25. Abril

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Cuando Andrew se fue de mi habitación estaba agotada

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Cuando Andrew se fue de mi habitación estaba agotada. Habíamos hablado de tantas cosas que me dolía hasta la cabeza; me tomé una pastilla y me tumbé en la cama para descansar. Me había contado todo lo que le había pasado esos tres años, cómo se había sentido, qué había hecho, las malas decisiones que había tomado... todo. Se vació conmigo y aunque no me gustó saber lo que había hecho, agradecí que fuera sincero y no me ocultara nada.

Lo había echado muchísimo de menos y saber que él también me había echado de menos me aliviaba de cierta manera. Habíamos usado a Bigotes para decírnoslo pero los dos sabíamos perfectamente que no estábamos hablando del gato.

Cuando le dije que creía que podríamos ser amigos de verdad, no se me escapó la decepción que inundaba su mirada. Sabía que él quería algo más; le había pillado más de una vez observando mis labios como si fuesen un exquisito manjar. Y yo también había mirado los suyos, para qué mentir. Pero no podía ser, ya no podíamos besarnos, no podíamos dejarnos llevar por la intensidad del momento.

¿Quería besarle? Yo que sé. Quizá sentía curiosidad por saber si seguían sabiendo igual; quizá sí que tenía ganas de volver a sentir el tacto de sus labios en mi piel... volver a sentirme llena gracias a él.

Empezaba a tener un problema y el tour justo acababa de empezar.

Yo no soy de esas personas que les da igual los sentimientos de los demás. En muchas ocasiones escuché la frase: "tienes que pensar solo en ti y en tu felicidad". Genial. Es una frase genial. Sin embargo, si para pensar en tu felicidad, tienes que pisar a otra persona, ¿eso es correcto? ¿Es correcto hacerle daño a alguien solo porque buscas tu felicidad? Para mí, este pensamiento siempre ha sido muy egoísta, porque sí, tienes que pensar en ti pero también en la otra persona y procurar no hacerle daño. Y es que no podía dejar de pensar en Marc, en el daño que podría hacerle si pasaba algo entre Andrew y yo. Con él era feliz pero era consciente de que no lo era del todo porque Marc no era Andrew. No era mi británico de ojitos verdes. Y sin querer, siempre acababa comparándolos. Marc fue la luz que iluminó ese pozo oscuro en el que me encontraba; me ayudó a levantarme y a curarme las heridas, me acompañó, me asesoró y siempre tuvo una paciencia envidiable conmigo. Fue un gran amigo, de los de verdad, de los que quieres guardar para siempre. Pero ese era el problema, empezaba a verlo más como a un amigo que como a mi novio y después de todo lo que estaba pasando con Andrew no podía dejar de pensar en qué pasaría si de repente el británico y yo nos dejábamos llevar.

Una parte de mí odiaba ese posible escenario, esa parte de mí no dejaba de pensar en Marc y cómo le sentaría todo aquello. Ni tan siquiera sabía que tenía una historia con Andrew, así que para empezar tendría que ser sincera con él.

El despertador del móvil sonó con fuerza, despertándome así de mis cavilaciones. Había llegado el día del concierto en Waterford y antes de salir hacia el teatro, quería hablar con Margaret, así que fui en su busca y por suerte me la encontré sola en el pequeño jardín del hotel.

Siempre nos quedará Edimburgo #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora