LUCAS - CAPÍTULO 12

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Me desperté angustiado. Sin querer o queriendo, ya no sabía ni que pensar de mí mismo, había soñado con Julieta esa noche.

Miré el reloj de mi mesilla y di un respingo. ¡Las nueve! ¡y habíamos quedado en la habitación de Stefan a las ocho! Llegaba una hora tarde. ¿Habrían llamado ya a algún número? ¿Por qué no me habían despertado? En ese momento llamaron a la puerta. ¿Era una broma o qué pasaba? Justo cuando lo pensaba, llamaban.

-Lucas -la voz de Stefano sonaba enfadada tras la puerta-, son las nueve. Despierta, te estamos esperando.

-Voy, voy.

Salté de la cama como una tostada recién hecha; aún estaba desnudo, pero si era Stefan ya me había visto así un millón de veces. Abrí la puerta decidido y me arrepentí al ver lo que había tras ella. Stefan estaba frente a la puerta y tras él estaba Fazio, que se asomaba por el hombro izquierdo de su hermano. Julieta estaba a la derecha de Fazio avergonzada y Nekane miraba repugnada la situación. Cerré corriendo la puerta mientras miraba por última vez a Julieta con la esperanza de que me mirase, aunque solo fuese un segundo.

-Vístete y déjanos entrar, hemos decidido reunirnos en tu habitación.

¿En mi habitación? Miré de izquierda a derecha, todo estaba desordenado y con cosas tiradas por el suelo, mayormente ropa. Agarré los primeros pantalones que encontré sin siquiera preocuparme por los calzoncillos y me puse una camiseta roja que sobresalía de mi maleta. Me miré en el espejo un instante y me dirigí a la puerta.

-¿Por qué duermes desnudo? -dijo Nekane nada más pasar- Que asco, encima en un hotel que a saber la de bacterias que habrá -inspeccionó la habitación con cara de estar chupando un limón mientras movía los dedos nerviosa-. Qué asco, qué asco.

La ignoré, era muy pesada. Me alegré de que estuviera en un sitio que le incomodase.

-Muy bien -comenzó a decir Stefan cogiendo una de las pesadas mesas de cristal que había al lado de los sillones y poniéndola al lado de la cama. Agarró una mochila que había dejado en una silla y sacó un portátil y muchos cables. Puso todo encima de la mesilla de cristal y se sentó en el borde de la cama-. Con todo este material vamos a grabar las llamadas que hagamos y a localizar de donde provienen. Solo necesitamos conectar esto -cogió uno de los cables rojos- con esto -y lo enganchó con un cable verde que seguidamente conectó al ordenador-. Después tengo que sacar esto -metió la mano hasta el antebrazo dentro de su enorme mochila y sacó una especie de caja metálica-, conectarlo con esto -esta vez fue un cable negro el que escogió y lo conectó a la cajita negra- y nuevamente con estos -cogió los cables que antes había unido y los conectó al otro lado de la cajita. De repente, el ordenador emitió un pitido y Stefan sonrió-. Listo. Dadme un móvil -se giró para mirarnos a todos con la mano extendida esperando un voluntario-. Vamos, no va a pasar nada.

Fue Nekane la valiente que se atrevió a ofrecer su preciado teléfono móvil de última generación para que Stefan lo hackease y pudiese grabar las llamadas telefónicas.

-¡Como me lo rompas, te mato!

-¿Por qué no confías en mí?

-No, si sí confío -dijo sin mucha convicción-. Pero ten cuidado.

Stefan sonrió y ella le miró seria. Todos los demás nos relajamos y nos acercamos a Stefan para ver lo que hacía. Tecleaba cosas imposibles e ilegibles a una velocidad sobrehumana hasta que, por fin, apareció un icono de un micrófono llenando toda la pantalla. El italiano sonrió satisfecho y asintió.

-Vale, empecemos. ¿Cuál era el primer número que queréis que marquemos?

-En todas las llamadas tienes que marcar 6892 y después vamos variando -le respondió Nekane-.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora