23
Me he puesto temprano el despertador. Ayer nadie pareció notar nada. Hoy tengo que maquillarme otra vez. Solo la base, para que no sea tan evidente. Me miro al espejo y veo que se nota más que ayer. Es lo que tienen los morados, pienso. Intento tapar lo máximo. Añado brillo de labios. Me cepillo el pelo, que llevo suelto, cojo las cosas y me marcho. No sé si mi hermano se ha dado cuenta en algún momento del aspecto de mi cara. Parece que no.
Primero me ve Cata. Se ha enterado por boca de Maca de lo que ocurrió y me mira, buscando las señales. Y lo ve, claro. También sabe lo que busca. Está enfadadísima. Todo el camino –que es corto- se lo pasa despotricando contra Juan: «es un animal, a qué vino lo que hizo, que no se lo cree, qué vaya tela, vaya morro, en qué estaba pensando» para pasar a: «escríbeme una carta con los detalles de tu beso con Ángel».
Me despido de ella y me dirijo a clase. Es una suerte que Juan ya esté haciendo una FP y no esté en el instituto, creo que alguien le hubiera caneado a él. Cuando entro todo son caras, sobre todo de las chicas. Mónica y Talía se han enterado por radio macuto. Alguno de clase lo vio todo, pero no me molesto en averiguar quién ha sido. Da lo mismo a esas alturas. El resto de chicas se solidariza conmigo enseguida. Todas me preguntan, me miran, me miman, me aconsejan. Se portan bien. El caso es que algún profesor me mira extrañado también. Yo diría que lo saben o es que yo ya me he convertido en la paranoica oficial. Me da que algo les puede haber llegado por parte de algún alumno. Pero no dicen nada. Solo siento su mirada taladrándome. Por lo demás, el día trascurre sin complicaciones. No nos ponen demasiadas tareas y además me da tiempo a escribir a Cata.
Es increíble la de veces que podemos llegar a repetirnos la misma historia. Porque se la escribo, pero luego a la salida la repasamos otra vez. Y seguro que cuando quedemos, volvemos a analizarlo todo. Supongo que eso es parte del encanto de tener dieciséis años y buenas amigas.
No sé nada de Juan a lo largo del día. Quedo un rato con Ángel, que sube a mi casa a ver un rato la tele. No hablamos mucho. La verdad es que en algunos momentos no sé lo que me gusta tanto de él porque nuestras conversaciones son tímidas. Nunca se le ocurre decirme que vayamos al cine o a hacer algo y creo que tampoco se lo he propuesto yo nunca en ese tiempo. Pero en mi caso es seguro que ha sido por tantas tensiones. Sin embargo el suyo parece siempre lo mismo, que tiene miedo a hacer las típicas cosas que haces con alguien que te gusta, con alguien con quien te sientes a gusto. De todas formas le despido pronto. Casi estoy disfrutando de estar sola. De no tener que dar explicaciones a nadie. Aunque otra parte de mí no se ha acostumbrado a la ausencia de Juan. Entre semana era normal que viniese a cenar o que yo fuera a su casa. Una parte de mí se siente sola, aburrida. Sí, quizás liberada, pero desde luego muy sola.
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Algo raro pasó
Teen FictionJulia emprende un camino espinoso de descubrimientos en los años 90; sus primeras experiencias en el amor, el sexo, los viajes con amigos, el acceso a las discotecas y al alcohol. De este modo, se da cuenta de que todo está por hacer, sumiéndose en...