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Luego de unos minutos, la familia llegó finalmente a casa. El ambiente, que normalmente estaba lleno de risas y conversaciones, estaba ahora cargado de una tensión silenciosa, mientras todos intentaban procesar lo que había ocurrido. Haneul, al entrar, se agachó rápidamente y abrazó al gato de la casa, su pelaje suave y familiar brindándole una pequeña chispa de consuelo en medio de su dolor.

Jiho, observando a Haneul con preocupación, se arrodilló a su lado y comenzó a acariciar su cabello con ternura. Cada toque era un recordatorio silencioso de que estaba a salvo, de que no tendría que regresar a ese lugar. Haneul levantó la mirada, con los ojos llenos de gratitud, pero cuando intentó ponerse de pie, un dolor agudo atravesó su abdomen. El dolor era tan intenso que se desplomó de nuevo al suelo, soltando un gemido involuntario.

Jiho se dio cuenta de inmediato de que algo estaba muy mal. Sin decir una palabra, lo tomó con cuidado en sus brazos, cargándolo hacia el sofá. El peso de Haneul era ligero, demasiado ligero, como si estuviera cargando a un niño. Al recostarlo en el sofá, Jiho no pudo ignorar la preocupación que lo carcomía. Con suavidad, levantó el abrigo de Haneul y lo que vio lo hizo contener la respiración. Moretones oscuros y extensos cubrían su abdomen, testigos silenciosos de los horrores que había soportado.

Sun-hee y Min-ho, que habían estado observando desde la cocina, se acercaron rápidamente. Sun-hee dejó escapar un pequeño grito ahogado al ver los moretones, su rostro reflejando el dolor que sentía al ver a Haneul en ese estado.

-Voy a buscar la crema para los golpes -dijo Sun-hee con determinación, intentando mantener la calma. Se apresuró a la habitación, buscando en el botiquín todo lo necesario para aliviar el dolor de Haneul. Mientras tanto, Min-ho se arrodilló junto al sofá, observando a Haneul con tristeza y preocupación.

-No te preocupes, Haneul -murmuró Jiho, tratando de mantener su voz tranquila y reconfortante-. Estás a salvo ahora. No voy a dejar que nadie te haga daño de nuevo.

Haneul asintió débilmente, cerrando los ojos mientras se recostaba sobre el sofá. Cada palabra de Jiho era un ancla en medio del mar tormentoso de sus pensamientos. Sentía miedo, dolor, pero también una profunda sensación de alivio por estar en casa, con las personas que amaba.

Sun-hee regresó rápidamente con una crema para los golpes, hielo y algunas vendas. Se arrodilló junto a Haneul y, con mucho cuidado, comenzó a aplicar la crema sobre los moretones. Sus movimientos eran suaves, casi temerosos de lastimarlo más.

-Esto te ayudará a sentirte mejor -susurró Sun-hee, su voz llena de amor maternal-. Todo va a estar bien, cariño. Ya estás en casa.

Mientras ella lo atendía, Haneul sintió una mezcla de emociones. El dolor físico era difícil de ignorar, pero el cuidado y el amor que recibía en ese momento eran como un bálsamo para su alma. Se dio cuenta de que, aunque había pasado por un infierno, ahora estaba rodeado de personas que lo amaban y que harían cualquier cosa para protegerlo.

Jiho permaneció a su lado, sosteniendo su mano, transmitiéndole fuerza con su sola presencia. Min-ho observó a su hijo, agradeciendo en silencio que Haneul estuviera de vuelta, pero también sintiendo una rabia creciente contra aquellos que le habían hecho daño.

-Vamos a superar esto juntos -dijo Min-ho finalmente, su voz firme y segura-. No estás solo, Haneul. Todos estamos aquí para ti.

Haneul abrió los ojos, mirando a Min-ho, a Sun-hee, y finalmente a Jiho. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla, pero esta vez no era de dolor, sino de alivio. A pesar de todo, estaba en casa. Y eso era todo lo que importaba.

Luego de unas horas, el sol ya comenzaba a ocultarse y la casa estaba en un silencio profundo, solo interrumpido por el suave sonido de la respiración de Haneul. Estaba acurrucado en la cama de su habitación, con las mantas cuidadosamente colocadas sobre él. A su lado, Jiho se mantenía despierto, vigilando cada pequeño movimiento, cada leve suspiro que Haneul hacía. No podía evitar la preocupación que lo embargaba, pero también sentía una inmensa paz al verlo descansar.

Jiho no había dejado de acariciar la mejilla de Haneul, un gesto repetitivo y lleno de ternura, como si quisiera asegurarse de que el chico realmente estuviera allí, a salvo y con él. Lentamente, se inclinó hacia Haneul y besó sus labios con una suavidad extrema, como si temiera romperlo. El beso fue breve, pero lleno de amor.

Para su sorpresa, Haneul comenzó a abrir los ojos, despertando poco a poco de su profundo sueño. Al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, Haneul no apartó su rostro ni se mostró sorprendido. En cambio, respondió al beso de Jiho, aunque de forma torpe y vacilante. No tenía experiencia en los besos, pero eso no lo detuvo. Siguió el beso con todo lo que pudo, intentando imitar los movimientos de Jiho, intentando devolverle el mismo amor que sentía en esos momentos.

Jiho sonrió entre el beso, notando la falta de experiencia de Haneul, pero también sintiendo una calidez en su pecho al ver que Haneul estaba dispuesto a intentarlo. El beso se convirtió en algo más que una simple muestra de afecto; fue un intercambio silencioso de promesas y de emociones profundas que ambos compartían.

Finalmente, Jiho se apartó lentamente, dejando que sus labios rozaran los de Haneul una última vez antes de apoyarse en su frente.

-Lo estás haciendo bien, Haneul -susurró Jiho con una sonrisa tierna-. No necesitas hacer nada más, solo estar aquí conmigo.

Haneul, con las mejillas ligeramente sonrojadas, asintió suavemente. Aunque no sabía exactamente cómo sentirse, una parte de él estaba llena de gratitud y alivio. Estar con Jiho en ese momento lo hacía sentir seguro, amado, y, por primera vez en mucho tiempo, esperanzado.

Ambos se quedaron en silencio, dejando que el momento se prolongara mientras las sombras del anochecer llenaban la habitación. No había necesidad de palabras, solo la tranquilidad de estar juntos después de todo lo que habían pasado.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora