31. Andrew

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No sabía qué le había dicho mi madre a Abril, pero cuando Erin y yo volvimos, se la miraba con los ojos tan abiertos que parecía que se le iban a salir de las órbitas

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No sabía qué le había dicho mi madre a Abril, pero cuando Erin y yo volvimos, se la miraba con los ojos tan abiertos que parecía que se le iban a salir de las órbitas. Por no hablar de sus mejillas, que habían adquirido un tono rosado muy oscuro.

Cuando llegamos a ellas, Abril bajó la mirada al suelo, como si estuviera intentando no mirarme. Observé a mi madre con el ceño fruncido y ella tan solo se encogió de hombros, como si no supiera por qué Abril estaba así.

—Cierran en quince minutos, así que no podemos entrar, pero podemos dar una vuelta por los exteriores.

—Qué pena —se lamentó mi madre—. Pues miramos el patio y después podemos ir a la catedral.

Seguimos a mi madre que se dirigió con decisión hacia el patio del castillo; Erin, sin ser nada disimulada, dio una pequeña carrera para colocarse al lado de mi madre y dejarnos a Abril y a mí a solas. Iba caminando un poco apartada de mí, mirando al frente e intentando, sin mucho éxito, no mirarme mientras me acercaba a ella.

—¿Está todo bien?

Ella asintió y aceleró un poco la marcha para acercarse más a mi madre y a Erin, pero no se lo permití. La agarré de la muñeca y la giré hacia mí logrando frenar su intento de huida.

—¿Es por mi madre? ¿Te ha dicho algo que te ha molestado o...?

—No, no... —sus mejillas se enrojecieron muchísimo. Se la acaricié con suavidad mientras ella cerraba los ojos, permitiéndose disfrutar durante unos segundos de aquella caricia antes de volver a apartarse un poco de mí —. Es que he estado pensando... tu... tu comentario de antes, en el coche, pues... no...

—Lo siento, si te ha molestado lo siento. Solo quería bromear pero sé que este tipo de bromas sobran, así que lo siento. No sé qué me ha pasado.

Sí, claro que sabía qué me había pasado. Sus ojos, su sonrisa, su pequita, su cuerpo tan cerca del mío. Eso había pasado. Y mi lengua había hablado más de la cuenta. Me había dejado llevar demasiado.

—Está bien —contestó aún con las mejillas sonrojadas—. Es complicado para mí decir esto, pero... sabes que tengo pareja y...

—No haré más comentarios así, te lo prometo —la corté mientras escondía las manos en los bolsillos para que no viera cómo las apretaba en dos puños.

Me empezaba a molestar demasiado que me recordaba que tenía pareja. Como si me fuera a olvidar que ese atontado era su... su...

No podía ni decir la palabra. Me dolía y ese dolor me molestaba; no tenía porqué dolerme verla feliz con ese tipo y sin embargo, lo hacía. Sentía un pinchazo en el corazón cada vez que la veía sonreír con la mirada fijada en el móvil, cada vez que se encerraba en su habitación, sin mí. Sin querer me estaba empezando a dar cuenta de que no podía ser amigo de Abril porque quería más. Necesitaba más y ella no me lo podía dar.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora