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La mañana llegó con un aire pesado y tenso. El sol apenas asomaba en el horizonte cuando Jiho, aún con los ojos hinchados de la rabia y el agotamiento de la noche anterior, encendió la televisión. No esperaba mucho, solo algo de ruido para mantener su mente ocupada mientras planeaba su siguiente movimiento para encontrar a Haneul.

Pero entonces, la noticia que apareció en la pantalla lo congeló en su lugar. Un reportero hablaba con tono serio y urgente sobre un reciente acontecimiento que había sacudido a la comunidad científica. La imagen de Haneul, su rostro que Jiho conocía tan bien, apareció en la pantalla. A su lado, el nombre del Dr. Kim y las palabras "experimento encontrado" destacaban en letras grandes y claras.

—No puede ser... —murmuró Jiho, sintiendo cómo la ira empezaba a arder en su pecho.

Las palabras del reportero apenas se filtraban en su mente mientras intentaba procesar lo que veía. Habían encontrado a Haneul, o mejor dicho, habían encontrado al "experimento" del Dr. Kim. Esa palabra, "experimento", hizo que Jiho apretara los puños con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. ¿Cómo se atrevían a referirse a Haneul de esa manera?

—¡Malditos! —gritó, arrojando el control remoto al suelo con un estruendo. La noticia seguía en la pantalla, pero Jiho no podía soportar verla más.

La puerta de la sala se abrió de golpe, y Sun-hee y Min-ho entraron apresuradamente, alarmados por el sonido.

—Jiho, ¿qué está pasando? —preguntó su madre, notando la desesperación en su rostro.

—Lo encontraron —respondió Jiho con voz entrecortada, señalando la televisión—. Se lo llevaron... ¡y lo encontraron!

Sun-hee miró la pantalla con horror, llevándose una mano a la boca. Min-ho, por su parte, se acercó a Jiho y lo agarró por los hombros, tratando de mantenerlo centrado.

—Jiho, escúchame. Vamos a traerlo de vuelta —dijo Min-ho con firmeza—. No importa lo que tengamos que hacer, vamos a traerlo a casa.

Pero Jiho no podía escuchar nada más que el eco de las palabras del reportero en su mente. Habían entrado a su casa, habían secuestrado a Haneul en su propio hogar. Y ahora, lo tenían en alguna parte, encerrado y solo.

—Tenemos que encontrarlo —dijo Jiho, su voz llena de determinación y furia—. No voy a dejar que se salgan con la suya.

Min-ho asintió, y Sun-hee se acercó para abrazar a Jiho, tratando de calmarlo aunque fuera un poco.

—Lo encontraremos, Jiho. No estás solo en esto —le aseguró su madre.

Jiho asintió, aunque la angustia seguía oprimiendo su pecho. Sabía que no podían perder tiempo. Cada segundo que Haneul pasaba en manos del Dr. Kim era un segundo demasiado. Pero también sabía que esta vez, tendrían que ser inteligentes y rápidos. Porque ahora, más que nunca, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para recuperar a Haneul, para traerlo de vuelta a casa donde pertenecía.

Con esa resolución, Jiho tomó aire y se preparó para lo que estaba por venir. Esta batalla recién comenzaba.

En otra parte de Seúl, Hye-jin y Jun-seok estaban en la sala de estar, disfrutando de una tranquila mañana, cuando la voz del presentador de noticias llamó la atención de Hye-jin. Levantó la vista hacia la televisión y se congeló al ver la imagen que aparecía en la pantalla: un joven con el cabello blanco y ojos azules, identificado como un "experimento" del Dr. Kim.

Hye-jin sintió que el mundo se detenía. Su corazón comenzó a latir con fuerza, y un nudo se formó en su garganta.

—Jun-seok… —susurró, temblando mientras trataba de procesar lo que veía—. Ese chico… no puede ser… ¿Es él?

Jun-seok, que había estado fingiendo leer un periódico, levantó la mirada y vio la imagen en la pantalla. Sus ojos se oscurecieron por un momento, pero no dijo nada.

—Jun-seok, responde, por favor… —suplicó Hye-jin, con la voz entrecortada—. ¿Ese es Seojun?

Jun-seok suspiró profundamente, sabiendo que no podría ocultar la verdad por más tiempo. Hye-jin se dio cuenta de que algo estaba terriblemente mal en su silencio, y su ansiedad aumentó.

—Sí… —admitió Jun-seok finalmente, con la voz baja—. Es Seojun.

Hye-jin sintió que las piernas le fallaban y se desplomó en el sofá. Su mente se negaba a aceptar lo que acababa de escuchar.

—Pero… no es él, Jun-seok… no es nuestro Seojun… —dijo, negando con la cabeza mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas—. Su cabello… sus ojos… ¡Ese no es mi hijo!

—Lo es… Hye-jin —respondió Jun-seok con una voz cargada de culpa—. El Dr. Kim… hizo algunos cambios. No es el Seojun que recuerdas, pero sigue siendo nuestro hijo.

Hye-jin lo miró, incrédula, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de ella.

—¿Qué le hicieron, Jun-seok? —preguntó, su voz quebrándose—. ¿Qué le hiciste?

Jun-seok no pudo sostener la mirada de su esposa y apartó los ojos, sabiendo que no había excusa que pudiera ofrecer.

—Fue por su bien… por nuestro bien —murmuró, intentando justificarse—. Seojun fue parte de un proyecto más grande, uno que podría haber cambiado nuestras vidas. El Dr. Kim prometió que estaría bien, que haría de él alguien especial.

Hye-jin se cubrió el rostro con las manos, sollozando. La imagen del joven en la pantalla no se parecía en nada al niño que había dado a luz, al niño que había criado. Ese ser… ese experimento, no podía ser su hijo.

—¡Lo entregaste! —gritó Hye-jin, la voz rota por el dolor—. ¡Entregaste a nuestro hijo para que lo convirtieran en… en eso! ¡Ni siquiera me dejaste verlo!

Jun-seok se acercó a ella, intentando consolarla, pero Hye-jin lo apartó con fuerza.

—¡No me toques! —exclamó, con los ojos llenos de rabia—. ¿Cómo pudiste hacerle eso, Jun-seok? ¡Nosotros lo perdimos en ese incendio, pero tú ya lo habías perdido antes!

Jun-seok intentó calmarla, pero sabía que había cruzado una línea que no podría deshacer.

—Hye-jin… —comenzó, con la voz llena de remordimiento—. Lo hice porque creí que era lo mejor. Nunca quise hacerte daño… o a Seojun. Yo...

—¡No lo entiendes! —lo interrumpió Hye-jin, sacudiendo la cabeza—. ¡Ese no es nuestro hijo! ¡Mi Seojun se fue hace mucho tiempo!

La imagen del joven seguía en la televisión, un recordatorio doloroso de lo que habían perdido. Hye-jin sintió que su corazón se rompía en pedazos. No podía reconocer al joven de cabello blanco y ojos azules como su hijo, pero al mismo tiempo, sabía que, en algún lugar dentro de esa figura extraña, su Seojun seguía existiendo.

—Jun-seok… tienes que traerlo de vuelta —dijo finalmente, con la voz débil—. No me importa lo que le hayan hecho… sigue siendo nuestro hijo. No podemos dejar que lo mantengan ahí.

Jun-seok asintió lentamente, consciente de que no tenía otra opción. Había entregado a su hijo por una promesa vacía, y ahora, debía hacer todo lo posible por enmendar ese error.

—Lo traeré de vuelta, Hye-jin —prometió, apretando su mano—. Pase lo que pase, lo traeré a casa.

Pero mientras miraba nuevamente la imagen en la pantalla, no pudo evitar preguntarse si Seojun realmente podría regresar a casa, o si ya era demasiado tarde para todos ellos.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora