Capítulo 17

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Según termina la última hora de clase salgo disparada a mi casa. Subo las escaleras a la carrera y me preparo para comer casi con ansia, pensando en todo lo que tengo que hacer antes de irme. Al final es lo de siempre. Me preparo un baño con espuma, me enjabono el pelo y mientras espero un rato para aclararlo aprovecho para depilarme con la cuchilla. Pero hoy lo hago con mimo, como en las últimas semanas. Hacía tiempo que no me esforzaba tanto. Además, se me ocurre, que todavía no han cerrado todas las piscinas. La de Maca sigue abierta hasta el domingo, día oficial para cerrarla. Mi mente comienza a trabajar para idear más planes.

Quedo con las chicas. Con mis amigas de siempre. Si tengo que encontrarme con las de clase que sea por casualidad. Nos ponemos de acuerdo con la ropa. Todavía hace mucho calor. Septiembre sigue siendo verano, aunque hayamos hecho un amago de comienzo de clases. La verdad es que no nos han mandado deberes, no tenemos nada que hacer. Hemos quedado en la parada de bus de siempre. Aviso especialmente a Cata, que por un milagro aparece a la hora, aunque no es por nosotras, es por Eva. Ahora se ven todos los días y yo no me había enterado. Hasta ven Dawson sin Maca y sin mí, ¡con lo que nos gusta a las cuatro! Bueno, no pasa nada. Lo importante es que estamos listas. Nos bajamos en la zona donde solemos picar algo y beber chupitos baratos para ir entrando en calor. Los dueños de la chupitería ya nos conocen. Llevan toda la vida sirviendo bebidas a menores. Nos tomamos unos cuantos. Nos reímos, bailamos, cada una cuenta sus historias. Cata está detrás del mismo chico que Marian. Pero de momento solo es eso, que les gusta y ya. Maca nos mira atravesada porque no entiende que nos gusten los mismos chicos a todas horas. Hace tiempo –y todavía- nos gustaban unos niños bien que iban a la discoteca. Todos eran amigos. Algunos vivían en nuestro barrio y hasta llegamos a seguirlos a sus casas durante el verano pasado. Estábamos un poco mal de la cabeza. De hecho, una de mis mejores amigas dejó de venir con nosotras por el tema chicos. Entre que le caía mal Juan y sus amigos y luego se peleaba con la otra por uno de los pijos, prefirió buscar otro camino. Yo sigo hablando con ella, pero apenas la veo.

Nos dirigimos a la discoteca. Me da pena porque ahora que he cumplido los dieciséis ya casi no vamos. Antes tenía problemas algunas veces porque aunque me llevo genial con el portero y me conoce por mi nombre, cuando le chivaban que iba a haber redada no me dejaba pasar. Siempre les avisaban con tiempo y me jorobaban la tarde. El dueño –que hacía de portero también- me decía que si me dejaba entrar a él le caía una multa y a mí me llevaban al calabozo, y seguro que no quería terminar pasando la noche en uno. De todas formas el ambiente está cambiando. La gente de siempre se está moviendo a otros lugares, quizás por cansancio de ir siempre al mismo sitio. Yo es que estoy como en casa allí. Algunos días nos peleamos entre nosotras por decidir un lugar, a veces la mitad vamos donde siempre y la otra al nuevo descubrimiento. Luego las vamos a buscar y volvemos juntas a casa. Pero hoy vamos a la mía y luego hemos pensado que nos vamos a dividir. Maca y yo nos vamos a ir a ver a Enrique y a Ángel y el resto se van al otro sitio porque allí están sus amores. Aguantamos poco en lo que era hasta hace nada mi segunda casa. No están las caras de siempre y las nuevas no me gustan. Me pone nerviosa todo ese día. Se lo comento a las demás, que están encantadas de marcharse. Nos separamos con un abrazo y deseándonos la mejor de las suertes.

Nos dirigimos a la zona donde están los chicos. Sé que no está Juan. Ahora van por otra zona, pero seguro que se encuentran en algún punto de la noche, por eso es mejor llegar antes y así disfrutar. Por la calle empiezo a ver caras conocidas. Incluso me encuentro con la ex de Enrique. Nos abrazamos, nos ofrece vino del barato y nos presenta a sus amigas. Nos echamos unas risas, pero nos despedimos pronto. Tenemos prisa, hemos quedado, le digo, sin nombrarle a su ex, aunque sé que a ella hace tiempo que le da igual.

Llegamos a su zona. Allí cambia de forma radical la manera de vestir de la gente. Muchos van con rastas en el pelo, pantalones anchos, playeros bastos, y camisetas con mensajes raros. Huele a porro en cada esquina. No me gusta ese olor. Tampoco sé por qué les encanta el sitio al que vamos a Enrique y compañía. Llegamos a la puerta y nos para el portero. Nos pregunta que a dónde vamos. Pues al bar, claro. Responde que no, que no pintamos nada. Le doy el nombre de los chicos. Baja y sube acompañado de los dos haciéndoles responsables de nuestro bienestar. No me lo creo, ¡pero si no es más que un bar solitario y viejo en el que solo están ellos dos! Yo creo que se están riendo de nosotras, pero bueno. Nos piden vodka blue tropic y brindamos. Luego salimos, han quedado en un rato con Juan y los demás. Terminamos visitando un montón de bares horribles, donde las copas son baratas y el lugar parece sucio. Todos se parecen. Lo único que me mueve a seguir con ellos son mis juegos con Ángel. Nos miramos, nos damos de la mano cuando todos se dan la vuelta. Todo muy light.

Las fiestas transcurren más o menos de esa guisa, todo aparentemente tranquilo, sin que ocurra nada, literalmente. Solo cantar, bailar, a veces Enrique y Juan se sacan el pene cuando creen que nadie les mira; lo hacen en broma, pero también para escandalizarnos. Algunos días están María y Victoria también. María parece acostumbrada a verlos hacer esas guarradas. Maca siempre mira hacia otro lado y yo miro a Ángel con cara de circunstancia. Pienso que son muy básicos. Aunque no todos hacen esas cochinadas sí lo permiten.

La última noche de fiestas decidimos colarnos en la piscina de Maca. Todavía está abierta –bueno, en realidad ya está cerrada, pero sigue llena y limpia-. Son las once de la noche. Me gusta la idea –en realidad me encanta- pero me doy cuenta que no estoy perfectamente depilada y seguro que quieren que nos bañemos. Es un riesgo, pero merece la pena, aunque empiezo a sudar solo de pensar en lo poco que he pensado al decir que sí tan contenta en un primer momento.

Saltamos la valla. Tenemos la suerte de que no nos ve nadie. Normalmente hay alguien de seguridad por las noches. Lo sabemos bien, no sería nuestro primer incidente allí. Maca me mira y se ríe, recordando aquel fatídico domingo de hace casi exactamente un año. Resulta que el sábado habíamos bajado a la discoteca. Cuando llegamos la cola era enorme, daba la vuelta a la esquina. Nos dimos cuenta de que había seguridad privada en la puerta y que eran ellos los que pedían el carné. Recuerdo que me puse de los nervios porque no tenía la edad y seguro que no me dejaba pasar nadie, ni siquiera el dueño. Era evidente que habría redada. Mis amigas iban delante y yo las veía entrar a todas. Conmigo iba otra chica de diciembre que tenía la certeza, al igual que yo, de que no íbamos a entrar esa noche. La primera vez me dijeron que era menor y que lo sentía. A mi compañera, lo mismo. Pero lo volví a intentar. No una, ni dos, ni tres veces, sino dieciséis. Las contó hasta el de seguridad. Me cambiaba de abrigo, de peinado, hasta lo intenté con otros carnés, pero nada. Mi amiga me miraba desde fuera, ella pasaba del tema, no tenía tanto interés en entrar como yo. Lo mío no era interés, era necesidad, era obsesión y también un poco de cabezonería. Pero no me sirvió de nada y finalmente tuvimos que esperar en el bar de enfrente. No fue una gran noche porque encima no era una de mis mejores amigas. No me llevaba muy bien con ella.

Total, que al día siguiente, tuvimos la gran idea de colarnos en la piscina de Maca. Habíamos estado tomando algo en el bar del barrio y hacía calor. Nos metimos y pensamos que no había nadie. Lo hicimos con sigilo. Estuvimos haciendo largos y Marian mientras se liaba con uno de sus novios. Al rato aparece un tío. Era de seguridad. Cuál es mi sorpresa, cuando me doy cuenta que es el mismo que anoche no me dejó entrar. Nos miramos y de pronto salta: « ¡eres la de ayer, no me lo puedo creer! ¿También te cuelas en piscinas?», a mí solo me salió un «joder»«no puede ser», me salta, sorprendido y a la vez como alabándome: «ayer lo intentaste dieciséis veces, las conté»; todas nos reímos, pero yo lo miré: «¿nos tenemos que ir?»; «no, hoy os dejo un rato si no armáis jaleo»; en realidad no nos había escuchado ni tirarnos al agua, nos vio al hacer la ronda. Cuando nos despedimos me dijo que esperaba no volver a verme en esas situaciones y que tenía que dejar de colarme en cualquier lado, «claro, pensé». Los chicos se rieron con la anécdota, Ángel estuvo haciéndome bromas, como que qué vergüenza era ir conmigo y cosas así. Mientras yo les estaba contando esto, Juan y sus amigos se bañaban en la piscina ya.

Esos días lo pasamos muy bien.

Algo raro pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora