Tiré de mi mano hacia abajo y abrí la puerta.
Empalidecí al verla en esas condiciones, llorando en una esquina con magulladuras por todas las partes visibles de su cuerpo. La impotencia que sentí me impidió incluso llorar.
-¿Helena?
Desenterró la cabeza de sus rodillas y me miró a los ojos. No podía creer lo que veían los míos, Helena estaba irreconocible. Su pelo castaño estaba enmarañado, tenía arañazos por toda la cara e incluso un pequeño moratón en la mejilla izquierda.
-¡Helena!
Ella seguía ahí quieta sin mover un musculo y a mí se me encogía el corazón a cada paso que daba. Tenía los ojos abiertos como platos y no me pareció verla parpadear.
-¿Stefan? -dijo por fin mirándome desde el suelo. Me agaché para estar a su altura y seguí avanzando. Me daban ganas de saltar sobre ella, pero aquella actitud de animal herido me dolía y me cohibía, ¿qué le habían hecho?- ¿De verdad eres tú?
-Soy yo, mi amor. He venido a sacarte de aquí.
-¡Stefan! -de pronto aquel escaso metro que nos separaba desapareció y Helena se tiró a mis brazos- ¡no me puedo creer que estés aquí! -sin poder aguantarse más comenzó a sollozar, y he de admitir que yo con ella- Necesitaba verte, tocarte, besarte, no sabes lo que te he necesitado, Stefan.
-Lo sé, lo sé. Ya estoy aquí. Contigo -intentaba consolarla mientras le acariciaba la cabeza-. Ahora tenemos que salir de aquí.
-Stefan.
Helena separó la cara de mi hombro y me miró a los ojos. A mí se me encogió el corazón al fijarme en los arañazos que tenía por la cara, por el cuello y por las orejas. No quise ni pensar en esa mancha morada que tenía en la mejilla ni en los moratones que tenía por todo el cuerpo, solo podía mirar aquellos ojos marrones que tanto había añorado. Sin esperar más, después de meses sin estar con ella, le cogí de la nuca y atraje su boca a la mía buscando una bocanada de ella.
No sé cuánto duró ese beso, pero para mi gusto fue efímero. Necesitaba darle todo lo que no había podido en este tiempo sin ella, sentía que me quemaba por dentro. Nos separamos a la vez y nuestras frentes se quedaron pegadas. Me atreví a observarla con más detenimiento. Le acaricié el brazo magullado y me quedé con su fina mano de dedos largos apoyada sobre la mía.
-¿Qué te han hecho? -al escuchar la pregunta Helena cerró fuerte los ojos y apretó mi mano- ¿ha sido Rubén?
Negó con la frente todavía pegada a la mía y una lágrima cayó sobre mi pantalón.
-Sácame de aquí, por favor.
No insistí más, ya tendríamos tiempo cuando saliésemos de allí. La cuestión era, ¿cómo salimos? La única "salida" que se me ocurría era recorrer el camino por el que había venido, aunque sería en vano, porque no había ninguna puerta al exterior en ese recorrido.
Miré hacia todas partes con la mano de Helena aún entre las mías. Era una habitación pequeña sin un solo mueble, paredes blancas y suelo de baldosa azul oscuro. Ni una ventana, ni una puerta. La salida no estaba en aquella habitación.
-Vamos a buscar la salida -tiré de ella para incorporarla-.
Helena no contestó, se dejó levantar y me siguió. Avanzamos por aquel pasillo eterno y me paré frente a la puerta por la que habíamos salido Lucas y yo.
-Hemos entrado al pasillo por esta puerta -le comenté a la temblorosa Helena-. Lucas se ha ido por allí.
-¿Lucas? ¿Ha venido Lucas?
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El amor no existe
RomantizmLa gente dice que cuando se cierra una puerta se abre otra. Y Helena abrió la suya sin mirar. Un clavo saca a otro clavo, según Lucas. Y Stefan no mira nunca de donde viene, sino a donde va. Helena, Lucas y Stefan verán sus vidas entrelazadas, crear...