44. Abril

4 2 0
                                    

Que llegásemos al restaurante vivos era muchísimo más sorprendente que haber podido llegar a la hora

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Que llegásemos al restaurante vivos era muchísimo más sorprendente que haber podido llegar a la hora. Durante el trayecto había temido por mi vida, el muy loco iba conduciendo como si estuviera a los mandos de un Formula 1. Y todo para llegar a tiempo al restaurante. Aunque valió la pena estar a punto de morir para cenar en ese sitio porque era precioso.

Era como una cabaña de madera a orillas del lago. Por dentro, había mesas de madera decoradas con manteles a cuadros y encima jarrones con flores, que dudaba que fuesen naturales. Había una barra larga que ocupaba gran parte del espacio y al fondo una puerta acristalada. La camarera nos dirigió hacia allí y entonces entendí porqué Andrew estaba tan obsesionado por no perder la reserva. Se trataba de una terraza acristalada que nos protegía del frío; estaba iluminada por unas bombillas unidas por un cable negro que rodeaba toda la terraza. Justo en medio, presidiendo aquella estancia, había una fuente con luces led que iban cambiando de color, coloreando el agua de diferentes colores llamativos. Pero lo mejor estaba a nuestros pies. No había suelo. Bueno, obviamente sí, pero era de cristal. Gracias a que estaba iluminado por una luz tenue, se podía ver a la perfección los peces del lago que nadaban sin ninguna preocupación.

Me quedé embobada mirando los peces que nadaban bajo mis pies hasta que la mano de Andrew se enroscó en mi muñeca y tiró de mí para ir hacia la mesa que nos habían asignado. Era pequeña y cuadrada; estaba situada al lado de la cristalera. Había tanta oscuridad que, por desgracia, no se podía ver todo el lago; sin embargo, seguían siendo unas vistas magníficas, sobre todo cuando Andrew se sentó justo en frente de mí. Estaba tan guapo con ese jersey turquesa, el cabello peinado hacia atrás y esos ojitos verdes tan brillantes.

—Te gustan las vistas, ¿eh?

Le di una patadita suave en la pierna mientras seguía mirando la carta para saber qué pedir, y la verdad es que estaba bastante perdida. Había de todo y me apetecía todo.

—¿Piensas que lo tendrás decidido para el año que viene?

—Ay, Drew, calla ya.

Se echó a reír y me cogió de la mano para empezar a acariciármela con el pulgar. Le miré de reojo y sonreí, feliz por poder disfrutar de esos momentos con él. No sabía a dónde nos llevaría esa situación, ni si estábamos realmente preparados para volver a estar juntos, pero estaba decidida a disfrutar cada uno de esos pequeños momentos que compartíamos.

Al final, después de mucho pensar, me decanté por el salmón mientras que Andrew pidió unas costillas a la barbacoa. Para beber pedimos vino blanco, ya que el tinto no me gustaba nada, el único vino que más o menos podía tolerar era el blanco. Enseguida nos trajeron la bebida y Drew sirvió nuestras copas.

—¿Brindamos por algo? —preguntó.

—Por nuestras fugas.

Alcé mi copa, las chocamos entre sí y en cuanto dimos un trago, nos echamos a reír. Estaba empezando a adorar nuestras fugas, a estar a solas con él perdidos en cualquier sitio. Sin importarnos nada ni nadie, solo nosotros. Y estaba acojonada. Habían pasado muchas cosas entre nosotros, habíamos cambiado, nuestras vidas eran diferentes. ¿Y si volvía a salir mal? No estaba muy segura de querer arriesgarme y volver a tener una relación con Andrew. Le había echado mucho de menos, había deseado miles de veces que él estuviera a mi lado, sin embargo, no sabía si yo podría encajar en su nueva vida. Una vida de fama, viajes y mucho trabajo duro.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora