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Las últimas semanas habían sido un constante ir y venir de agentes del laboratorio por el pueblo, su presencia se hacía notar cada vez más. Eran meticulosos, revisaban casa por casa, buscando cualquier rastro del experimento perdido del Dr. Kim. Pero, hasta ahora, la familia que mantenía a Haneul había logrado permanecer fuera de su radar. Sin embargo, Jiho sabía que no podían seguir escondiéndose para siempre.

Una tarde, mientras estaba en su habitación, Jiho observaba por la ventana. Vio a los agentes caminando por la calle, tomando notas y hablando con los vecinos. Su corazón se aceleró al verlos acercarse cada vez más a su casa. Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que llamaran a su puerta.

—¡Jiho, baja! —gritó su madre desde el primer piso.

Con una última mirada hacia los agentes, Jiho dejó la ventana y bajó las escaleras. En la sala, sus padres estaban esperándolo, con expresiones serias en sus rostros. Haneul, ajeno a la tensión en la casa, estaba sentado en el sofá viendo caricaturas, sonriendo levemente a la pantalla, sin comprender el peligro que se cernía sobre él.

Jiho se unió a sus padres en la cocina, donde la atmósfera era pesada.

—Tenemos que hablar de algo muy importante —empezó su padre, con el ceño fruncido—. Los agentes del laboratorio se están acercando. No podemos seguir así, no podemos permitir que encuentren a Haneul.

—¿Qué propones? —preguntó Jiho, aunque en su interior ya sabía la respuesta.

—Nos mudaremos —respondió su madre, cruzando los brazos—. Es la única forma de mantener a Haneul a salvo. Nos iremos a otra ciudad, lejos de aquí.

Jiho asintió lentamente. Mudarse significaba dejar atrás todo lo que conocían, pero la seguridad de Haneul era lo más importante.

—No podemos entregarlo —dijo Jiho, decidido—. Haré lo que sea necesario para protegerlo.

—Sabemos que lo harás —respondió su madre, colocando una mano en el hombro de Jiho—. Pero debemos ser rápidos. Esta casa no será segura por mucho tiempo.

Mientras la familia hablaba en voz baja, Haneul seguía viendo las caricaturas, su mundo reducido a los colores brillantes y los personajes alegres que se movían en la pantalla. No tenía idea de lo que se estaba decidiendo a pocos metros de él. Para Haneul, todo seguía igual, como si nada hubiera cambiado.

—¿Cuándo nos iremos? —preguntó Jiho.

—Lo antes posible —respondió su padre—. Comenzaremos a empacar esta noche. Iremos a Seúl, allí será más fácil escondernos.

Jiho miró hacia el salón, viendo a Haneul. Sabía que la mudanza no sería fácil para él, pero no había otra opción. En su corazón, sentía una mezcla de tristeza y determinación. Haneul ya había pasado por mucho, pero juntos encontrarían una manera de seguir adelante.

—Está bien —dijo Jiho finalmente—. Nos iremos a Seúl. Haremos todo lo necesario para protegerlo.

Los padres de Jiho asintieron en acuerdo, y así, la familia tomó la decisión que cambiaría sus vidas para siempre. Mientras tanto, Haneul, aún absorto en las caricaturas, seguía sin saber lo que estaba por venir, su inocencia intacta, pero su futuro incierto.

La noche había envuelto la casa en un manto de oscuridad, mientras la familia se apresuraba a empacar las últimas cosas. Los padres de Jiho se movían rápidamente, sus rostros serios y concentrados. Haneul, sentado en el sofá, observaba la actividad a su alrededor con una mezcla de confusión y ansiedad. No entendía por qué todos estaban tan preocupados, por qué las sonrisas habían desaparecido, reemplazadas por susurros urgentes y movimientos apresurados.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora