4. Abril

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Las notas de Siempre nos quedará Londres seguían resonando en mi cabeza cuando llegamos al aparcamiento de nuestro edificio residencial

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Las notas de Siempre nos quedará Londres seguían resonando en mi cabeza cuando llegamos al aparcamiento de nuestro edificio residencial. Salí del coche con la cabeza hecha un bombo. No me podía creer que el nombre del grupo fuese el que yo le había propuesto años antes, sinceramente, pensaba que después de lo que pasó movería cielo y tierra para cambiar el nombre. Y la letra de esa canción, tan llena de simbolismos, de recuerdos, de momentos vividos en aquella ciudad ahora tan lejana. Yo estaba muy tranquila hasta que cierta voz empezó a sonar por la radio. Estaba muy tranquilita con mi vida antes de su puta canción.

Al salir del coche aún tenía la presión que se había instalado en mi pecho cuando salí de la sala de exposición. Me toqué el corazón intentando relajar el músculo pero la presión aún seguía allí.

La gran mano de Marc sostuvo la mía al encaminarnos hacia la puerta del edificio. Miré durante unos instantes cómo encajaban nuestras manos y... parecía un oso comiéndose a una hormiga. Con Andrew era diferente, su mano era la pieza del puzzle perfecta para la mía.

Maldita sea Abril, deja de pensar en aquel británico de ojos verdes.

Bufé cansada de los pensamientos intrusivos y entramos al edificio, subimos a la quinta planta y Marc abrió la puerta del apartamento que compartíamos. En realidad ese piso era de sus padres, que se lo dejaron cuando ellos se marcharon fuera de la ciudad para mudarse a un pueblo de montaña. Tres meses después de empezar a salir, me propuso vivir juntos y así compartir los gastos de la luz, el agua... etcétera. Era muy precipitado pero acepté, ya que necesitaba un cambio de aires y parecía que esa opción era la mejor.

Marc y yo nos conocimos en la sala de espera de nuestra psicóloga. Él iba para superar la pérdida de un amigo y yo intentaba curar las heridas que me habían causado tantas personas. Nos veíamos cada semana y charlábamos durante diez minutos hasta que uno de los dos tenía que entrar a la consulta, al final fue él quién se atrevió a invitarme a un café y entonces poco a poco se fue forjando una buena amistad entre los dos. Dos meses después de conocernos, se lanzó y me besó; en vez de apartarme le seguí el juego y acabamos teniendo una relación que ni yo sabía hacia dónde iba. Estaba a gusto con él, así que no veía el problema en irnos a vivir juntos tan pronto. Todos los de mi alrededor me decían que nos estábamos precipitando porque sabían que yo no estaba enamorada de él, sin embargo Marc... sabía que tenía sentimientos hacia mí que yo no podía corresponder. Cuando acepté vivir con él lo hice porque me apetecía, porque nos llevábamos bien y sabía que si compartíamos piso no habría ningún problema.

Al entrar al apartamento, fui corriendo hacia el salón dónde estaba Cleopatra tumbada en su camita, observándome curiosa con esos ojazos azules que a veces me miraban con desdén.

—¡Mi Cleo! —la cogí en brazos y la gata empezó a maullar feliz por recibir mimos—. Me has echado de menos, ¿verdad?

Obviamente no contestó pero me sentía mejor si hablaba con ella como si fuese una humana. Mis amigas me tachaban de loca por hablarle así a la gata, pero ellas no me entendían.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora