STEFAN - CAPÍTULO 22

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-En cuatro horas voy a buscarte.

-¿Cuatro? ¿Y para eso me llamas?

-¿Tienes todo?

-Julieta -se oyó un gruñido-. Julieta, ¿tengo todo?

-Si, pesado, déjame dormir.

-Sí, tengo todo.

-Vale, estate preparado. A las cinco y media tenemos el vuelo, a las tres estoy en tu puerta.

-Vale -sin dejarme contestar colgó-.

Me quedé mirando la pantalla y solté un bufido. Eran las diez y media, tampoco era tan tarde como para haberles despertado.

Abrí la guantera y saqué el manojo de llaves. Busqué la verde entre ellas y apagué el coche. Era la primera vez en mucho tiempo que aparcaba con calma en la puerta. Llevaba muchos días con la idea de venir, tenía algo pendiente y me había tomado la libertad de levantarme temprano y disfrutar del camino y de mi coche. Había ido con la música a todo volumen y las ventanillas bajadas. Necesitaba aire limpio.

Salí del coche y abrí mi preciosa casa blanca y diáfana. El olor a manzana me arropó unos segundos antes de que me encontrara la casa llena de Helena. Había fotos por todas partes, la pizarra tenía un dibujo que había hecho de nosotros y su ropa de paseo aún estaba tirada en el sofá. El corazón ni siquiera me latió porque ya no tenía. Se lo había quedado ella.

Salí de nuevo al coche, mas por huir de Helena que por coger las cajas de cartón que había traído.

Comencé a quitar las fotos sin mirarlas. Las metía todas en la caja intentando seguir un orden. Descolgué una foto que le había hecho en la montaña, salía ella sola, en la cima, con una sonrisa. No pude evitar mirarla y sonreí. La di un beso y la metí en la caja sin dejar que los recuerdos me vinieran a la cabeza. Había estado una semana sin ir ni a trabajar, me la pasé llorando, con su ropa en su lado de la cama, un rollo de papel en el mío y un paquete de galletas príncipe en la mesilla.

En esa semana estuve analizando y aceptando lo que había pasado.

Descolgué otra foto y los recuerdos consiguieron entrar sin permiso. La primera noche que pasé con ella apareció como una película. Con aquel pijama de seda desabrochado me había vuelto loco y me pasé la noche con mi brazo por encima de ella. Su pelo olía a frutas y su cuello a la colonia que me gustaba.

Guardé tres más. La noche en el Keys, con ese vestido rojo a juego con mi corbata. Con el pelo liso hasta la cintura. Me bailó de tal forma que yo creía que me volvía loco. Levanté la vista y busqué más cosas que guardar en la casa. La primera vez que ella vino a esta casa curioseó cada centímetro. Quise matar a Eryx cuando me llamó estando a punto de hacerlo con ella por primera vez. La ocasión se hizo esperar hasta que un día la fui a buscar a un centro comercial donde estaba con Lucas y me la llevé a mi piso, pero los dos sabíamos lo que queríamos. Fue la primera persona con la que disfruté de verdad y sentí que me gustaba, que no tenía sexo por tenerlo.

Cogí sus pantalones y la chaqueta de deporte y lo metí en otra caja. La ropa en una y los recuerdos en otra. Solo tenía que devolver la ropa.

Fui a la cocina, cogí un marco que había puesto en la isla de mármol y otro colgado bajo el reloj de la pared. Hice una fotografía mental de la pizarra con la caricatura de nosotros dos y la borré con tres movimientos. No quería rastro de Helena. Un recuerdo se me clavó como un puñal. Estaba ella en mi coche y a punto de llorar, fue la noche en la que me entregué a ella sin importar ser el segundo. Aquella noche que me confesó lo que sentía por él puede que fuera la primera herida que se me hizo en el corazón.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora