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Era el año 1992 en un tranquilo pueblo rural de Corea del Sur, donde la vida transcurría con una rutina apacible. Las tardes se llenaban del bullicio de los niños jugando en las calles, con sus risas resonando entre las casas tradicionales de tejados inclinados. Entre esos niños estaba Seojun, un pequeño de seis años con una energía inagotable y una curiosidad insaciable, características que a menudo lo llevaban a explorar más allá de los límites que su madre le imponía.

—¡Seojun-ah! —llamó su madre desde la puerta, viéndolo correr hacia la calle—. No te alejes demasiado, solo hasta la plaza, ¿me oyes?

—¡Sí, omma! —respondió Seojun con una sonrisa mientras se lanzaba a la aventura—. ¡No me voy lejos!

Esa tarde, como tantas otras, Seojun prometió a su madre que no se alejaría. Pero esa promesa se desvaneció cuando un suave zumbido, apenas audible sobre el bullicio del vecindario, captó su atención. El sonido parecía emanar de un callejón estrecho entre dos casas viejas, y su curiosidad lo llevó a investigar. Sin darse cuenta, cada paso lo alejaba más de la seguridad de la plaza y de su hogar.

Al final del callejón, un hombre alto y delgado, vestido con un traje oscuro y gafas de sol, lo esperaba. Su presencia era desconcertante en aquel entorno humilde; aunque sonreía, sus ojos, ocultos tras las gafas, desprendían una frialdad inquietante.

—Hola, pequeño —dijo el hombre con una voz suave que no lograba ocultar un toque de amenaza—. ¿Qué haces por aquí solo?

—Estoy explorando —respondió Seojun con la naturalidad de un niño que no conoce el peligro.

—¿Explorando, eh? —El hombre se agachó hasta quedar a su altura, sacando un pequeño coche de carreras brillante de su bolsillo—. Mira lo que tengo aquí. ¿Te gusta? Puedes tenerlo si quieres.

Los ojos de Seojun se iluminaron al ver el juguete. Extendió la mano con entusiasmo para tomarlo, pero antes de que pudiera tocarlo, el hombre lo sujetó con fuerza por la muñeca, cubriéndole la boca con la otra mano.

—Shhh, no grites —susurró el hombre, su tono suave volviéndose amenazante—. No te pasará nada si te quedas quieto.

El miedo se apoderó de Seojun. Intentó liberarse, pero su pequeño cuerpo no tenía la fuerza para luchar contra el extraño. En un abrir y cerrar de ojos, el hombre lo arrastró hacia una furgoneta negra estacionada más allá del callejón, fuera de la vista de cualquiera. Con un golpe sordo, las puertas se cerraron y el vehículo arrancó rápidamente, desapareciendo en las estrechas calles del pueblo.

Mientras la furgoneta se alejaba, Seojun luchaba por entender lo que estaba pasando. En aquel tiempo, los omegas eran extremadamente buscados debido a su valor en la sociedad y las intrigas de poder que los rodeaban. Los rostros familiares de su madre y su hogar se desvanecían en su mente, reemplazados por el oscuro interior del vehículo y el rostro inescrutable del hombre que lo había capturado.

—¿A dónde me llevas? —logró murmurar Seojun con la voz temblorosa, apenas un susurro.

—No te preocupes, pequeño —respondió el hombre con una frialdad que hizo que el corazón de Seojun latiera aún más rápido—. A un lugar donde podrás hacer algo muy importante.

Seojun no comprendía el significado de esas palabras, pero algo en su interior le decía que su vida nunca volvería a ser la misma. Y tenía razón.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora