43. Andrew

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Me habría pasado todo el rato abrazado a ella

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Me habría pasado todo el rato abrazado a ella. Mirándola y disfrutando de la felicidad que emanaba. Sus ojitos brillaban como dos grandes estrellas. Y su sonrisa... era tan amplia que se le salía de la cara.

Sabía que le haría mucha ilusión visitar el lago Ness. Me acordaba a la perfección del día que me contó su sueño de niña. Visitar ese lago y conocer de primera mano la leyenda del monstruo. Desde aquel momento tuve la necesidad de hacer realidad cada uno de sus sueños. El lago Ness era el primer sueño cumplido, pero vendrían muchos más.

Llevaba observando a Abril durante un buen rato. Cuando se separó del abrazo, estuvo paseando por la orilla del lago y fijándose en cada pequeña onda que se formaba en el agua. Sonreí al pensar que estaría buscando a Nessie, era una ilusión de niña pero me encantaba verla así. Su felicidad era lo único que me importaba. Cuando volvió a mí, sonreía con amplitud, nos cogimos de la mano y nos quedamos observando el lago que ya empezaba a tornarse de color anaranjado debido a las luces del atardecer.

La miré un momento y decidí hacer una locura. Solo esperaba que me siguiera el juego.

—¿Alguna vez te has bañado desnuda?

Pilló enseguida mis intenciones. Me miró estupefacta, sin acabar de creer lo que acababa de preguntar.

—No y no pienso hacerlo nunca.

—¿Por qué? Venga, no hay nadie. La vida está para hacer locuras, ¿no?

Era verdad que no había nadie, al menos, en nuestra zona. Había alquilado una parcela en un camping de caravanas y en esa época del año, a penas había visitantes. Así que el camping estaba casi vacío.

Ella negó con la cabeza. Qué cobarde. Sonreí y sin pensármelo demasiado, me quité el jersey de un fuerte tirón. Hacía frío, bastante frío de hecho. Pero me había vuelto loco del todo. Tragó saliva al pasear la mirada por mi pecho desnudo y negó otra vez con la cabeza.

—No te atreverás.

—¿Qué no? Ya te digo que sí. Y tú deberías hacerlo también.

—¡Estamos en noviembre! ¡En Escocia! Y con lo friolero que eres, vas a congelarte

Me acerqué a ella, deseando quitarle ese jersey, pero mantuve las manos quietecitas.

—Hay muchísimas formas de entrar en calor.

Se ruborizó de inmediato. Me hacía muchísima gracia que se ruborizara con los comentarios que soltaba, como si aún fuese una quinceañera. Acuné sus sonrojadas mejillas para rozar sus labios con los míos. Me separé enseguida para no dejarme llevar.

—Venga, no me seas gallina.

—No soy una gallina —replicó cruzándose de brazos.

—Sí que lo eres, sino ahora mismo estarías desnudándote como yo.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora