32. Abril

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Cuando Andrew me dijo de fugarnos pensé que se había vuelto loco

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Cuando Andrew me dijo de fugarnos pensé que se había vuelto loco. Sin embargo, cuando vi que había organizado un picnic improvisado en la playa, pensé que era el mejor plan del universo. Hacía algo de fresco y además ya había oscurecido, pero a su lado me sentía tan a gusto que todas esas cosas no importaban.

Después de agradecerle un montón el regalo que me había hecho, nos tumbamos encima del abrigo para poder ver bien las estrellas. Viviendo en una ciudad como Barcelona, era imposible poder ver el manto de estrellas que en aquellos momentos podía disfrutar en esa playa al sur de Dublín.

—Mira, ¿ves allí? ¿Esas estrellas que forman una especie de eme? —señaló un punto en el cielo donde cinco estrellas brillantes parecían formar una eme. Afirmé con la cabeza al verlas—. Es la constelación Casiopea y un poco más abajo, aunque no se ve muy bien está Andrómeda.

—Qué pasada —susurré mirando esos puntos brillantes—. En Barcelona no se puede ver nada de esto.

—Es lo que tiene vivir en una ciudad grande, los de ciudad no podéis disfrutar de estas cosas.

Me giré hacia él enarcando una ceja.

—Tú vives en Londres, una ciudad grande.

—Ah... es verdad.

Qué idiota era. Estuvimos riendo un buen rato hasta que el silencio se apoderó de nosotros. Solo se escuchaban las olas romper contra la orilla y el acantilado que teníamos cerca. Cerré los ojos, disfrutando de aquel momento de paz hasta que Andrew me propinó un manotazo en las costillas.

—No te duermas, que si estás atenta quizá puedas ver una estrella fugaz.

—Vale, pero no hacía falta el manotazo —refunfuñé.

—Era tan solo una excusa para... ¡Anda mira!

Me habría encantado preguntarle qué excusa tenía, pero perdí el habla en cuanto mis ojos captaron una estrella fugaz surcando el cielo. Acababa de ver mi primera estrella fugaz y fue una experiencia impresionante.

—¡Qué pasada! —exclamé dándole manotazos en el estómago—. ¿Has pedido un deseo? ¿Eh? ¡¿Lo has pedido?!

Como única respuesta recibí una sonora carcajada. Me giré hacia él y me di cuenta de que me miraba con los ojos brillantes, llenos de felicidad. Me incliné un poco hacia él, hipnotizada por esas esmeraldas que tenía por ojos y le aparté un mechón que le caía despeinado por la frente. Estaba tan cerca de sus labios que solo habría bastado un ligero movimiento para rozárselos. Su mirada cambió, expectante, como si estuviese esperando algo que yo no podía darle. Así que me aparté, rompiendo el hechizo de nuestras miradas, y me volví a tumbar para mirar el cielo estrellado y buscar otra estrella fugaz.

Pocos minutos después volvió a pasar otra, surcando el cielo con rapidez. Me dio tiempo a pedir otro deseo, un deseo más importante y que no sabía si algún día se podría hacer realidad.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora