STEFAN - CAPÍTULO 8

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-¿Puedo preguntarte algo? -Helena dejó de mirar el cielo para girarse en su hamaca y mirarme- Nunca te lo he preguntado porque no sabía cómo reaccionarías.

Helena se quedó quieta. Con una ceja levantada y el ojo contrario achinado.

-Puedes preguntarme lo que quieras.

-¿Qué le pasó a tu madre?

Se incorporó de su asiento verde y me sonrió cálidamente.

-Mi madre murió a los dos años de que yo naciera, prácticamente no la conocí.

-¿Es la mujer que hay en las fotos de la entrada? -asintió- Os parecéis.

-Eso dice mi padre -Helena miró sus pies y cogió aire-. Murió en un accidente de coche, iba conmigo, pero la única que salió mal parada fue mi madre -hizo una pausa dolorosa-. Un camión cambió de carril estando nosotras en él y nos llevó por delante. Nunca le he preguntado a mi padre por los detalles, aunque encontré varios periódicos locales años después. El resumen fue que el conductor y el bebé salieron ilesos; mi madre murió en el acto.

-¿Y cómo se llamaba tu madre?

-Lidia.

Volvió a recostarse en la hamaca y miró al cielo. Yo la imité en el sofá que había a su lado. Aún no habíamos sacado el colchón del sofá-cama del porche ni habíamos subido a por las sabanas que Manuel nos había preparado. Helena sacó el tercer cigarrillo de la caja que había dejado sobre la mesilla y con un movimiento de ojos me pidió el mechero.

-Estás fumando mucho.

-Estoy estresada -¿Cómo que estresada? Esperé a que siguiera hablando sobre el tema-, pero solo un poco.

¿No decía nada más? ¿No me iba a contar por qué estaba estresada? Pensándolo bien debía estar mucho más que solo estresada después de los meses que había pasado.

-¿Cómo se llaman tus padres? -habló antes que yo, cortándome el interrogatorio- Nunca hablas de ellos.

El ultimo recuerdo de mi madre me vino a la mente. Tumbada en su cama blanda como un algodón, sabanas azul claro y ella en el centro con la cara amarillenta, los pómulos marcados y unas manos huesudas y sin fuerza. El último aliento contra su lucha.

-Mi madre Sylvana, significa bosque.

-¡Como tu casa! -sonreí ante aquella preciosa relación- Seguro que compraste aquella casa porque está en medio del bosque y bosque significa Sylvana.

-Puede que ese fuese uno de los motivos.

-¿Y tu padre?

Apreté el cigarrillo que acababa de sacar de la caja y dejé el filtro fino como una hoja. No quería recordarle, no podía soportarlo. Siempre había camuflado ese odio dirigiéndolo hacia mi hermano, pero al que de verdad odiaba con todas mis fuerzas era a él.

-Mi padre, Fazio -sin querer había cambiado el tono de mi voz-. Prefiero no hablar de él.

-A mí me parece que sí que quieres hablar de él -Helena había usado mi tono interrogador contra mí-. Se llama igual que tu hermano, ¿no? -asentí mirando al cigarro- Stefan, habla.

-No me apetece, de verdad -puso los brazos en jarra y arrugó las cejas-. Nos abandonó, ya está.

-¿A qué edad?

-Yo tenía 12 años -Helena levantó las cejas de golpe-. Pegaba a mi madre. Mucho. Más que a nosotros. Veía cada día como mi madre se levantaba asustada y se acostaba llorando. Mi padre ha llegado a ahogar a mi madre con su cinturón de cocodrilo delante de nosotros -Helena se llevó una mano al cuello-. Bebía y se drogaba. No sé, he intentado borrar su cara de mi cabeza -aunque os confieso que solo tengo que mirarme al espejo para recordarle-. No sé muy bien por qué nos abandonó, pero desde aquel día vivo. Y desde que vine aquí soy feliz -seguía mirándome con la mano en su cuello y yo no pude evitar seguir hablando. Ya que había empezado, no pararía hasta quedarme vacío-. Creo recordar que cuando era pequeño sí que era bueno con nosotros. Empezó a beber cuando yo tenía más o menos cinco años y Fazio ocho. Unos amigos extraños comenzaron a venir a mi casa y, poco tiempo después, aparecieron los primeros moratones. Siempre venia borracho y drogado, enfadado y rodeado de hombres con gabardinas que le traían a la puerta de casa. A los pocos años Fazio dejó de callarse y comenzó a encararse a mi padre, este ya no podía estar borracho sin meterse una raya antes. Aun así, Fazio no podía con él y siempre acababa mi madre separándolos y recibiendo. Una semana antes de que se fuera tuvo una discusión muy fuerte con mi hermano y en la pelea mi madre acabó inconsciente en el suelo. Supongo que se dio cuenta del monstruo que era y decidió marcharse -la mano de Helena rozó la mía-. Dos años más tarde diagnosticaron a mi madre un cáncer de hígado y murió al año y medio -Aquella última frase me sacó una lagrima que había guardado varios años-. Dijeron que el hígado de mi madre estaba tan mal como el de un alcohólico; seguro que de todas las patadas y puñetazos que le había dado mi padre -arropé la mano de Helena y la miré-. Y esa es la historia de mis padres.

El amor no existeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora