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La familia llegó a casa al atardecer, pero algo no se sentía bien desde el momento en que aparcaron el coche. Jiho fue el primero en notar que la cerradura de la puerta principal estaba forzada y, peor aún, la puerta estaba entreabierta, algo que jamás habrían dejado así al salir. La tensión se disparó en el ambiente.

—Algo no está bien... —murmuró Sun-hee, con un tono de preocupación en su voz, antes de apresurarse hacia la puerta.

Min-ho la siguió de cerca, y Jiho, con un nudo en el estómago, se adentró en la casa justo detrás de sus padres. Al cruzar el umbral, la escena que los recibió fue desgarradora. Todo estaba hecho un desastre: muebles volcados, papeles esparcidos por el suelo, y objetos rotos por todas partes. Había señales claras de que alguien había rebuscado en la casa.

Jiho sintió su corazón latir con fuerza mientras sus ojos recorrían frenéticamente cada rincón, buscando alguna señal de Haneul. La preocupación se transformó rápidamente en una ola de desesperación cuando se dio cuenta de que Haneul no estaba por ninguna parte.

—¡Haneul! —gritó, pero no hubo respuesta.

El nudo en su estómago se apretó aún más, hasta que casi le hizo imposible respirar. Con manos temblorosas, Jiho dejó caer las flores que había comprado, la esperanza con la que había salido esa mañana se esfumó en un instante. El sonido suave de los pétalos tocando el suelo apenas se percibió entre el caos que invadía la casa. Sin pensarlo dos veces, Jiho corrió escaleras arriba, subiendo de dos en dos los escalones, su mente invadida por el temor.

Llegó a la habitación, abriendo la puerta de golpe. El lugar que esperaba encontrar seguro y tranquilo estaba vacío. Ni rastro de Haneul. Lo único que rompió la desoladora escena fue una jeringa tirada en el suelo, su punta afilada reflejando la luz del día que se colaba por las ventanas.

La sangre de Jiho se heló al instante. No había espacio para la tristeza o el llanto. En su lugar, un fuego furioso empezó a arder en su interior. Su Omega, el ser que más amaba en el mundo, había sido arrebatado de su lado, y quienquiera que lo hubiera hecho, pagaría las consecuencias. Jiho sintió cómo su cuerpo temblaba de pura ira, sus puños apretados hasta que los nudillos se tornaron blancos.

—¡Lo han llevado! —gritó con una furia que resonó en toda la casa, sus ojos clavados en la jeringa como si fuera el detonante de su tormenta interior.

Sus padres, que habían escuchado su grito, corrieron escaleras arriba. Min-ho fue el primero en llegar, seguido de Sun-hee. Al ver la devastación en el rostro de su hijo y la habitación vacía, entendieron lo que había ocurrido.

—Jiho, por favor, cálmate —dijo Min-ho con voz firme pero tranquila, intentando mantener la compostura mientras ponía una mano en el hombro de su hijo.

Pero Jiho no podía calmarse. Estaba fuera de sí, su mente nublada por la desesperación y el enojo. Intentó moverse, hacer algo, cualquier cosa para encontrar a Haneul, pero Min-ho lo sujetó con fuerza, impidiéndole actuar de manera impulsiva.

—¡No pueden haberlo llevado lejos! ¡Tenemos que encontrarlo! —exclamó Jiho, su voz quebrada por la frustración.

Sun-hee, luchando contra sus propias lágrimas, se acercó para sostener a Jiho, envolviéndolo en un abrazo fuerte, tratando de calmarlo con su presencia. Sabía que tenían que mantenerse unidos en ese momento, que dejarse llevar por el pánico solo empeoraría las cosas.

—Lo encontraremos, Jiho —dijo con firmeza—. No vamos a dejar que te lo quiten. Vamos a traerlo de vuelta, te lo prometo.

Pero esas palabras, aunque sinceras, no lograron apaciguar el dolor en el corazón de Jiho. Aun así, con la fuerza de sus padres apoyándolo, empezó a recuperar un poco el control, aunque la furia y la determinación seguían ardiendo en su interior. Su Omega estaba en peligro, y no iba a descansar hasta tenerlo de vuelta, hasta que estuviera seguro en sus brazos una vez más.

El laboratorio estaba frío y estéril, con paredes blancas que parecían más opresivas que protectoras. La habitación, que una vez había sido el único refugio de Haneul, ahora se había convertido en una celda donde no había escape de las crueles intenciones del Dr. Kim. Este, aún enfurecido por la marca de alfa en el cuello de su "experimento", había decidido que era necesario realizar pruebas adicionales, no solo para verificar el estado de Haneul, sino también para asegurarse de que no hubiera consecuencias irreparables.

Haneul estaba atado a una camilla en el centro de la sala, sus muñecas y tobillos asegurados con correas que le impedían moverse con libertad. Su respiración era agitada, los ojos abiertos de par en par, llenos de miedo y desesperación. El Dr. Kim, con el ceño fruncido, ajustaba los instrumentos en una mesa cercana, su mente trabajando con una mezcla de preocupación y rabia.

—No puedo creer que te hayan marcado —murmuró Kim, más para sí mismo que para Haneul—. Estabas destinado para algo mucho más grande, pero ahora... Esto lo complica todo.

Haneul no entendía todas las palabras que salían de la boca del doctor, pero sí captaba el tono de desaprobación y enojo. Cada vez que el Dr. Kim se acercaba, el joven Omega se retorcía en la camilla, intentando liberarse. No podía soportar la idea de ser sometido a las pruebas que el doctor estaba preparando. Ya había pasado por tanto, y esto solo parecía el comienzo de algo mucho peor.

El Dr. Kim se acercó con una jeringa, listo para tomar una muestra de sangre, pero antes de que pudiera hacerlo, Haneul comenzó a agitarse violentamente, su cuerpo entero temblando en un intento de escapar de las ataduras.

—¡Quédate quieto, Seojun! —ordenó el doctor con frialdad, usando el nombre que había decidido para él.

Pero Haneul no podía quedarse quieto. Su mente estaba en pánico, y el miedo lo impulsaba a luchar contra todo lo que le estaban haciendo. Gritó con todas sus fuerzas, una palabra que había aprendido y que ahora usaba para implorar.

—¡No! ¡No! —gritaba Haneul, su voz desesperada rebotando en las paredes blancas.

El Dr. Kim se detuvo en seco, sus ojos ampliándose por la sorpresa. Haneul... ¡Hablaba! Era algo que no había previsto, no tan pronto. La situación era peor de lo que había imaginado. Si su experimento comenzaba a desarrollar habilidades cognitivas y emocionales avanzadas, todo el proyecto podría estar en peligro. Pero ahora no tenía tiempo para procesar todo eso. Tenía que continuar con las pruebas.

—¡Cállate! —exclamó Kim, con la voz cargada de frustración.

Con un gesto rápido y calculado, tomó una mordaza de la mesa y la colocó firmemente sobre la boca de Haneul, silenciando sus gritos. La mordaza hizo que Haneul sintiera aún más pánico, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras seguía forcejeando, su cuerpo agitado tratando de resistir el inevitable dolor y la humillación de las pruebas que le estaban realizando.

El Dr. Kim, sin embargo, estaba decidido. Las pruebas eran necesarias. Necesitaba saber si Haneul estaba embarazado, una posibilidad que complicaría todo su experimento. Así que, sin más dilación, comenzó a realizar las pruebas, tomando muestras y revisando cualquier señal que pudiera confirmar sus sospechas.

Los minutos se sintieron como horas para Haneul, quien, incapaz de hablar o gritar, solo podía emitir gemidos ahogados mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. El dolor y la angustia de ser tratado como un objeto, como algo menos que humano, era más de lo que podía soportar.

El Dr. Kim, absorto en su trabajo, ignoró deliberadamente el sufrimiento de Haneul, enfocándose solo en obtener resultados. Sin embargo, en el fondo de su mente, no podía dejar de pensar en lo que significaría si Haneul, su preciado experimento, realmente estuviera embarazado. Una nueva complicación que pondría a prueba sus planes y que podría cambiar todo el curso de su investigación.

Finalmente, el Dr. Kim terminó las pruebas y retiró la mordaza de la boca de Haneul, quien jadeó por aire, su cuerpo temblando incontrolablemente. Pero las lágrimas no se detuvieron, y el joven Omega seguía sollozando suavemente, con la esperanza de que todo esto terminara pronto.

El Dr. Kim lo observó en silencio, su rostro frío y calculador. Había mucho que hacer, pero ahora, al menos, tenía las respuestas que necesitaba. Y lo que había descubierto lo llenaba de una nueva determinación, aunque sus implicaciones lo hicieran tambalearse por un momento.

El experimento no había terminado, ni mucho menos. Había nuevas variables, nuevos desafíos, y estaba dispuesto a enfrentarlos, sin importar el costo para Haneul, o como él lo conocía, "Seojun".

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora