Miré el anillo una última vez antes de meterlo en la guantera, ¿qué es lo que pretendía con él?
Giré la cabeza hacia el chalet amarillo que tenía al lado. Había aparcado justo en la acera de enfrente. Salí del coche decidido, abrí el maletero y cogí mi bolsa para plantarme frente a la puerta y quedarme quieto y contraído por los nervios. Respiré hondo y llamé al timbre.
-Hola, tú debes de ser Stefan -me dijo el hombre que estaba ante mí-. Yo soy Manuel.
Me llegaba por la barbilla. Era un hombre delgado, como Helena, pero con una barriga alimentada por cervezas, el pelo largo, negro con alguna cana y una barba con más blanco que negro. Me miró de arriba abajo y me tendió la mano con una sonrisa; le devolví el apretón.
-Pasa, hombre, no te quedes en la puerta.
Dio un paso atrás y me dejó entrar en la casa. Nada más pasar se encontraba el salón, con un televisor en medio de la pared de mi izquierda, un sofá rojo y una mesa frente al sofá, vi también una puerta de cristal justo frente a mí. A mi derecha había una pared llena de fotos, la mayoría de Helena. En la que estaba más cerca de mi hombro había una mujer preciosa, de pelo castaño y ojos verdes. Era prácticamente igual que Helena. La misma sonrisa y la misma mirada. Tenía un tulipán blanco con las puntas doradas en la mano. Al final de la pared había una entrada con forma de arco que daba a la cocina.
La otra pared daba a un pasillo y unas escaleras, y frente a esta pared había una mesa redonda de madera oscura con cuatro sillas de metal, algo que no cuadraba mucho. No exploré más porque al mirar por la cristalera encontré a mi diosa tumbada en una hamaca verde comiendo uvas y leyendo un libro, ¿se podía estar más sexy? Desde donde estaba no podía verle la cara.
-Hola -fue lo único que se me ocurrió decir después de abrir la puerta corredera de golpe-.
Helena brincó y dejó las uvas en el plato que había en la mesita que estaba a su lado. Al segundo, ya estaba de pie viniendo hacia mí para saltar y agarrarse a mi cuello.
-¡Por fin, por fin! -sus manos me atraparon las mejillas y me derretí al sentir sus labios- Estaba deseando que vinieras.
Como si se hubiese tomado cinco tazas de café me cogió la mano y tiró de mi para llevarme ante su padre, que en ese momento estaba en la cocina.
-¿Qué? ¿Qué te parece?
Su padre estaba dándonos la espalda con un trapo colgado del hombro mientras fregaba los platos. Dejó lo que estaba haciendo y se giró a mirar a su hija.
-¿El qué?
-¿Él?
Su padre me miró de nuevo y yo me quería morir de vergüenza, ¿cómo se le ocurría decirle eso?
-Pues, de momento, me parece un viceverso de esos.
-¡Papá!
-¿Vicequé?
-Es un programa que dan en la tele que se llama Viceversa donde va la gente a encontrar el amor y suelen ir personas bastante modernas pero un poco... ¿cómo decirlo? ¿Ninis?
-¿Ninis?
-Ni trabaja, ni estudia -Helena hablaba en otro idioma-. Bueno, que van muy repeinados, muy bien vestidos y muy, muy guapos -aquello ultimo me lo dijo con una sonrisa de lado que me puso los pelos como escarpias-. Stefan es muy listo, papá -Manuel había vuelto a fregar los platos y tuvo que parar de nuevo para mirar a su hija-. Es el secretario del señor Kana, le ayuda a planear proyectos y presupuestos y muchas más cosas. Aparte de eso es genial en historia y filosofía.
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El amor no existe
RomanceLa gente dice que cuando se cierra una puerta se abre otra. Y Helena abrió la suya sin mirar. Un clavo saca a otro clavo, según Lucas. Y Stefan no mira nunca de donde viene, sino a donde va. Helena, Lucas y Stefan verán sus vidas entrelazadas, crear...