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Antes de que Jiho subiera al carro, algo en su interior le decía que no podía dejar a Haneul solo en ese lugar. Los gritos de Haneul resonaban por el edificio, llenos de desesperación y miedo. Jiho suspiró profundamente, sintiendo que su corazón se rompía con cada lamento.

—No, no puedo hacer esto...

Jiho volvió a entrar en las ruinas, su determinación fortalecida. Caminó rápidamente hacia la celda y comenzó a forcejear con la reja, que parecía no querer abrirse. Su esfuerzo era frenético; cada tirón y empuje le acercaba más a lo que necesitaba hacer.

Finalmente, con un último empujón, la reja cedió y Jiho logró abrirla. Se acercó a Haneul, quien seguía llorando y extendiendo las manos hacia él.

—Lo siento, Haneul. Lo siento mucho.

Jiho abrazó a Haneul con fuerza, sintiendo cómo el cuerpo tembloroso del joven se acurrucaba contra el suyo. Haneul, con lágrimas en los ojos, no podía articular palabras coherentes pero intentaba hablar de todas formas.

—Jiho... Jiho... Miedo... frío...

Jiho lo sostuvo con ternura, acariciando su cabello y tratando de calmarlo. El miedo y la confusión en los ojos de Haneul le desgarraban el corazón.

—No voy a dejarte aquí, te lo prometo.

Jiho levantó a Haneul en sus brazos y salió con él de la celda. Mientras caminaban hacia la salida, Haneul aferraba su abrigo, buscando consuelo en el calor del abrazo de Jiho. Ambos salieron del laboratorio y se dirigieron al coche. Haneul, aún asustado pero aliviado, se acurrucó en el asiento mientras Jiho condujo de regreso, decidido a encontrar una solución para que Haneul pudiera encontrar la paz y seguridad que necesitaba.

Cuando Jiho estacionó el carro afuera de la casa, notó que las luces estaban encendidas y vio a sus padres esperando, con una expresión de preocupación en sus rostros. Jiho suspiró profundamente, cargó a Haneul en brazos y entró en la casa.

Al verlos, la madre de Jiho dejó escapar un suspiro de alivio.

—¡Gracias a Dios, están bien! —exclamó la madre, acercándose a ellos con prisa—. ¿Qué ha pasado?

Jiho dejó a Haneul suavemente en el sofá, mientras el padre, con una expresión seria, se acercó rápidamente.

—¿Dónde has estado? ¿Por qué te llevaste a Haneul? —preguntó el padre, con voz dura y exigente.

Jiho, nervioso, intentó explicar.

—Quería dejarlo en los escombros del laboratorio. Pero no podía dejarlo solo allí. No pude hacerlo... —dijo Jiho, su voz temblando de culpa.

Antes de que pudiera continuar, el padre de Jiho le dio una bofetada con fuerza. El impacto hizo que Jiho se tambaleara, sorprendido y atónito.

—¡¿Cómo pudiste hacer algo así?! —gritó el padre, su furia evidente—. ¡Esa no es una solución!

Haneul, que había estado observando la escena con ojos grandes, se acurrucó más en el sofá. Sus lágrimas comenzaron a caer mientras se agarraba el cabello con fuerza, tratando de calmarse. Sus palabras eran confusas y entrecortadas.

—No... no... —balbuceó Haneul, temblando—. Jiho... no...

La madre, con lágrimas en los ojos, se agachó junto a Haneul, tratando de consolarlo.

—Shh, está bien, Haneul. Estás a salvo aquí —dijo la madre, tratando de calmarlo—. Todo estará bien.

Jiho, con la cara aún enrojecida por la bofetada, miraba a Haneul con profundo arrepentimiento.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora