vueltas para que el carrete se enrolle bien ¡y lo logramos! Primeras fotos salvadas. Nos hace gracia la cámara que es como un tormento antiguo. Esperamos que al menos hayan salido bien.

Hoy visitamos Pisa y Verona. Va a ser todo bastante rápido porque el último día nos toca Venecia.

Nos subimos al bus. Es muy temprano y tenemos mucho que ver en poco tiempo. Lo vamos a hacer casi de pasada. No nos vamos a quedar demasiado en ningún sitio.

Pisa tiene su encanto, aunque nada que ver con Florencia. Nos queremos hacer las típicas fotos con la torre detrás, como si la sujetásemos. Calculo mal y me saco una foto del ojo. Me he quedado ciega con el flash. Martina espera y me pregunta que qué hago. Quedarme ciega, le respondo. Cuando recupero la visión le hago la foto y al revés. Nos paramos en un puesto y compro una pequeña torre, que pago. Pero de repente el vendedor empieza a gritar que le he robado. Yo me quedo quieta y le digo que es mentira, que le acabo de pagar. Acude un profesor, que me cree y manda a tomar por saco al vendedor. No quiero saber nada más de Pisa. Ni siquiera me impacta la ciudad. Comemos allí y rápidamente nos acercamos a Verona.

Verona sí es preciosa. Sigue sin ser Florencia, no huele ni a Florencia, pero tiene unas calles empedradas sobre las que da gusto caminar. Vamos muy deprisa. Nos llevan a ver la casa de Julieta. Es lo más famoso de allí. Nos hacemos la clásica foto con la mano en su teta izquierda para que nos dé suerte. La teta está lisa de tanto toqueteo, a diferencia de la derecha. Eso me hace gracia y a la vez me cabrea. Destrozar así patrimonio, para la foto del turista, que yo también me he hecho...aysss.

Nos comemos otro helado allí Cata y yo. Qué rico está, comentamos. Son muy famosos. A mí no me suelen gustar, pero en Italia voy a engordar tres kilos solo con el helado que estoy consumiendo, aunque luego pienso en el café, que me hace volar y creo que se compensa todo.

Estoy muy feliz, le digo. No tengo ninguna preocupación. Soy libre. De verdad que no me creo que casi sea nuestro último día. Es jueves ya. Se ha pasado volando. Mañana estamos nerviosas por ver Venecia. Me resulta curioso vivir entre canales. De Venecia tengo interés en visitar algunas casas. Espero que me dé tiempo. No quiero irme, le digo en modo romántico a Cata. No quiero volver para tener los mismos problemas, las mismas preocupaciones. No quiero ver las mismas calles de siempre, ni a la misma gente. Esto es un sueño. No me lo imaginaba así. No podía ni soñar que nos llevaríamos tan bien, que no tendríamos discusiones estúpidas y que aunque sabía que había chicos en ese viaje a los que les gustaba, no me estaban estorbando. Cata me entiende. Pues claro, somos amigas desde hace años.

Volvemos al bus. Me siento con Carlos y hablamos el viaje de vuelta a Florencia.

Confiesa que se ha enamorado de mí en el viaje. Bueno, que ya lo estaba un poco pero que nunca se había atrevido a hablarme. Le parecía muy inaccesible. Ahora no opina eso. Le respondo que me siento halagada, pero que yo no siento lo mismo, al menos en ese momento. Le contesto lo mismo que estaba hablando con Cata, que ahora me siento completamente libre y no quiero pensar en nadie ni en nada. Que mi vida en los últimos dos años ha sido una verdadera montaña rusa y no para bien. He hecho muchas tonterías y he cometido demasiados errores. Quiero ser sincera, pero sin hacerle daño. Le prometo que seguiremos hablando y saliendo en España. Que podemos ir al cine y hacer cosas, aunque yo no piense en una relación. Se queda un poco aplanado, mustio, añusgado, pero cuando llegamos al hotel se le ha pasado, al menos aparentemente.

Estamos agotados. Cenamos directamente, sin pasar por la habitación. Ya iremos luego y nos ducharemos. Veremos el espectáculo de la otra habitación y a dormir. No me apetece tomar nada, la verdad. Estoy agotada. Esas visitas en tan poco tiempo y corriendo de un lado a otro casi me matan.

Subimos a la habitación. Nos damos una última ducha. Los chicos hacen el tonto intentando vernos desnudas. Pero lo hacen de coña, no hacen fuerza para poder vernos. Pero nosotras estamos cansadas y ellos nos agotan más. Cuando nos ponemos los pijamas salimos y nos dirigimos a la habitación del compañero. La sala es enorme y al final hay una cama enorme. Allí está uno de los «colgados» de clase, fumándose un canuto enorme. Nos reímos todos con ganas y vamos pasando todos a ver el espectáculo. Está como un rey. Madre mía.

Volvemos a la habitación y nos tumbamos como ayer. Con la salvedad de que Carlos duerme al otro lado, es decir, tengo a un lado a Mario y al otro a Carlos. Duermo del tirón. Al despertar veo a Marta dormida, pero sentada en una silla que tiene pinta de ser bastante incómoda. Tiene el cuello en una mala posición. Se despierta y le hago un gesto, « ¿Por qué duermes así?», «los chicos no paraban de sobarme». Se empiezan a despertar todos. Martina y Paula le hacen la misma pregunta a Marta. Nos reímos porque en el fondo también es culpa de ella, por no decirles que se fuesen de la cama ellos.

Nos preparamos las maletas. Nos arreglamos. Nos despedimos del olor a limpio y de una ciudad que no voy a olvidar en la vida. Es arte puro. Pensé que Roma me dejaría sin aire, pero no, ha sido Florencia.

Vamos comentando cómo ha dormido Marta. Algunos de los chicos se ríen también y entonces me vuelvo, enfadada. No, vosotros no os riáis, no tendríais que haberla molestado. Soy unos imbéciles y no tenéis respeto.

Desayunamos. Y nos vamos. Con mucha pena.

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora