Conociendo a Ben

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-¿CÓMO VAS A SALIR AHÍ FUERA? ¿ESTAS LOCA?- Ben seguía empujando la puerta de hierro, pero no consiguió cerrarla. Clara, que había estado haciendo lo mismo, dejo de empujar y le quito la pistola de la funda a Ben. Disparo a varias manos y se oyeron unos horribles gritos al otro lado de la puerta. Por un momento las manos de los demonios desaparecieron de la puerta. Clara abrió la puerta nada más desaparecer la última mano sin dejar de disparar y antes de que la cerrara desde fuera grito fuertemente a Ben.

-¡CUIDA DE MI HERMANA!

La puerta se cerró con un gran portazo, y Ben se quedo en un pasillo completamente oscuro.

¿Debería haberse trasladado a la habitación contigua a la de Blanca? ¿Cómo iba a protegerla si ni siquiera sabía cómo estaba desde hacia como tres horas? Se levanto de la cama y decidió que andar por el pasillo igual le ayudaba un poco. Como de costumbre las luces estaban totalmente apagadas, pero él se sabía de memoria todos los pasillos y trampas de aquel complejo. Era gracioso que, después de seis años sin verlas, volvieran a la ciudad. A Nerea la había conocido unos meses antes, por la resistencia y los problemas que había en esa ciudad, pero a Blanca y sobre todo a Clara las conocía desde, desde que vinieron con su hermana diez años atrás.

-¡Hey! ¿Quiénes sois?- Un joven rubio corrió hacia una chica con el pelo de color agua marina perfectamente liso y con un vestido nuevo con estampados de rosas rojas acompañada por otra más pequeña casi idéntica a ella, aunque más pequeña, que se escondía detrás de la primera.

-Somos nuevas, ella es Blanca y yo Clara. ¿Y tú?

-No tengo porque decírtelo, señorita.

-¿Por qué no me lo dices? ¿Y por qué me llamas "señorita"?

-Simplemente no me inspiras mucha confianza. Seguro que pasas todo el día jugando a las muñequitas con tu hermana, o cosiendo con tu madre. Seguro que eres una niña malcriada.- El joven dio media vuelta y volvió con sus compañeros a jugar al futbol.

Si te gano en una pachanga me dirás tu nombre y dejaras de llamarme señorita! ¿Trato hecho?

El joven dejo de caminar y miro a Clara, le hizo un gesto de burla y grito para que le oyeran todos:

-¡Vuelve a casa señorita! ¡Puede que tu vestido nuevo se estropee y tu madre se enfade!- Todos los chicos a su alrededor rieron. El joven, conforme, se dio la vuelta una vez más y se disponía a chutar el balón cuando otra pierna se lo quito en un abrir y cerrar de ojos. Era esa joven que se había hecho llamar Clara. El joven sintió rabia en su interior al ver la sonrisa que ponía la joven. Pero sonrió, esa pachanga iba a ser divertida.

-¡Esta bien señorita! Acepto. Vamos a jugar esa pachanga. A cinco goles. Quien meta cinco, gana.

Diez años después, Ben aun recordaba la paliza que le había dado Clara esa tarde de otoño. Muy a su pesar tuvo que dejarla de llamar señorita, aunque de vez en cuando, en forma de broma, se lo llamaba. Esos cuatro años... Ahora que había conseguido olvidarla por fin, volvía. Después de seis años sin noticias ni cartas, alegando que no podían descubrir su posición. Había oído rumores de que vivía en el castillo. Intento entrar mil y una noches, pero nada, ella no estaba. Esa dulce chica que ponía esa mueca tan mona cuando se enfadaba, que podía defenderse igual que cualquier otro chico, que no tenía miedo, que no jugaba a las muñecas y que tampoco sabía bordar. Esa chica que no podría olvidar desde esa tarde de otoño. Y después de volver a verla, después de que el corazón volviera a latir tan rápido como seis años atrás, tenía que cometer la mayor locura del mundo. Ir a una muerte segura.

Ben se choco con la pared. Era verdad que se conocía el complejo como la palma de su mano, aunque estaba tan distraído que en realidad había estado deambulando por los pasillos. Miro la pared. Esa pared, exactamente esa, la construyo él mucho tiempo atrás.

-¿Y esto lo habéis construido vosotros?- Clara miraba a su alrededor admirando una gran sala excavada en la tierra. Ben y los demás chicos asintieron.

-Así es. Estamos haciendo una ciudad subterránea por si alguna vez pasa algo. Ya sabes, por si nos invaden, o hay guerra.

-¡Pues esta genial! ¿Habéis hecho trampas?

-¿Trampas? ¿Por qué íbamos a hacer trampas?

-¡Por si viene alguien! ¡Trampas que atrapen a los intrusos pero que los que sabéis que están las podáis esquivar! ¡Yo me ofrezco a hacer una para la entrada!

-Pues no está mal la idea.

Y poco a poco la ciudad subterránea fue creciendo. Hicieron habitaciones, salas de tiempo libre, un bar... Pero sobre todo pasadizos que llevaran de un lugar de la ciudad a otro. Con trampas por supuesto. Clara y Blanca ayudaron en todo lo que pudieron al grupo, aunque no vieron todo terminado. Diez años después aun seguía la construcción en algunas zonas uniendo los pasadizos con edificios de personas que apoyaban a la resistencia

Ben llego hasta el bar casi sin darse cuenta. John seguía todavía allí, limpiando los vasos de cristal.

-¿No puede dormir señor? ¿Quiere un vaso de agua?

- Mejor dame algo de whisky.

-¿Whisky señor? ¿Está seguro?

- Solo un vaso, John.

-Es por esa señorita que no ha venido con usted ¿verdad? ¿Qué ha pasado hay fuera para que este usted así?

- La verdad es que...

- No, no diga nada si no quiere señor. Aquí tiene su whisky.

Ben se tomo el vaso de whisky de un trago y volvió a su habitación sin despedirse de John. Se tumbo en la cama y recordó por decima vez la escena en la que Clara se despedía de él... seguramente para siempre.

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