STEFAN - CAPÍTULO 21

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-¡¿Otra vez estás con tus tonterías, Stefan?!

-¡Tonterías no, Helena! ¡¿Cómo le contestas eso?!

Ya era la tercera vez que discutíamos en menos de un mes. Era el día del juicio, Helena ya estaba casi preparada para ir y acababa de recibir un texto de Lucas, que se acercaba más a una biblia de lo largo que era. Que si mucha suerte, que si vamos a ganar, que si era la mejor. Eso es lo que pude ver por encima. Pero ella le contestó un texto incluso más largo que el del otro. ¿Tanto tenía que decirle?

-¡¿Pero y que más te da lo que le conteste?!

-Madre mía, Helena. No puedo, en serio.

-¡¿Qué no puedes?!

-¡No puedo soportar que te comportes así con él! ¡Te lo he dicho mil veces, Helena! ¡Mil!

-¡¿Pero cómo coño quieres que me comporte?! ¡Me ha mandado un mensaje dándome ánimos! es mi amigo, se lo agradezco.

-Pues vaya agradecimiento tan largo.

-Mira, Stefan -salió del salón y se metió al baño para terminar de maquillarse-, paso de ti. Voy a meditar.

"Voy a meditar" significaba que la dejara en paz y eso haría, no me apetecía ir detrás. Encima se hacia la ofendida. Me senté en el sofá para terminar de atarme la corbata. Entre mi hermano Fazio, que no había hecho nada más que darme problemas, y Helena todo el día enfadada, yo ya no podía más. Solo me apoyaba en mi proyecto, que ya estaba floreciendo.

Contraté a Fazio al día siguiente de que firmase los papeles y de que llamásemos al chino gritón que solo me insultaba en su idioma. Me pasé la mano por el pelo. Ya estaba demasiado estresado como para tener un juicio en una hora.

Daniel había venido a mi casa un par de días para repasar conmigo la coartada, me la sabia de arriba abajo y de izquierda a derecha. La tenía tan memorizada que incluso ya la consideraba un recuerdo. Daniel también había quedado con todos los demás a solas. Habló con Rubén e incluso se fue al pueblo tres días para hablar con el padre y la hija. Helena había vuelto con Daniel hacía una semana y no había regresado de buen humor. Yo no sabía si era por el juicio, porque estaba nerviosa o porque estaba tan quemada como yo me sentía en ese momento. Pasé la semana en su casa, había ido allí todos los días porque sabía que ella no vendría a mi piso y yo quería dormir toda la semana juntos. Llevábamos mucho sin hacerlo y quería ver si mejoraban las cosas.

Me desaté el enredo que me había hecho en el cuello y empecé de nuevo. La televisión estaba puesta de sonido ambiente y pude oír los pies de Helena revoloteando por el baño. Se había puesto uno de esos conjuntos de secretaria de su anterior trabajo y seguramente se pondría ese pintalabios marrón morado que tanto le gustaba. Se había comprado tres barras antes de que los descatalogaran.

Por esas rarezas me encantaba. La primera que conocí fue que coleccionaba tazas. Me pareció tan gracioso que le compré una para su inventario. Otra cosa que me gustaba de ella era cuando se reía de ella misma, de sus chistes malos o frases ingeniosas que soltaba en medio de la conversación. Su personalidad siempre tenía algo nuevo, pero estos últimos meses solo habían sido cosas malas.

Conseguí atarme la corbata civilizadamente y busqué mi móvil para encontrarme un mensaje de mi hermano. Me había mandado un video de perros cayéndose a cámara lenta. En otro momento le habría mandado a la mierda, pero con tal de entretenerme me puse el video.

-¿Qué estás viendo que te ríes tanto?

El móvil se me escurrió de las manos y cayó en mi barriga. Había acabado con el cuerpo fuera, apoyando solo la cabeza en el sofá.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora