11. Andrew

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Al llegar al lugar de encuentro mis nervios fueron a peor; me temblaban hasta las pestañas

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Al llegar al lugar de encuentro mis nervios fueron a peor; me temblaban hasta las pestañas.

Había escogido un sitio apartado del bullicio de la ciudad, tranquilo, bonito y relajante. Se trataba de un canal artificial que desembocaba en un pequeño lago cerca de la zona del Tower Bridge. Aquel canal era el lugar perfecto para pasear y pasar un día relajado. A ambos lados había hileras de árboles que daban mucha sombra y lograban oscurecer un poco el ambiente. El sitio estaba protegido por un muro alto para que no se viera nada desde las casas unifamiliares que había a lo largo del canal. Me senté en un banco al lado del puente de madera y esperé a que llegase Abril. Aún faltaban cinco minutos, así que me entretuve observando a los cisnes y patos que nadaban con elegancia por allí. En aquel momento deseé ser un pato, nadando tranquilamente en un canal sin las preocupaciones típicas de los humanos.

Me levanté de sopetón cuando recordé que me había olvidado de algo. Salí casi corriendo hacia el parque que había allí cerca y me acerqué al kiosko para pedir dos capuchino con chocolate. Miré la hora y para mi desgracia vi que estaba llegando tarde, cogí los dos vasos y volví hacia el canal lo más deprisa que pude vigilando que no se me cayeran los cafés. Solo faltaba eso; llegar tarde y tirar los capuchino al suelo.

Mientras caminaba por el canal, la vi de lejos, sentada en el banco dónde minutos antes me había sentado a contemplar los patos. Los rayos de sol que lograban filtrarse entre las ramas de los árboles bañaban su cuerpo con delicadeza; su cabello suelto resplandecía en tonos cobrizos. Me quedé un rato hipnotizado por la belleza de aquella imagen. No pude controlar los latidos frenéticos de mi corazón al verla; iba vestida muy casual, con un jersey a rayas y unos jeans ajustados pero para mí iba perfecta. Al acercarme, levantó la mirada y me clavó esos ojos avellana con los que llevaba soñando cada noche desde hacía tres largos años.

—Hola —saludó en un hilo de voz.

—Ho-hola —tartamudeé como un tonto—. He traído capuchino con chocolate, sin canela.

Casi sin darme cuenta, había conseguido romper el hielo. Se echó a reír y cogió un vaso con cuidado de no rozar sus dedos con los míos. Me senté al otro lado del banco, y nos quedamos en silencio observando a los patos que nadaban sin ningún tipo de preocupación. Como era de esperar, ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso para empezar la conversación. Y es que yo no sabía cómo empezarla, ¿le pedía perdón? ¿Empezaba hablando de Héctor? ¿Le decía que la echaba de menos? No, eso último no podía decírselo. Tres años atrás hubo algún momento que pensé que no era lo suficiente bueno para ella pero es que ahora lo sabía. No era el chico que ella necesitaba y además ya había rehecho su vida y parecía que todo le estuviese saliendo bien, no podía aparecer yo de repente y decirle que la echaba de menos para así lograr desestabilizar su vida. No le podía hacer esto.

Carraspeó y la observé cómo intentaba decir algo pero no le salían las palabras.

—Cuesta saber cómo empezar la conversación —comentó.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora