41. Andrew

8 3 0
                                    

No quería que se acabara ese sueño nunca

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No quería que se acabara ese sueño nunca. Ni se me pasaba por la cabeza que toda esa tensión que había entre nosotros, acabara estallando de esa forma. Al final, fue una explosión de fuegos artificiales y no una bomba atómica. Aunque en mi interior, parecía que hubiese estallado la Tercera Guerra Mundial.

Llevábamos por lo menos una hora esperando en esa glorieta a que terminara la tormenta. Estábamos pasando mucho frío a pesar de que gracias a los besos y a las caricias que nos dábamos, lográbamos entrar un poquito en calor. Pero no podíamos ir más allá, y menos en un lugar público.

La tenía abrazada a mí, parecía un pajarito recién salido del huevo. Sentía su corazón latir con fuerza y su respiración algo entrecortada. Estaba nerviosa, los truenos la asustaban un poquito aunque ella quisiera disimularlo.

—Deberíamos intentar volver al hotel, estás helada.

Levantó un poco la cabeza y asintió. Había intentado darle calor con mi cuerpo, pero fue en vano, ya que yo también estaba helado y empapado. Cuando se levantó, me tendió una mano que no dudé en atraparla con la mía. Entrelazamos los dedos y, como aquel día en Londres, observamos que encajaban a la perfección como dos piezas de un puzzle. Nos miramos a los ojos unos instantes, sonriendo como un par de idiotas.

Ella carraspeó aún sonriente.

—¿Vamos?

Asentí. Cogidos de la mano y andando lo más deprisa posible, nos encaminamos otra vez hacia el hotel. Aún llovía pero había dejado de tronar, aunque de vez en cuando se escuchaba alguno a lo lejos. Caminábamos en silencio, disfrutando de la compañía del otro y la verdad es que esos momentos valían oro.

Al llegar a un semáforo en rojo no pude más. La atraje hacia mí y volví a probar el dulce sabor de sus labios. Me había vuelto adicto a sus besos, a sus caricias, a su risa, a todo. Era adicto a ella. Soltó una risita cuando agarré sus mofletes y le dejé varios besitos en los labios. Seguíamos empapados por la lluvia y muertos de frío pero en ese momento tan solo importábamos nosotros. Sabía que lo que fuese que hubiésemos empezado, se acabaría pronto. Más que nada porque ella aún estaba con el atontado, la conocía y sabía que jamás le sería infiel. Aunque besar a otro ya es poner los cuernos, pero obviamente no pensaba decírselo.

Al llegar al hotel calados hasta los huesos y tiritando de frío, la recepcionista nos miró con mala cara, ya que estábamos mojando todo el suelo. Nos disculpamos con ella y agarrando de la mano a Abril, la dirigí hacia los ascensores. Enseguida se puso rígida. Empezó a tirar de mí para llevarme hacia las escaleras, pero no me moví ni un centímetro.

—Andrew...

Noté el miedo en su voz. No le gustaba nada subir en ascensor desde que, teniendo cinco años, ella y su madre se quedaron encerradas en uno durante más de cuarenta minutos.

Me giré hacia ella, que me miraba como un cervatillo asustado, y posé mis manos en sus mejillas, acariciándoselas con suavidad. Acerqué mi rostro al suyo poco a poco para darle un beso en la frente. Después, rozando mis labios por su piel, le dejé otro beso en la nariz para finalmente besarla en los labios.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora