Capítulo 6

7 2 2
                                    


6

Hemos conseguido dormir un poco. Es evidente que han descansado mejor Eva y Cata. Maca y yo nos hemos tirado media noche cuchicheando, pero al final, el cansancio de todo el día anterior pudo con nosotras y caímos en un sueño profundo. Nos despierta el calor sofocante. Anoche hacía tanto frío que nos quedamos dormidas con un montón de ropa de abrigo encima. Ahora son las siete de la mañana y el sol ya nos da de lleno en la tienda. Todas abrimos casi al tiempo los ojos y empezamos a quitarnos prendas. Aún así deberíamos abrir un poco para ventilar. Huele a humanidad que tira para atrás. Ya estoy pensando en hacer pis –fundamental- en un café –también fundamental- y en un bañito, que para eso hemos ido. Tenemos que ponernos las pilas y sobre todo nuestros sexis biquinis nuevos. Me asomo un poco y aparte de a nuestra vaca particular que está pastando casi dentro de la tienda, no veo a absolutamente a nadie. Ni siquiera parece estar abierto el chiringuito. Pero las ganas de ir al baño, como siempre, me pueden y no soy la única. Maca viene corriendo detrás de mí. Tiene mejor cara que anoche y está sonriendo.

Terminamos las cuatro metidas en los servicios. Hemos descansado y aunque sigue muy presente lo que ocurrió anoche, ahora tenemos nuevos objetivos. Necesito urgentemente un café. No tengo hambre de momento. Está a punto de bajarme la regla y me duele todo un poco. Vaya asco. Tendré que estar pendiente de ponerme un tampón, que me resecan un montón y a veces me hacen daño, pero no queda otra. Nos lavamos un poco y salimos. Vemos que el chico que lleva el chiringuito está colocando las mesas y las sillas. Le preguntamos si podemos sentarnos mientras termina y nos responde que sí, claro. Al final pedimos un desayuno con café cargado, tostada y zumo. No aparece nadie mientras estamos allí. Parece que todos los chicos se quedan dormidos. Con el calor que hace ya, tan temprano, no entiendo cómo pueden estar en ese horno de tienda. Planeamos lo que vamos a hacer hasta medio día. Ponernos los biquinis, sacar las toallas, acordarnos de llevar crema solar, gafas de sol, champú y jabón, porque las duchas están cerca del pantano y a un buen tramo de dónde estamos nosotras acampadas. Nos vamos a hacer unos sándwiches, por si nos entra el hambre allí, qué el agua todo el mundo sabe que da hambre. Nos despedimos del chico, le damos las gracias, le decimos que el café estaba buenísimo. Mientras subimos por la colina que lleva a nuestra tienda les comento a las chicas que si no están como una moto. El café me ha puesto a mil. Nos reímos y soltamos la burrada de que igual nos ha puesto coca porque andamos todas a tope en pocos minutos. Parece que flotemos. Lo hacemos todo rápido, Recoger la tienda, coger las cosas para irnos, a toda mecha. Los chicos no aparecen, pero yo sé que cuando se despierten irán viniendo. Maca mira ansiosa hacia la tienda de Enrique y yo le digo que se calme, que tendremos tiempo. Ahora es nuestro momento. Quiero vaguear. Tumbarme al sol punzante de la montaña, tan distinto al que conozco de la playa, que aparentemente es más suave. En el mar corre siempre una brisa y cerca del agua parece que hace más fresco. Ahora, en el pantano, son solo las diez y el sol cae como una plancha de hormigón sobre nosotras. Nos aplasta. Nos quitamos la poca ropa que llevamos y nos tumbamos de forma perezosa mientras divagamos sobre bobadas. No quiero hablar de Juan ni de sus amigos. Pienso en Ángel. Me apetece mucho él. Y justo, cuando ya ha pasado un buen rato y estamos hablando de más, una sombra cae sobre mí.

Mierda, pienso, es Ángel, que se ríe de mí porque me estoy abrasando. «Necesitas más crema y un baño», me dice. Me pongo roja como un tomate, y en realidad él también. Las chicas se ríen, no sonríen, sino que se ríen de veras. Con él viene Enrique, y ahora es Maca la que está rojísima. ¡Vaya tres, pienso! Porque Enrique no se pone de ningún color. Yo sé que está acostumbrado a torear en muchas plazas, aunque Maca es complicada.

Se tumban junto a nosotras. Me emociona sentirles tan cerca. Ellos me gustan. Me siento bien en su presencia. No alzan la voz. Hacen bromas y nos las gastan directamente para causarnos alguna impresión, pero de buena fe. Decidimos bañarnos. El agua está fría para el calor que hace, lo que me sorprende. Ángel, que se ha tirado de cabeza, me empieza a salpicar. Le miro enfurruñada, pero es forzado, porque enseguida me meto con él. Reconozco que se está bien a remojo. Maca todavía no se ha metido. Le puede la vergüenza aunque Enrique le insiste. Claudica y habla con ella desde el agua mientras Maca se lleva el dedo a la comisura de los labios y mira al suelo. Cata y Eva se lo están pensando. Yo lo que no estoy teniendo en cuenta es que me estoy llenando el pelo literalmente de toda la mierda del pantano. Pero estoy disfrutando tanto que no me importa. Decidimos nadar hasta el otro lado, aunque Ángel me advierte que es difícil llegar porque el agua tira de nosotros hacía el fondo. La sensación es de unas manos que intentan ahogarte. Me habían advertido de la densidad de ese pantano en particular, pero no podía imaginarlo hasta que me puse a nadar. Llegamos agotados a la otra orilla. Le explico que antes competía en natación y que algo de resistencia tengo. Me enseña ese lado. Hay unas rocas. Puedes escalarlas por detrás y lanzarte. Ellos lo hacen, me cuenta, pero a mí me da miedo. No sé lo que hay debajo. No quiero matarme de un golpe con una roca del fondo. No estoy tan loca. Entre bromas ya nos vamos rozando un poco. Nuestras manos se tocan como por casualidad, pero nada más. Decidimos volver. Enrique y Maca están hablando. Eva y Cata a lo suyo. Ninguna se ha metido en el agua. A Maca le encanta nadar. Lo sé porque competía conmigo, así qué me da pena que se lo esté perdiendo por sus vergüenzas. No vamos a estar mucho y me gustaría que lo probase. Quizás mañana.

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora