19. Abril

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No abría nadie

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No abría nadie. Volví a llamar y desde dentro de la habitación me llegaron unos ruidos que no supe interpretar.

—¡Ya voy! —exclamó mientras seguía haciendo mucho ruido.

Escuché como movía cosas, como se le caían cosas y su inconfundible «¡fuck!». No pude evitar sonreír al imaginármelo dando vueltas por la habitación intentando que quedase lo más ordenada posible.

Al final la puerta se abrió y allí estaba él, con su bonita sonrisa, su gracioso hoyuelo y sus preciosos ojos verdes.

—Hola —saludó—. ¿Quieres pasar?

Asentí y cuando pasé por su lado me llegó un aroma embriagador. Se había perfumado; y no solo eso, había peinado los mechones salvajes de su cabello, se había cambiado de ropa y la habitación estaba impoluta a pesar de que era evidente que había estado rebuscando en las maletas ya que estaban las dos abiertas de par en par en un rincón.

Me senté en la cama, apoyando la espalda en el cabecero; Andrew se quedó de pie observándome sin saber qué hacer, le hice una señal para que se acercara y al final se sentó a mi lado apoyando también la espalda en el cabecero y a cierta distancia de mí.

—Quería hablar contigo —lo miré de reojo y vi que afirmaba con la cabeza—. Creo que el otro día no hablamos lo suficiente, dimos por concluida la conversación sin haber solucionado casi nada. ¿Quieres hablar ahora o lo dejamos para más adelante?

—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy —replicó esbozando una pequeña sonrisa.

—Vaya, te has vuelto un filósofo.

—Soy el nuevo Nietzsche.

—Te has equivocado de profesión entonces.

—No cambiaría la música por nada del mundo.

Me giré hacia él y observé que la sonrisa le llegaba a los ojos, algo que hacía muchísimo tiempo que no veía. Entonces se tumbó en la cama y se giró hacia mí con un brazo doblado debajo de su cabeza; yo también me tumbé y quedamos uno frente al otro, mirándonos a los ojos y sintiendo, una vez más, esa conexión que nos unía con fuerza.

—Uno de los mayores problemas fue que nuestra relación fue demasiado intensa desde el principio —empezó sin romper la conexión de nuestras miradas—. Una relación se basa en la confianza y nosotros no...

—No confiábamos el uno con el otro —confesé —. Veníamos de unas relaciones horribles y de repente aparecimos el uno en el mundo del otro.

—Y arrasamos con el mundo del otro como un huracán.

Asentí sin decir nada más. Él se giró, colocó los brazos detrás de la cabeza y se quedó mirando el techo frunciendo el ceño algo pensativo.

—Confieso que me dejé llevar por mis propios demonios, la verdad es que aún no estaba preparado para tener una relación seria, el recuerdo de mi ex era demasiado reciente y... —suspiró y cerró un momento los ojos para volver a abrirlos enseguida y seguir mirando al techo—. Quería confiar en ti pero mis miedos eran más fuertes que cualquier otra cosa.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora