21. Abril

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Me había pillado mirándole

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Me había pillado mirándole. Y no solo eso, también había contestado a la sonrisa que había esbozado casi sin querer. Ni yo sabía por qué había sonreído después de lo que había dicho Keyla, quizás es que a la loca que había en mi interior le hacía ilusión estar encerrada en un autocar durante varias horas con Andrew.

Estaba perdiendo la cabeza. Habíamos estado tan cerca de besarnos, faltaban milímetros para rozar nuestros labios. Pero por suerte o por desgracia apareció Keyla en la puerta de la habitación. En realidad agradecía que hubiese aparecido ella porque no podía besar a otro estando con Marc, no podía hacerle esto al pobre. Tenía que empezar a controlarme y no dejarme llevar por las emociones, tenía que dejarle claro a Andrew que no estaba dispuesta a ir más allá, tampoco quería que se hiciera falsas ilusiones.

Después de la cena improvisada con Keyla, cada una se volvió a su habitación para preparar las maletas. Al día siguiente ya empezaba el roadtrip y aunque estaba muy nerviosa, también tenía muchas ganas de empezar; sobre todo tenía ganas de conocer Irlanda y sus preciosos paisajes.

A las cinco en punto salí de la habitación con mis maletas y bajé al hall para esperar junto a los demás al autocar. Dejé las maletas junto a las de mis compañeros y cuando vi que Andrew estaba cerca de mí charlando con Lío, me escabullí y me fui hacia la zona de los sofás dónde estaban las chicas, me senté al lado de Keyla. No es que quisiera poner distancia entre los dos pero... bueno, quizá sí que quería alejarme un poco de él.

—¿Preparada para el viaje?— me preguntó Keyla.

—Tengo muchas ganas de que empiece, ahora el viaje es bastante largo, ¿no?

Antes de salir de la habitación había averiguado que entre Cork y nuestro destino, Waterford, había dos horas de camino.

—Sí bueno, dos horitas, pero pararemos seguramente para descansar. Por cierto... la tarde estuvo bien, ¿verdad?

Me sonreía de una forma muy cínica, perversa, con segundas intenciones. Seguro que se dio cuenta de que estábamos más rojos que dos tomates y se imaginó que nos había pillado en alguna situación comprometida.

—La tarde mejoró cuando tú apareciste —contesté sonriente intentando desviar sus pensamientos impuros.

—Ya... estoy segura de que antes de que apareciese yo la tarde ya era bastante interesante. ¿Me equivoco?

—¡Ya está aquí el autocar! —salvada por la campana. O mejor dicho, salvada por el grito estridente de Margaret.

Cuando ya salíamos de la zona de los sofás para ir a recoger las maletas y meterlas en el autocar, Keyla me agarró del brazo y tiró de mí para apartarme del grupo.

—No pienses ni por un segundo de que me he olvidado de vuestras rojísimas caras de ayer, tenemos una conversación pendiente, darling.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora