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A kilómetros de distancia, en un lugar alejado y escondido, operaba una base científica secreta. El edificio era grande y austero, rodeado por una cerca alta y una entrada restringida. Dentro, el ambiente era frío y clínico. Los pasillos vacíos estaban iluminados de manera uniforme por luces fluorescentes, creando un ambiente inquietante.

Un grupo de hombres con trajes de protección transportaba a Seojun en brazos. El niño, de seis años, estaba vendado y sus gritos se ahogaban bajo las manos de los secuestradores. Sus sentidos, agudizados por su naturaleza de omega, captaban cada pequeño detalle del ambiente, intensificando su terror. Sus pequeñas manos y piernas se agitaban, mientras su corazón palpitaba con la desesperación de no saber lo que le esperaba.

Lo llevaron a través de un pasillo largo y angosto hasta llegar a una habitación blanca y desinfectada. En la habitación, dejaron a Seojun caer al suelo con un ruido sordo. El niño temblaba, su cuerpo débil se sacudía por el miedo, exacerbado por su condición de omega que lo hacía especialmente vulnerable a las situaciones estresantes.

La puerta se cerró con un chasquido y el eco del cerrojo resonó en la habitación vacía. La venda que cubría los ojos de Seojun fue retirada con brusquedad. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, se entrecerraron ante la luz fría y artificial del lugar. Lo primero que vio fue un hombre de estatura imponente, con cabello canoso y una expresión fría y calculadora. Este hombre, el Dr. Kim, era el jefe científico de la base.

—Hola, pequeño —dijo el Dr. Kim con una voz suave pero firme—. Me alegra que hayas llegado sano y salvo.

Seojun, con sus sentidos de omega agudizados, detectó la frialdad en la voz del Dr. Kim y miró al hombre con ojos llenos de confusión y terror. Sus labios temblaban mientras trataba de entender lo que estaba pasando.

—¿Quién eres? —preguntó Seojun con voz temblorosa, sus lágrimas empezando a brotar.

El Dr. Kim se inclinó ligeramente, su expresión impasible mientras examinaba al niño. Había una mezcla de satisfacción y curiosidad en su rostro mientras lo observaba.

—Soy el Dr. Kim —dijo—. Estás en un lugar muy especial ahora. Aquí, vas a formar parte de algo muy importante.

El Dr. Kim hizo un gesto hacia uno de los asistentes que estaba en la habitación, quien comenzó a preparar varios equipos y dispositivos científicos. La atmósfera de la habitación se cargó con una sensación de frialdad y profesionalismo clínico.

—No te preocupes por nada —continuó el Dr. Kim—. Vamos a empezar con algunas pruebas para asegurarnos de que todo esté en orden. Solo tienes que quedarte tranquilo.

Seojun, a pesar de las palabras tranquilizadoras del Dr. Kim, no podía dejar de temblar. Su naturaleza omega amplificaba su ansiedad, haciendo que cada pequeño sonido y cada movimiento en la habitación parecieran más intensos y amenazantes. Sus ojos recorrían la habitación, viendo las máquinas y los dispositivos desconocidos. A medida que los asistentes se acercaban con el equipo médico, el pánico del niño crecía.

Los asistentes del Dr. Kim comenzaron a preparar las pruebas. Uno de ellos sacó una serie de frascos y jeringas, mientras que otro ajustaba los controles de una máquina en la esquina de la habitación. La presencia de tantos dispositivos y el ambiente estéril solo aumentaban la sensación de terror en Seojun.

El Dr. Kim se acercó a Seojun con un intento de suavidad que contrastaba con la severidad de la situación.

—No te preocupes, Seojun —dijo—. Estas pruebas son necesarias para nuestro trabajo. Solo te pedimos que coopere y todo saldrá bien.

A medida que el Dr. Kim hablaba, Seojun sentía cómo su miedo se convertía en desesperanza. La ansiedad propia de un omega lo hacía más susceptible al estrés. Las lágrimas caían por sus mejillas mientras trataba de entender qué había pasado con su vida. Los asistentes comenzaron a realizar las pruebas, sacando muestras de sangre y ajustando los dispositivos alrededor de él.

Seojun miraba al Dr. Kim, buscando alguna señal de empatía o compasión, pero solo encontraba una mirada calculadora y distante. El tiempo parecía detenerse mientras las pruebas se realizaban, y el niño, incapaz de comprender la magnitud de su situación, se aferraba al pequeño peluche que le habían dejado antes, el único consuelo en un mundo que se había vuelto oscuro y aterrador.

El Dr. Kim observaba con atención, satisfecho con el progreso de las pruebas. Sabía que el futuro de Seojun estaba marcado por experimentos que cambiarían su vida para siempre. En su mente, el resultado de su trabajo se acercaba a un objetivo crucial.

En la base científica, el ambiente era tenso y clínico. Los pasillos blancos y fríos parecían interminables, y el eco de los pasos resonaba en cada esquina. Seojun, todavía vendado y tembloroso, seguía al Dr. Kim mientras caminaban por los pasillos. El niño miraba a su alrededor con los ojos llenos de miedo, tratando de captar cada detalle de su nuevo y desconcertante entorno.

El Dr. Kim, con su expresión impasible, guiaba a Seojun hacia una sala equipada con una serie de aparatos y máquinas científicas. La habitación estaba llena de equipo técnico, con luces parpadeantes y pantallas que mostraban datos y gráficos. El aire era seco y frío, y una serie de estantes contenían frascos y herramientas que Seojun no podía identificar.

Al llegar a la sala, el Dr. Kim se volvió hacia el niño y le hizo una señal para que se acercara. Seojun se movió lentamente, su cuerpo rígido por el temor. A medida que se acercaba, un asistente de laboratorio, con una bata blanca y una máscara protectora, comenzó a preparar el equipo necesario para el experimento.

—Ahora vamos a comenzar con el procedimiento —dijo el Dr. Kim con una voz que intentaba sonar tranquilizadora, aunque carecía de calidez—. Lo que vamos a hacer es muy importante para nuestra investigación. Solo te pedimos que coopere y todo irá bien.

Seojun asintió ligeramente, aunque su miedo era evidente. El Dr. Kim se acercó a una mesa de operaciones y comenzó a explicar a sus asistentes los detalles del experimento. A medida que el Dr. Kim hablaba, uno de los asistentes colocó una serie de dispositivos alrededor de Seojun, ajustando correas y cables con precisión.

El niño trató de permanecer quieto, pero sus manos temblaban y sus ojos recorrían la habitación en busca de alguna señal de esperanza o consuelo. El peluche que había traído consigo estaba apretado contra su pecho, su único refugio en medio de la desesperación.

Los asistentes comenzaron a tomar muestras de sangre, y Seojun sentía el pinchazo de las agujas mientras intentaba no gritar. El procedimiento era largo y meticuloso, y el niño no podía evitar llorar ante el dolor y la incomodidad. Su naturaleza de omega lo hacía aún más sensible al malestar físico.

El Dr. Kim observaba con atención, tomando notas y revisando los resultados en las pantallas. A medida que las pruebas avanzaban, el Dr. Kim le hablaba a Seojun en un tono calmado pero distante. Le explicaba cada paso del procedimiento, aunque sabía que el niño probablemente no entendía la mayor parte de lo que decía. El Dr. Kim estaba enfocado en los datos y los resultados, sin mostrar ninguna señal de empatía hacia el sufrimiento del niño.

Las horas pasaban, y el experimento continuaba. Los asistentes trabajaban en silencio, con precisión y eficacia, mientras Seojun seguía soportando las pruebas. Finalmente, cuando el procedimiento llegó a su fin, el Dr. Kim se volvió hacia el niño y le ofreció una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

—Todo ha ido según lo previsto —dijo el Dr. Kim-. Ahora solo tienes que descansar un poco. Lo que hemos hecho es crucial para nuestra investigación, y tu cooperación ha sido valiosa.

Los asistentes comenzaron a quitar el equipo y a limpiar la sala, mientras el Dr. Kim ayudaba a Seojun a levantarse y a llevarlo a una pequeña habitación contigua. Allí, el niño se tumbó en una cama simple, agotado y adolorido. El Dr. Kim se inclinó cerca de él, aún con su expresión profesional.

—Pronto verás los resultados de nuestro trabajo —dijo el Dr. Kim—. Mientras tanto, trata de descansar.

El niño, con los ojos cerrados y su cuerpo temblando, se aferró al peluche con más fuerza. Sabía que su vida había cambiado drásticamente y que su futuro era incierto. El Dr. Kim salió de la habitación, dejando a Seojun solo con sus pensamientos y temores.

En el silencio de la habitación, Seojun se quedó inmóvil, tratando de encontrar consuelo en su peluche mientras el cansancio y la angustia

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora