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Una de esas mañanas en las que me aburría en clase les conté a las chicas que había cortado con Juan antes de ir a Italia. Sorprendidas pero contentas a Talía se le ocurrió una idea. Ahora estaba de moda hablar por Messenger y ella había empezado a salir algunos sábados para ir al karaoke o a algún bar dónde se juntaban personas con gustos parecidos en cuestión de música. Me comentó que conocía a dos chicos que eran muy guapos y bastante inteligentes. Ella los conocía desde hacía tiempo de hacer concursos de cante. Alguna vez Hugo, le había confesado que estaba enamorado de Denise Richards. Por aquél entonces yo me parecía mucho físicamente a ella. Especialmente por la cara, color de pelo, de ojos, forma de la nariz y de labios. No tengo sus tetas, pero por lo demás estaba muy de moda desde que todos la pudiéramos ver en todo su esplendor saliendo de la piscina con su bañador azul en Juegos Salvajes, que es una película que al final resulta pesada pero en la que brillan todos los actores.
Me parece una buena idea, y al día siguiente he encontrado una foto en la que me parezco mucho a la actriz. Mientras tanto, Talía, me ha sacado una foto de tamaño folio –era un folio, literal- de Hugo, sin camiseta, y posando para la cámara como si nada. Lo miramos todas y nos quedamos realmente sorprendidas por lo atractivo que es. Es moreno, de tez tirando a oscura, ojos marrones, morritos carnosos, nariz perfecta –para mí, claro- y abdominales de muerte, sin pasarse. Me gustan sus brazos también. Talía me confiesa que solo tiene una pega y es que mide más o menos lo mismo que yo, por lo que si me pongo tacones para conocerlo va a resultarme algo extraño. De su amigo, Leo, no me cuenta nada, pero siempre van juntos. Son un poco como Maca y yo. Perfecto. Ese fin de semana quedamos Talía, Mónica y yo y aparte vendrán mis amigas, que se pasarán por el bar en algún momento.
Talía, con mi permiso, le envía por Messenger una foto. Hugo se queda alucinado también. Opina que es verdad que me parezco mucho a Richards.
Nos pasa nuestros nombres en la red y antes del sábado hablamos un rato para ir conociéndonos. Me cae bien al instante. A ratos se mete su amigo Leo en la conversación, pero no me importa, tiene pinta de simpático y ninguno parece tonto. Sí que noto, sin embargo, que Hugo sabe mucho de música y menos de cine o de libros, y que su amigo sabe más de esos dos otros temas, que también son mi especialidad.
Mónica acepta venir a pesar de que el bar sabe que no es de su estilo, pero lleva unos meses en modo solitarios. Anda siempre a la gresca con la que era su mejor amiga y le cuesta conocer gente nueva. Es bastante tímida. Pero sabe que conmigo va a estar bien atendida y que si se quiere marchar está la opción de subirme con ella o la de acompañarla hasta la parada.
Reconozco que estoy nerviosa. Mi manera de ligar es habitualmente muy clásica. Nada de redes sociales, que aunque acaban casi de empezar ya están revolucionando la manera de conocer gente. Pero me resisto. Eso de no poder ver a alguien, no poder tocarlo, olerlo. No me convence, ni mucho menos.
Juan, como viene a menudo a meter el hocico, me pregunta que por qué ando nerviosa y que por qué me arreglo tanto. Le explico que no es asunto suyo, pero que vamos a probar bares nuevos y voy a salir con compañeras de clase. Aparentemente no parece importarle demasiado.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...