LUCAS - CAPÍTULO 8

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Llegamos a Termini con el corazón en un puño, el mensaje de Rubén nos había descolocado a todos.

Tres calles más arriba de la salida norte de la estación se encontraba el hotel de mi padre donde nos alojaríamos durante los días que estuviésemos en Roma. Andábamos por la calle como almas en pena, todos pensando en el mensaje de Rubén.

Nos despedimos con la mirada después de que nos asignaran a cada uno nuestra habitación. Me dejé caer en la cama y me di cuenta de que el corazón me iba a mil por hora, estaba asustado. No paraba de venirme aquel mensaje a la cabeza:

"En la plaza Venecia, el ángel que nadie aprecia,

señala el pasillo donde los ángeles guardan el castillo".

¿Qué ángel? ¿Qué pasillo? Cogí un mapa que había en la mesa. La plaza Venecia, sería la Plaza Venecia, ¿pero el pasillo de los ángeles? ¿Y el ángel que nadie aprecia? No entendía nada y la cabeza cada vez me dolía más. Había sido un día horrible, había hecho demasiadas cosas en pocas horas y aún no habíamos comido; aunque solo quedaban veinte minutos para la cena.

El día había empezado con la presentación del proyecto. Después, habíamos ido al aeropuerto para volar a Roma y antes de coger el avión, el estúpido de Rubén había mandado aquel maldito mensaje que nos dejó mudos a todos. Y luego, estaba Julieta.

Cada vez que la miraba mi pecho explotaba, cada día la veía más guapa y cada día me iba olvidando más de Helena. La estaba sacando de mi cabeza, aunque no quisiera admitirlo.

Los golpes llamando a mi puerta me sacaron de mis pensamientos. Me levanté con desgana y abrí la puerta.

-Hola -la voz dulce de Julieta me pilló desprevenido-, tengo la impresión de que estabas dándole vueltas a todo y que no estabas bien, vengo a hacerte compañía.

Estaba completamente bloqueado, no me salía ninguna palabra de la boca. Julieta levantó las cejas y ladeó la cabeza con una sonrisa esperando una respuesta.

-P-pasa, pasa -conseguí decir-.

Julieta me miró divertida y entró con las manos entrelazadas a la espalda.

-Estabas pensado en todo y te estabas emparanoiando, ¿verdad?

-Verdad -confesé.

-Siempre haces lo mismo. Aunque parezca mentira, no has cambiado nada en estos años.

-Si he cambiado -la seguí con la mirada. Se sentó en el borde de la cama y me regaló otra sonrisa que me dejó sin aliento-, estoy mucho más guapo.

-Bueno, puede que tengas razón.

Nos quedamos en silencio. Me acerqué a Julieta y me senté en la silla que estaba justo enfrente de ella. La miré a los ojos y sus mejillas se pusieron rojas, seguidamente hubo un silencio que no sabría si definirlo como incómodo o como mágico. Noté como mi corazón latía con fuerza, no entendía cómo podía estar tan nervioso. La había odiado durante años, creía que la había olvidado, pero con solo verla unos cuantos días había vuelto a sentir por ella lo mismo que años atrás o incluso más. ¿Más?

-Deja de pensar -seguía con las mejillas rojas- ¿en qué piensas?

-En ti.

Su cara era un poema. Emocionada, avergonzada y sorprendida. Pero antes de que ella contestase llamaron de nuevo a la puerta, seguramente sería Stefano, que siempre era muy oportuno. Abrí la puerta esperando encontrar al italiano tras ella, pero para mi sorpresa quien estaba llamando a la puerta era Nekane.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora