9

1 0 0
                                    

Cuando la evaluación terminó, los asistentes del Dr. Kim llevaron a Seojun de vuelta a su celda. El joven, ahora acostumbrado al frío y la soledad del lugar, apenas mostró resistencia mientras lo escoltaban por los pasillos grises. Sin embargo, algo en su mirada reflejaba una mezcla de agotamiento y resignación.

Los guardias lo empujaron bruscamente al interior de la celda, y la puerta se cerró con un eco metálico. Seojun se dejó caer en el suelo, abrazando su peluche desgastado, buscando un mínimo consuelo en el único objeto que le quedaba. Su mente, atrapada en un ciclo de recuerdos confusos y fragmentados, trataba de aferrarse a algo, pero todo se desvanecía en el vacío de su existencia.

Mientras tanto, el Dr. Kim hizo una pausa en su oficina. Su mirada calculadora recorrió las anotaciones y los gráficos que cubrían su escritorio. Sabía que Seojun había llegado a un punto crucial en el experimento. Cada vez era más evidente que el niño ya no era el mismo, y eso le complacía.

Decidió que era momento de hacer una llamada que había estado postergando. Salió de la instalación y caminó hacia una área más privada, lejos de oídos indiscretos. Sacó su teléfono y marcó un número que no había utilizado en años.

Después de un par de tonos, una voz respondió al otro lado.

—¿Quién es? —preguntó con un tono seco y distante.

—Soy yo, Kim —respondió el doctor, su voz tan fría como siempre.

—Kim… ¿Qué quieres? —la voz del hombre al otro lado sonaba cautelosa.

—Llamo para informarte sobre el progreso —dijo el Dr. Kim—. El experimento con tu hijo está alcanzando nuevas fases. Pensé que te gustaría saberlo.

Hubo un silencio tenso, antes de que el hombre finalmente hablara.

—Ya no me importa. Seojun dejó de ser mi hijo el día que lo entregué a ti. ¿Por qué me llamas ahora?

El Dr. Kim sonrió levemente, aunque no había humor en su expresión.

—Solo quería mantenerte informado. Después de todo, fue tu decisión entregarlo para la ciencia. Me parece justo que sepas en qué se ha convertido.

—¿Y en qué se ha convertido? —preguntó el hombre, su tono sin rastro de afecto.

—En algo extraordinario. Aunque lo que queda de él como humano es apenas reconocible.

El hombre del otro lado de la línea no dijo nada por un largo momento. Finalmente, respondió con una voz que sonaba casi vacía.

—Como dije, ya no me importa. Haz lo que quieras con él.

—Eso es lo que siempre he hecho —respondió Kim, antes de colgar la llamada.

Guardó el teléfono en su bolsillo y volvió a la instalación. Sabía que el hombre había enterrado cualquier rastro de conexión emocional con Seojun, y eso solo facilitaba su trabajo.

En su celda, Seojun continuaba abrazado a su peluche, completamente ajeno a la conversación que acababa de decidir aún más sobre su destino.

Al día siguiente, llevaron a Seojun nuevamente a la sala infantil. Esta vez, en lugar de dejarlo jugar, lo colocaron en una silla y lo conectaron a varios cables que registraban su ritmo cardíaco y otras funciones vitales. El joven estaba sentado, inmóvil, con la mirada vacía y el cabello blanco cayendo desordenadamente sobre su rostro.

En la oficina de control, el Dr. Kim recibió al padre de Seojun con una sonrisa que intentaba ser cordial, aunque en su tono había una frialdad evidente.

—Gracias por venir —dijo Kim, estrechándole la mano al padre—. Hoy será un día importante.

El padre, claramente nervioso, apenas logró responder. A medida que seguían a Kim por los pasillos de la instalación, sentía que el sudor le perlaba la frente. Sabía que iba a enfrentarse a algo terrible, pero no estaba preparado para lo que vería.

The power of fateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora