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Era una tarde tranquila cuando los padres de Jiho salieron a trabajar, dejando a Jiho y a Haneul solos en casa. Haneul seguía dormido en la habitación, y Jiho, con la intención de pasar tiempo con él, subió las escaleras al segundo piso y entró en la habitación.

Jiho se acercó a la cama de Haneul y comenzó a acariciar su cabello con cariño, como si fuera un hermano que no pudo tener. Haneul, sintiendo el toque suave, empezó a despertar lentamente. Sus ojos se abrieron y se encontraron con los de Jiho.

De pronto, Jiho, distraído por su preocupación, tropezó y cayó al suelo. El sonido del golpe hizo que Haneul se levantara con cuidado, acercándose a Jiho con curiosidad. Sin saber por qué, Haneul se inclinó hacia Jiho y, movido por un impulso inexplicable, le dio un beso en los labios.

Jiho abrió los ojos sorprendido, y su cuerpo se paralizó por un momento. Intentó extender las manos para agarrar algo, pero solo encontró vacío. La sorpresa y confusión lo envolvieron, y sin poder reaccionar adecuadamente, Jiho empujó a Haneul con fuerza. El empujón hizo que Haneul se golpeara contra la mesita de noche, que se cayó al suelo con un estrépito. Ambos cayeron al suelo, y Haneul quedó tirado con la espalda contra la mesa caída.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —exclamó Jiho, su voz temblando con enojo y confusión. Se levantó rápidamente, evitando mirar a Haneul.

Jiho salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí con un fuerte portazo. Se apoyó contra la puerta, dejando que su espalda se deslizara hacia el suelo. Allí, sentado en el suelo del pasillo, Jiho se quedó en silencio, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Su mente estaba en caos, y el peso de la situación lo abrumaba mientras trataba de calmar su respiración agitada.

Más tarde, cuando los padres de Jiho llegaron a casa, encontraron a Jiho en la cocina, preparando la cena. Sus padres, preocupados, se acercaron a él.

—¿Cómo estuvo el día, Jiho? —preguntó su madre mientras se quitaba el abrigo.

Jiho, aún con el rostro enrojecido de la frustración, respondió con una mezcla de enojo y frustración en su voz.

—No estuvo bien —dijo Jiho, su tono áspero—. Haneul… él me besó. No sé cómo explicarlo, pero fue raro, inesperado.

El padre de Jiho frunció el ceño, sorprendido.

—¿Estás diciendo que Haneul te besó? ¿Cómo ocurrió eso?

—Tropecé y caí al suelo. Haneul se acercó y… no sé, actuó impulsivamente. No lo entendí en absoluto. Lo empujé, y él terminó golpeándose contra la mesita de noche. —Jiho hizo una pausa, respirando hondo antes de continuar—. Lo dejé en la habitación, no sé qué más hacer. No entiendo qué le pasó por la cabeza.

La preocupación de sus padres se hizo evidente. Su madre se acercó a Jiho y le puso una mano en el hombro.

—Es comprensible que estés molesto. Pero, ¿has intentado hablar con Haneul sobre lo que pasó?

—No puedo —dijo Jiho, su voz quebrándose—. Lo dejé allí, en la habitación, solo. No sé cómo lidiar con esto.

Mientras tanto, en la habitación, Haneul estaba llorando en silencio. Su mente estaba envuelta en una niebla de confusión y tristeza. Sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, su llanto resonaba en el vacío. La oscuridad en su mente se mezclaba con el dolor físico y emocional, y no podía distinguir la realidad de la confusión que sentía. Su mundo se había vuelto un lugar sombrío, lleno de incertidumbre y desamparo.

Jiho subió las escaleras con lentitud, su mente aún procesando el reciente enfrentamiento. Al llegar frente a la puerta de la habitación, la abrió con suavidad. Haneul estaba en una esquina, abrazado a sí mismo, temblando.

Jiho se acercó con cautela y se arrodilló frente a él. El silencio estaba cargado de emociones no expresadas, y la luz débil de la habitación no ayudaba a disipar la tensión.

—Haneul… —dijo Jiho con voz suave—. Lo siento mucho. No quise que las cosas terminaran así. Me sorprendió mucho lo que pasó, y reaccioné de forma instintiva.

Haneul levantó la vista lentamente, sus ojos llenos de lágrimas y de una tristeza profunda. Su voz, apenas audible, temblaba con dificultad.

—¿Por…? —su voz era un susurro roto—. ¿Por qué… empujaste?

Jiho sintió un nudo en el estómago al ver el dolor en el rostro de Haneul. Se inclinó más cerca, extendiendo una mano con gesto de calma.

—No quise lastimarte. No sabía cómo reaccionar y me sentí confundido. —Jiho trató de mantener su tono tranquilo y sincero—. ¿Podemos hablar sobre esto? No quiero que te sientas mal.

Haneul miró a Jiho, sus ojos aún llenos de lágrimas. Lentamente, asintió con la cabeza, mostrando que estaba dispuesto a escuchar. Jiho se sentó en el suelo, junto a Haneul, esperando que el tiempo y la conversación ayudaran a reparar el daño y la confusión.

Los minutos pasaban lentamente, con Haneul sentado en la cama, abrazando con fuerza una polera de Jiho. Este lo observaba en silencio, notando el contraste entre el blanco brillante de su cabello y sus ojos: uno azul profundo y el otro una mezcla de azul y amarillo.

—Haneul... —intentó Jiho, buscando romper el silencio, pero Haneul solo lo miró, sus ojos llenos de confusión.

Jiho suspiró, tratando de pensar en otra manera de llegar a él. De repente, notó cómo la mirada de Haneul se detenía en un porta lapiceros en el escritorio.

—¿Quieres... colorear? —preguntó Jiho suavemente, siguiendo la dirección de la mirada de Haneul.

Haneul no respondió con palabras, pero sus ojos lo decían todo. Jiho se levantó y, con cuidado, cargó a Haneul, sentándolo en la silla frente al escritorio.

—Aquí tienes —dijo Jiho, colocando un cuaderno frente a Haneul y acercándole los colores—. Puedes dibujar lo que quieras.

El brazo de Haneul temblaba ligeramente mientras extendía la mano hacia los lápices de colores. Jiho observó en silencio mientras Haneul tomaba un color y comenzaba a trazar líneas en la hoja.

—¿Te gusta dibujar? —preguntó Jiho, intentando nuevamente conectar con él.

Haneul asintió apenas, concentrado en los trazos que hacía en el papel. Los dibujos eran simples, al principio temblorosos, pero poco a poco, Haneul parecía encontrar un ritmo, una calma en la actividad.

Jiho se quedó a su lado, sin decir nada más, solo estando presente, mientras Haneul seguía coloreando, sumergido en su propio mundo, encontrando quizás en el arte una forma de expresar lo que sus palabras aún no podían comunicar.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora