LUCAS -CAPÍTULO 18

10 2 0
                                    

De lo primero que fui consciente era de que estaba sentado, apoyado en alguna esquina. Aun con los ojos cerrados, la luz de aquel lugar me molestaba. En cuanto los abrí un blanco cegador me privó de mis sentidos durante unos segundos. Cuando pude aclarar la vista miré hacia todas partes sin moverme. Estaba en una habitación con paredes altas y largas, todo estaba pintado de blanco y en la esquina paralela a la mía estaba Stefan en una posición imposible, como si le hubiesen tirado contra la pared. En la pared más alejada a nosotros había tres puertas con números pintados de color rojo, del uno al tres, que hacían más daño a la vista que el propio blanco. La habitación estaba iluminada por barras de neón colocadas estratégicamente en la unión entre el techo y las paredes. Intenté mover la mano, primero abrí y cerré los dedos, después roté la muñeca lentamente. No sentía ningún dolor, pero sí un cosquilleo desagradable, como cuando se te duerme una mano, pero por todo el cuerpo. Cuando conseguí que mis extremidades me respondieran me arrastré hasta Stefan. Le di un par de palmaditas en la mejilla y le pellizqué varias veces la parte interior de los brazos hasta que soltó un gruñido y frunció el ceño sin abrir los ojos.

-¿Helena?

-No, Lucas.

El italiano abrió los ojos y me miró decepcionado. Comenzó a mover las manos como yo había hecho y se incorporó hasta quedarse sentado contra la pared.

-¿Dónde estamos?

-No lo sé, pero ahí hay unos números enormes.

Stefano se inclinó para ver lo que había detrás de mí, puso los ojos en blanco y se llevó una mano a la frente. Ese gesto, al igual que fumarse dos cigarros en menos de veinte minutos, significaba que estaba nervioso.

-¿Estas nervioso?

-¿Tú no? -aquella respuesta me pilló por sorpresa- ¿Qué se supone que hay que hacer ahora? -comenzó a mirar por todas partes como yo había hecho- La única salida son las puertas con los números -volvió a repasar la habitación con la mirada y su expresión cambió- ¿Y Nekane?

-No lo sé, somos los únicos que estamos aquí.

-¿Qué pasó con ella después de que me durmieran?

-Que salió como una pantera del baño e intentó inmovilizar al calvo, ya te imaginas lo que le pasó.

-¿Y a ti?

-Lo mismo.

-Joder.

Me apoyé en la pared al lado de mi amigo y nos quedamos mirando las tres puertas que teníamos frente a nosotros. No había nada raro en ellas aparte de los números que claramente habían pintado con una brocha, porque había goteado un poco en el suelo y varias gotas habían dejado rastro por la pared. Las puertas eran normales, sin marco y con un picaporte blanco. Por más que las mirara no entendía qué es lo que había que hacer.

Stefano comenzó a incorporarse con dificultad, algo que yo todavía no me había atrevido a hacer. Los primeros pasos que dio parecían de un cervatillo recién nacido, pero pronto cogió el ritmo hasta que se desplomó en el centro de la habitación.

-¡Stefan!

-Qué cojo... ¡un ordenador!

Sin pensar en mis moratones o en el cosquilleo que seguía teniendo por todo el cuerpo me incorporé de un salto. Stefano se había quedado en el suelo y tenía entre las manos un portátil completamente blanco que ninguno habíamos visto.

Me senté a su lado y abrió el ordenador. La pantalla estaba negra y nos quedamos unos segundos esperando a que ocurriese algo.

-Pues si no lo encendemos no hace nada -dijo Stefan-.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora