Pasamos la noche en vela. Lucas lloró casi todo el tiempo, y cuando no lo hacía, comía y hablaba. Maldecía y odiaba lo que tuviese alrededor. Y yo, ahí estaba, escuchándole todo el rato. Solo conseguí dormir una hora y media hasta que el despertador sonó a las siete de la mañana, el entierro seria a las nueve y media.
Miré hacia mi izquierda y me encontré a Lucas dormido boca arriba con un envoltorio de plástico en el pecho y medio bollo de chocolate en la mano derecha. Solté una pequeña risilla y le zarandeé suavemente.
-Lucas -susurré-, son las siete.
-Pues déjame dormir -se dio media vuelta dándome la espalda y llevándose el trozo de bollo a la boca-.
-Tenemos que ducharnos y vestirnos. Se tarda una hora en llegar.
Lucas se incorporó lentamente y se sentó. Se quedó pasmado mirando mis zapatos hasta que le di una patada y se levantó directo hacia el baño. No tardó en oírse el agua saliendo de la ducha y como la cortina chirriaba cuando Lucas la abrió. Sin querer, volví a quedarme dormido hasta que un par de gotas me cayeron en la frente.
-Son las ocho -la cabeza de Lucas me miraba desde arriba con el pelo goteando-.
-Voy -me sequé el agua y aparté a Lucas para que dejara de mojarme-.
Mis pies se movieron solos hasta el baño lleno de vapor. Lucas se duchaba con agua hirviendo, no entendía cómo no se quemaba la piel.
Me desvestí lentamente y me quedé desnudo frente al cristal empañado. Hacía bastante tiempo que no me había mirado al espejo, en los últimos meses cada vez que me veía reflejado en cualquier parte, pasaba de largo. No me importaba ni mi barba ni mi pelo. Limpié un trocito del espejo para poder verme con claridad. En cuanto aparté la mano me quedé de piedra, no me reconocía. Tenía la barba frondosa y sin recortar, las cejas de un cromañón y el pelo siete centímetros de largo. Irreconocible. Me miré los brazos, ¿dónde estaban aquellos bíceps grandes y trabajados? Los hombros me habían encogido y los abdominales casi no se marcaban. Busqué como loco una báscula y en cuanto me pesé casi me desmayo. Había adelgazado ocho kilos. Me sentí feo, pero la ducha lenta que me di después consiguió repararme un poco. Limpié con la toalla el resto del espejo y tomé prestada la maquinilla de Lucas. Me arreglé la barba como pude y el pelo preferí dejarlo para un profesional, por lo menos, me había arreglado aquel nido que tenía en la barbilla y estaba un poco más presentable. Salí en calzoncillos del baño en busca del traje que había utilizado el día anterior.
Entré al salón y miré el enorme reloj de la cocina que marcaba las nueve menos veinte; casi me da un infarto, ya llegábamos tarde.
Salimos del piso a toda velocidad directos al garaje y nos montamos en el BMW de Lucas. Sacó un mando negro de la guantera y apuntó con él hacia la puerta de metal. Nada. Presionó el botón varias veces mientras que la luz roja se apagaba y encendía hasta que por fin sonó algo en el techo y la puerta comenzó a abrirse. Las ruedas chirriaron y salimos despedidos hacia la calle.
Tardamos menos de una hora en llegar porque Lucas no bajó de 140 km/h en todo el camino. El señor Kana y varias personas más ya estaban en la puerta, solo faltaba Lucas.
La ceremonia comenzó al poco tiempo y duró un par de horas. Todo el mundo callaba. No paré de mirar como Lucas lloraba, no quería imaginarme lo que le estaría pasando por la cabeza. Lo sentía mucho por él.
En cambio, el señor Kana se mostró serio, sin soltar una lágrima, pero con la misma cara descompuesta del resto de los presentes.
-Me gustaría que te quedaras ahora después conmigo -me dijo el señor Kana saliendo del cementerio. Aquello no era una pregunta-, que cojas todo lo que me enseñaste y lo traigas a mi despacho. El señor Heredero tiene que verlo todo.
ESTÁS LEYENDO
El amor no existe
RomanceLa gente dice que cuando se cierra una puerta se abre otra. Y Helena abrió la suya sin mirar. Un clavo saca a otro clavo, según Lucas. Y Stefan no mira nunca de donde viene, sino a donde va. Helena, Lucas y Stefan verán sus vidas entrelazadas, crear...